
Algunos musicólogos refieren que los timbales son útiles de percusión, cuyos ejecutores, popularmente nombrados timbaleros, no solo constituyen esencia de cubania, se integran corporalmente a los residentes en nuestra isla, desde mucho antes de 1868, añadiría yo.
Se trata de dos tambores monoparentales unidos por una barra de acero a un soporte de metal: el mayor se llama hembra, y el más pequeño macho, aunque desde hace muchísimos años percuten con igual intensidad.
Pienso entonces en la obra Espejo de Paciencia y el épico sonido protagonizado en el puerto de Manzanillo, cuando en 1604 el Obispo de Cuba Don Juan de las Cabezas Altamirano realizaba una visita a las haciendas en Yara y fue secuestrado por el corsario francés Gilberto Girón, con la intención de hacer pagar a la villa enormes valores por el rescate.
Ante tal acontecimiento, el “timbalazo” fue de padre y muy señor mío, los vecinos de Bayamo acordaron atacar al filibustero en el momento del intercambio, se entabló una cruenta lucha en la que los contrabandistas fueron derrotados y su jefe perdió la vida a manos del esclavo Salvador Golomón.
Desde entonces la historia de nuestros timbaleros cobró fuerza y se emplazaron mejor frente a los grandes desafíos establecidos por España, Estados Unidos y determinados actores de su show mediático, olvidando que los nacionales suenan como las Steell Band.
La concepción estratégica-musical de los reconocidos atabales, tiene su basamento en la manigua, la Sierra y las ciudades, nutrientes para la formación ética, humanitaria, solidaria e internacionalista que les caracteriza.
Su identidad es la de este pueblo llamado a resistir cuando la piel se estira más allá de lo humanamente posible, entonces, hasta los intolerables no les queda más remedio que decir:
-A estos cubanos le roncan…. los instrumentos.