
Desde que el 11 de marzo de 2020 se diagnosticaron los primeros casos de COVID-19 en Cuba, no hemos dejado de estar atentos a los partes médicos, las indicaciones de las autoridades sanitarias, la evolución de las vacunas y otros asuntos vinculados con el nuevo coronavirus que ha puesto al mundo patas arriba.
Tampoco han faltado las miradas retrospectivas para conocer cómo los seres humanos enfrentaron antaño diversas plagas y enfermedades.
Así es asombroso percatarnos, por ejemplo, que la plaga de Justiniano, dejó decenas de millones de muertes en el siglo VI de nuestra era.
Constantinopla —actualmente Estambul—, capital del Imperio Bizantino (o Romano de Oriente), se convirtió en uno de los focos principales de la enfermedad, originada por las ratas que llegaban en embarcaciones mercantes salidas de Eurasia. Esos roedores trasmitían, mediante pulgas, la peste bubónica, la cual contagió hasta el mismísimo emperador Justiniano I (483-565), quien logró sobrevivir y, de algún modo, dar nombre a esta hecatombe sanitaria.
Muchos años después, entre 1347 y 1351, la temida pandemia volvería a trasladarse, con más fuerza y con el nombre de “peste negra”, a Europa, donde exterminó a unos 200 millones de seres humanos. Entre ellos figuró el rey Alfonso XI de Castilla (1311-1350), fallecido cuando sitiaba Gibraltar.
Esta tuvo varios rebrotes a lo largo de la historia, como el Londres, en 1665, que arruinó la ciudad. Al respecto, el diarista inglés Samuel Pepys (1633-1703) escribió con dolor: “¡Dios mío, cuán vacías y melancólicas están las calles! Tanta gente pobre enferma llena de llagas; tantas historias tristes que escuchas al pasar, de alguien muerto, otro enfermo; no hay botes en el río y el pasto crece descuidado en el palacio de Whitehall”.
En ese momento, surgieron los más increíbles remedios, algunos mencionados en Diario del año de la peste, novela de vuelo periodístico de Daniel Defoe (1660-1731). Desde la ignorancia se aconsejaban increíbles recetas: presionar un pollo desplumado contra las llagas hasta que el animal muriera, escribir las letras de “abracadabra” en un triángulo, conseguir una pata de conejo o un sapo seco, además de fumar tabaco. Pero, según crónicas de la época, el mal se controló con la cremación de enormes cantidades de ratas, pulgas y cadáveres infectados.
Con el paso del reloj la ciencia pudo llegar a la verdad: la bacteria Yersinia pestis, que afectaba a las ratas negras y otros roedores, es la causante del mal. Los síntomas eran escalofríos, nauseas, sed, sangramiento, fiebre alta, agotamiento, manchas en la piel y abultamientos de los ganglios, que a veces llegaban a reventarse.
También fue implacable la “tercera peste”, originada en Yunnan, China, en 1855, y que se extendió durante años. Según los historiadores, se expandió en buena parte del mundo, aunque más del 80 por ciento de las víctimas fatales fueron de la India, donde dejó casi 10 millones de decesos.
También podríamos mencionar a la viruela, que “cooperó” con los colonizadores europeos en su malvada pretensión de adueñarse y saquear las tierras americanas.
Lo que no lograron por las armas Hernán Cortés (1485-1547) y sus hombres sí lo consiguió esta enfermedad, que liquidó al bravo tlatoani Cuitláhuac (1456-1520) y a miles de aztecas -que más tarde llegaron a ser millones-, un hecho que abrió las puertas a los agresores de Tenochtitlan, capital y centro de resistencia de aquellos aborígenes.
La población originaria de estos lares carecía de un sistema inmunológico preparado para la viruela, por eso la mayor parte de nuestros aborígenes —incas, mayas, aztecas, tayronas…— pereció contagiada.
El último caso de la enfermedad se reportó en 1978 y eso llevó a la OMS, después de una campaña global de vacunación, a certificar en 1980 que estaba erradicada.
Otra pandemia muy temida fue la gripe de 1918, caprichosamente conocida como gripe española, pues ni siquiera se originó en España. Por su corta duración, se le tiene como la más letal de todas. Surgió en Estados Unidos y, con el traslado de sus tropas de apoyo a los aliados en la Primera Guerra Mundial, llegó a Europa. Causada por el virus Influenza A del subtipo H1N1, en 18 meses infectó a la tercera parte de la población del planeta y dejó, según estimados, 40 000 000 de cadáveres, un número superior al de que aquel conflicto armado. Entre ellos se contó el presidente de Brasil Francisco Rodrígues Alves (1848-1919).
Los síntomas de la “dolencia” iban desde las pupilas dilatas y la fiebre alta hasta el cansancio extremo. Uno de los remedios para combatirla consistió en emplear transfusiones de sangre de personas recuperadas, aunque con el tiempo aparecieron las vacunas.
Si hablamos del SIDA también mencionamos un mal de grandes dimensiones. Se reconoció por primera vez en 1981, en Estados Unidos. En el propio año, su causa fue atribuida al Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). El origen de esta enfermedad de transmisión sexual, causante de unos 25 millones de defunciones, se vincula con algún contacto humano con simios de África. Afecta el sistema inmunológico y favorece las infecciones oportunistas.
VACUNAS EN CUBA
La viruela, que diezmó la población origaniria de Cuba hace 500 años, no fue la única enfermedad “traída” de otros lugares.
En 1649, procedente de Yucatán, llegó la fiebre amarilla, como apuntan los doctores doctores Letier Pérez Ortiz y Ramón Madrigal Lomba en la Revista Médica Electrónica (2010). Provocaba fiebre, dolor de cabeza, arritmias, delirio y hasta vómitos con sangre, entre otros síntomas.
Miles de cubanos y españoles murieron golpeados en los campos de batalla o en las ciudades por esta “espada invisible”, incluso después de que Carlos J. Finlay (1833-1915) descubriera en 1881 que su agente trasmisor era el mosquito Aedes aegypti.
Se dio por erradicada en la primera década del siglo XX, como señala la periodista Saimí Reyes Carmona, de la Agencia Cubana de Noticias. Sin embargo, otros males como el dengue, transmitidos por el mismo insecto, no han podido eliminarse.
Otro látigo para la población cubana fue el cólera, aparecido en 1833 y que luego de cinco años acabó con más de 30 000 vidas, 9 000 de estas en La Habana, que incluyeron la del famoso pintor francés Juan Bautista Vermay de Beaumé (1784-1833), autor de los cuadros del Templete.
El cólera se caracteriza por diarrea acuosa profusa, vómitos y entumecimiento de las piernas. Hoy se sabe que su fuente principal de tranmisión es la hídrica.
Aparecería epidémicamente en dos ocasiones más: 1850-1854 y 1867-1871. En el primer período se contabilizaron 32 084 casos y 17 144 fallecidos, mientras que el segundo hubo 7 066 defunciones.
Más cercano en el almanaque está el llamativo brote de dengue presentado en 1981. Se estima que 344 203 personas se enfermaron y de ellas contrajeron el dengue hemorrágico 10 312. Lamentablemente 101 niños y 57 adultos fallecieron.
Ahora Cuba lucha contra la pandemia más grande de las últimas épocas: el coronavirus SARS CoV-2, que origina la COVID-19, propagada en todo el mundo. Solo unos pocos países como Corea del Norte, Turkmenistán, Kiribati, Tonga, Palau, Nauru y Tuvalu no han reportado oficialmente casos de la pandemia.
En nuestra nación la COVID-19 ha dejado en 14 meses -hasta este 3 de mayo- 686 víctimas mortales, mientras que en resto del mundo ha provocado más de tres millones 200 mil muertes.
Nuestros científicos han desarrollado ya cinco candidatos vacunales, cuyos resultados prometen verse más temprano que tarde. Los más avanzados son Soberana 02 y Abdala, este último probado con eficacia en tres provincias orientales, incluida Granma.
Ese será el camino definitivo de la cura, pero mientras lleguen las vacunas las sendas deben ser la higiene permanente, el distanciamiento físico, la disciplina y el cumplimiento de las orientaciones de nuestros excelentes profesionales de la salud.
Fuentes: Sitio oficial de la OMS, ECURED, Portal Infomed, Cubadebate, BBC Mundo, Enciclopedia Biografías y vidas, Revista Cubana de Medicina Tropical y Todobiografías