Los cubanos nunca nos hemos dado el lujo de ser ingenuos políticamente por vivir asediados durante más de seis décadas por el Gigante de las botas de siete leguas deseoso de tragarse de un bocado a esta pequeña nación que se le atraganta.
Tampoco en otros órdenes de nuestra vida y desarrollo y en ello ocupa un papel preponderante la salubridad, también víctima de ataques del descomunal enemigo y recordemos la fiebre porcina africana, la rolla en los cultivos de café el moho azul del tabaco… y otros menos encubiertos como los ataques a nuestro digno personal médico y paramédico que rebatimos en redes sociales.
Si hemos sabido lidiar con estos grandes males y vencer, cómo dejaríamos escapar lo que nos corresponde a nosotros mismos, urge que eso tampoco se nos vaya de las manos.
Y nos referimos a la batalla campal que libramos contra el mosquito, ese asesino que zumba en nuestros oídos advirtiéndonos de su ataque que pudiera ser mortal.
El hecho se complica porque vivimos en un clima húmedo tropical y si a eso añadimos la boscosidad, la proliferación de malezas junto a áreas pobladas, el surtidero de basureros que surgen aquí y allá intermitentemente, nos estamos haciendo un suicidio al estilo del harakiri, eso sí es ser inocentes.
Y seríamos ingenuos, pecado capital, si no hacemos una ronda diaria o bisemanal para ver si algo está fuera de lugar y le estamos ofreciendo a este bicho un cómodo hogar para que nos ataque impunemente.
Seríamos incautos si nos confiamos solo en el excelente aparato de salud pública que poseemos y no lo apoyamos, si no les ofrecemos a los operarios de la campaña de erradicación de vectores la facilidad para entrar a nuestras casas y ofrecerles lo que nos solicitan, a esos que nos cuidan la vida, así sencillamente sin exageración.
Seríamos cándidos si no atendemos a médicos y enfermeras que pesquisan diariamente nuestros domicilios, para descartar dengue, y otras enfermedades generadas por los diferentes tipos de mosquito, a esos que nos visitan en busca de alguna anomalía en nuestra temperatura y estado general y dejamos que el examen se haga de modo formal y no exigimos su calidad máxima.
Los seríamos si nos incomodamos al escuchar el ronroneo de los cañones de fumigación y empezamos a refunfuñar, al contrario: debíamos regocijarnos por el apoyo, ofrecerles nuestra hospitalidad a esos trabajadores (como nosotros) que nos preservan el tesoro de la salud.
Aun cuando el caracol gigante africano está en el colimador de las autoridades sanitarias, todos debemos estar alertas y advertir especialmente a los niños.
El llamado es a emplear a fondo la astucia para seguir enarbolando el patrimonio de la Salud Pública cubana