Viaje de Celia

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Por Osviel Castro Medel | 11 enero, 2021 |
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FOTO/ Tomado de Trabajadores

La leyenda no terminó aquel día, cuando dejó de respirar.  Seguramente ese 11 de enero de 1980 ella comenzó un viaje a otros espacios para colgarse del brazo de su padre, Manuel, el hombre que le narraba anécdotas  de Céspedes y Martí con los ojos repletos de cocuyos y el traje de médico lleno de vibraciones.

Es muy probable que desde entonces ella haya estado, como en su infancia, tejiendo travesuras y confeccionando disfraces para hacer maldades, pero también cultivando helechos y amapolas o recolectando juguetes para regalarlos a los desvalidos no solo en los días de reyes magos.

Quién dijo que Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley se marchó aquella plomiza jornada. Muchos la siguen viendo, 41 años después, en los verdes, los terraplenes y las olas de Media Luna convertida en Luna Entera.

La han mirado corriendo por Manzanillo, donde su rebeldía se hizo tiempo, o atravesando  las áreas silvestres de Pilón, en las que llegó a regañar a un hombre por hacerle daño a una palma con los pinchos de liniero mientras este intentaba capturarle a su monita-mascota.

Quién dijo que esta criatura especial ya no está si todavía su fusil respira y el verde olivo de su uniforme sigue hablando de sus facetas de organizadora incansable o del pasaje en que convirtió una comandancia en medio del monte en una obra de arte.

Celia está en los detalles, esos  en los que suele estar la auténtica grandeza, habita en el papelito recolectado con trabajo que luego sirvió para armar la historia, en la llamada a deshoras de la madrugada, en su acento campestre, jamás cambiado por poses ficticias.

Supo apartarse de  las golosinas que producen en algunos los puestos y los títulos;  supo preocuparse al extremo por las quejas o misivas de los de abajo  y convertirse en refugio maternal de miles aun sin haber conocido la gestación biológica.

Supo ondear en toda época la sencillez.  Sencillez en el vestir, el actuar, el comer… el vivir. Fue capaz, sin proponérselo, de llegar  a ser astro en el cielo patrio porque devino refugio para guardar un secreto del Estado, oído de un campesino abrumado de peloteos,  brújula de un Líder que laboraba sin descanso.

La leyenda, completamente cierta, no ha concluido todavía. Se ha trasladado a las mariposas, a las lecciones del desinterés, a los dichos y jaranas, a los ojos de Martí, el mismo Martí que ella abrazó para ayudarlo a situar en la cima más alta de Cuba.

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