Yara, un grito y los 12 hombres

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Por Osviel Castro Medel | 11 octubre, 2021 |
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Ahora, cuando estos días nos convocan al recuento sobre el inicio de nuestra primera gesta por la independencia, sería oportuno aclarar que no hubo un Grito de Yara, algo en lo que han insistido historiadores tan distinguidos como Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo. Tal denominación empezó a manejarse por la mal intencionada propaganda española.

En la Gaceta de La Habana, el 13 de octubre de 1868, el coronel de la metrópoli, José de Chessa, jefe interino del Estado Mayor, dio parte de los sucesos del levantamiento en estos términos: “Según telegramas oficiales, en Yara, jurisdicción de Manzanillo, se levantó el día 10 una partida de paisanos, sin que hasta ahora se sepa el cabecilla que la manda, ni el objeto que los conduce. Supónense unidos a ellos los bandoleros perseguidos en otras jurisdicciones y su importancia debe ser escasa”.

A partir de ahí, los mandos españoles e incluso algunos historiadores cubanos del momento empezaron a referirse a Yara como el punto de partida, en lugar de exponer “Grito de Demajagua” (o La Demajagua), que hubiera sido lo correcto.

De todos modos, Yara sí fue el escenario del primer combate por la emancipación nacional, el 11 de octubre de 1868. Este duelo no terminó en victoria del naciente Ejército Libertador, pero sí marca un símbolo en la historia nacional.

Ansiosos de dar un buen golpe, de sacudir aún más la nación, unos 300 revolucionarios se fueron hasta ese poblado, al que llegaron de noche, después de conocer las extremas medidas de seguridad tomadas en Manzanillo, que figuraba como el primer punto de ataque de los insurgentes.

Tocaron ese territorio  mojados por la lluvia, «transidos de frío y rendidos de fatigas», como escribiera Bartolomé Masó, pero deseosos de «cargar al machete sobre el enemigo» y quemar «sus atrincheramientos si fuera preciso».

La inexperiencia y la falta de pertrechos conspiraron.  Fueron recibidos con nutridas cargas de fusilería y muchos, sorprendidos por los disparos, en medio de la lógica inexperiencia guerrera, se marcharon desordenadamente del lugar del combate.

Es entonces cuando se produce el hecho que llena de luz a aquella jornada. Por los testimonios de los participantes, se dice que ocurrió poco antes de las 12: 00 de la noche, aunque algunos han manejado, tal vez para hacer coincidir hermosamente el acontecimiento, que fue ya el día 12 de octubre.

Solo había dos bajas en la tropa, pero la dispersión había provocado que solo 11 hombres  acompañaran a Carlos Manuel de Céspedes.  Uno de ellos, goteando sudor y agua, expresó cabizbajo después de contar a los reunidos: “Todo está perdido”.

El Jefe de la Revolución, levantándose sobre su caballo, con un vigor que desbordaba sus 49 años, exclamó en respuesta: “¡Aún quedan 12 hombres. Bastan para hacer la independencia de Cuba!”.

El hecho que completa la luz de aquel octubre volcánico acontece a las 12: 00 de la noche, en el momento de la retirada.

A la medianoche de ese día unos 300 hombres fueron repelidos después de un aguacero brutal, que tornó complejo el combate; en la lucha solo pereció un libertador, aunque los atacantes se retiraron dispersos y adoloridos moralmente por la derrota.

De todos modos, ese pueblo ha devenido referencia para la posteridad porque fue allí, luego de la disgregación y del quejido de algún soldado –que dijo: «Todo está perdido»-, donde Céspedes pronunció su hermosa sentencia: «Aún quedan 12 hombres. Bastan para hacer la independencia de Cuba».

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