
Empezaba a descubrir entre nuevos amigos los apasionantes mundos que viven en los libros, y el encanto singular de las cuentas matemáticas. Era la escuela para el pequeño un lugar sorprendente del planeta donde jugar mientras se aprende.
Aun a su corta edad, sabía que algo andaba mal cuando mamá le dijo que no volvería al aula por un tiempo. Su recreo también estuvo circunscrito al hogar y los adultos comenzaron a “disfrazarse” para salir. Supo entonces del monstruo coronavirus, de nasobucos, lavado de manos y jugó más con estetoscopios y blancas batas que con capas y varitas.
Su hermana se preparaba para hacer las pruebas de ingreso a la Universidad, quiere ser abogada. ¡Tiene vocación!, le dicen todos. De repente, su sueño fue pospuesto.
Sin embargo, ninguno de los dos dejó que la situación los amilanara, se dieron cuenta de que los meses en casa no debían ser tiempo perdido. Tomaron sus cuadernos y libros, vieron teleclases y estudiaron diariamente.
Al fin, para todos llegó el ansiado día de volver a sus aulas, habrán superado otro peldaño en la escalera del conocimiento, sin descuidar que el coronavirus aún acecha, pero sentarse este 1 de septiembre en su pupitre es un regreso al cauce elemental y cotidiano de la vida.