¡Y Bartolito, ahí!

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Por | 31 agosto, 2016 |
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BartolitoSerá sencillamente inevitable que, en los próximos días, Bartolito vuelva a acaparar la atención, entre los niños que inician el primer grado en la Escuela Primaria Águedo Morales Reina, de la Enseñanza Especial avileña.

Tal vez el antecedente más cercano estuvo en el patio de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba (UNEAC), cuando con su carismática, intranquila, pero cándida presencia “se robó el show” y le impregnó una brisa de ternura y de alegría a la grabación del programa Colorisoñando, de la Televisión Avileña.

Es que dondequiera que el pequeñín Lázaro Bartolo Santos González pone un pie, el mundo se para (o más bien se dispara) a su alrededor, tal y como sucedió desde el instante en que vio la luz, aquel 17 de diciembre de 2010, cuando, contra todo pronóstico, los integrantes del equipo médico encargado de interrumpir el embarazo —para salvar a Kenia González Rodríguez de una peligrosa preeclampsia— extrajeron, viva, a aquella criaturita que, prácticamente, cabía en la palma de una mano.

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Por supuesto que la noticia ardió como pólvora. Ciego de Ávila y Cuba estuvieron atentos a la suerte del bebito que “nació” con solo 26 semanas de gestación, menos de dos libras de peso (780 gramos), y muy deprimido por falta de oxígeno suficiente en órganos vitales como el corazón, el cerebro e intestinos.

Han transcurrido casi seis años y Kenia no cesa de agradecerle a la medicina avileña el milagro científico de salvar la vida de su hijo.

Parece ficción. El parvulito descendió nada más y nada menos que a 460 gramos: un verdadero pedacito de persona; estuvo 120 días en una incubadora hasta alcanzar los 2 500 gramos, presentó una insuficiencia pulmonar y permaneció casi tres semanas acoplado a oxígeno, después enfrentó tres meses de gravedad como consecuencia de una insuficiencia cardiaca.

“Quizás algunos no contaban con su vida, pero él se plantó de tal modo que ahí está, como si nada. Mucha gente se ríe cuando les cuento que quien por poco muere fui yo”, afirma Kenia.

Aparentemente ajeno a la informal conversación, Bartolito la mira de soslayo, sin renunciar al pícaro coqueteo con dos hermosas niñas, disfrazadas de vaca y de brujita.

Ni ellas, ni muchos de los adultos presentes, imaginan que la sordera del pequeño tuvo origen en la cantidad de medicamentos que fue necesario aplicarle para impedir que la muerte cargara con él, desde recién nacido.

Es difícil suponer, además, que con apenas tres meses de vida hubo que aplicarle láser y operarlo de retina, en Sancti Spíritus; que los oftalmólogos no le pierden “pie ni ojeada”, o que neurólogos de la capital cubana lo siguen atendiendo como si fuera lo que en verdad es allí: el niño de casa.

Por eso no es extraño que haya echado en el bolsillo de su mochila a tías, primos y lecciones de las vías no formales, que devenga centro del barrio y que hasta revendedores de todo tipo de productos lo sonsaquen cuando no es él quien se les adelanta con alguna ocurrencia propia de su edad.

Tal vez un poco corto para comer, pero de buen dormir, jodedor entre los fiñes jodedores del vecindario, amante del fútbol y de la pelota, muy inteligente, hiperactivo, hiperinquieto, pero sobre todo hipercariñoso… así es, cada vez más, aquel pedacito de gente, en cuyas dos escasas libras de peso médicos y especialistas como Fernando Fernández Romo, jefe del servicio de Neonatología del hospital avileño, y la pediatra Ana Iskra Meizoso, concentraron algo más que conocimiento, mucho más que recursos, mucho más que experiencia… concentraron toda la pasión que ahora lleva el niño por dentro y que, en gratitud, desborda hacia quienes le rodean. (tomado del diario Invasor, Ciego de Ávila)

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