Las malezas de la selva de Bolivia les habían despedazado las ropas y los zapatos. Algunos del grupo caminaban sin saber cómo, pues tenían las piernas infladas y prácticamente en carne viva.
Estaban, además, rodeados por un ejército carnicero y martillados por la sed, el hambre, el aislamiento y las enfermedades. Sin embargo, ninguno de esos suplicios marchitó sus espíritus. Únicamente con la muerte, en la que influyó demasiado un traidor, dejaron de pensar en su objetivo supremo: reencontrarse con el Che y el resto de la tropa.
Tuvieron vida independiente durante cuatro meses y ese tiempo por salvajes parajes bolivianos todos fueron espejos de integridad moral.
Y uno de ellos supo ser la bujía, el ejemplo, el padre, el jefe excepcional. Descalzo y con 42 años a cuestas, anduvo sin desmayarse al frente del pequeño grupo, hasta aquella fatídica tarde del 31 de agosto de 1967.
Su nombre era familiar ya en la historia nacional desde los días de la Sierra: Juan Vitalio Acuña Núñez.
Su historia verdadera había comenzado en abril de 1957, fecha en que se incorporó al Ejército Rebelde y en la que empezó a ganar espacio su sobrenombre cariñoso de Vilo. Fue un guerrillero grandioso; participó en decenas de combates hasta que en noviembre de 1958 recibió, de manos de Fidel, la estrella de Comandante.
Fue él quien auxilió directamente a Camilo Cienfuegos cuando este resultó herido en Pino del Agua, a quien transportó por Kilómetros en una hamaca. Antes, en Uvero, también había ayudado a otro grande: Juan Almeida Bosque.
Librada Cardero Díaz, su madrastra, lo retrataba de esta: “Miento si digo que alguna vez lo vi molesto, él era de esa gente que siempre estaba jaraneando y haciendo cuentos.
“A todo le sacaba décimas, con las que la gente se moría de la risa. Era un guajiro trabajador, sano, sin maldad. Eso sí: era de espíritu rebelde y no le gustaban los abusos”.
El 30 de agosto de 1957 intervino junto al Guerrillero Heroico, con los grados de teniente, en una de sus primeras actividades guerreras: El Hombrito, y el Che lo menciona en sus Pasajes de la guerra revolucionaria.
“…nos retiramos inmediatamente protegidos por el fuego de la escuadra de retaguardia mandada por el teniente Vilo Acuña (…) Cuando nos retirábamos nos alcanzó Vilo Acuсa que había cumplido su misión, anunciándonos la muerte de Hermes Leyva, primo de Joel Iglesias”, escribió el argentino-cubano sobre esa acción.
Justamente 10 años y un día después sobrevino su última batalla por América, en un río en las proximidades de Puerto Mauricio, en Bolivia, junto a nueve combatientes, entre quienes estaba la argentino-alemana Tamara Bunke, Tania La Guerrillera. Además, cayeron en la acción los cubanos Alejandro (comandante Gustavo Machín) y Braulio (primer teniente Israel Reyes); los bolivianos Polo (Apolinar Aquino), Moisés (Moisés Guevara), y Walter (Walter Arencibia).
Mientras otro boliviano, Ernesto (Freddy Maymura), fue capturado con vida y ultimado después cerca del río. El único sobreviviente guerrillero en la emboscada, el médico peruano Negro (Restituto José Cabrera) se dejó llevar por la corriente; pero resultó apresado fechas después y asesinado vilmente.
Muchos aún hoy, 50 años después, sienten la partida de aquel guajiro ocurrente, que le rimaba al campo o a las estrellas.
Los reconforta, en cambio, el hecho de que el río boliviano ya no suena como antes. Por él surca a cada instante, en la voz millones, las sombras de Vilo Acuña y sus virtuosos soldados.