Un duro golpe al anhelo libertario de Cuba

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Por Yelandi Milanés Guardia | 10 diciembre, 2021 |
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Después de tanta bravura y tanto machete, los cubanos vieron esfumarse el sueño libertario/FOTO Tomada del sitio Pinterest

El Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898, dio por finalizada la guerra hispano-cubana-norteamericana, y mediante este acuerdo España entregó el poder que ejercía sobre Cuba a los Estados Unidos.

Aunque otras naciones como Filipinas, Guam y Puerto Rico también se convirtieron en propiedades estadounidenses, a los cubanos nos dolió grandemente que nos arrebataran la victoria y haber terminado en manos de una nación que astutamente solo movió sus fuerzas cuando los españoles y cubanos ya estaban agotados tras 30 años de lucha.

Las negociaciones se llevaron a cabo en el Ministerio de Asuntos Exteriores en París, y el acuerdo se firmó sin la presencia de los representantes antillanos ni de las demás colonias, lo cual en nuestro caso específico generó gran descontento en la Isla y en el heroico Ejército Libertador.

Seguramente la incomodidad y la tristeza se apoderaron del alma de varios independentistas cuando leyeron el artículo I de aquel Tratado, el cual refería: “España renuncia todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba. En atención a que dicha isla, cuando sea evacuada por España, va a ser ocupada por los Estados Unidos, los Estados Unidos mientras dure su ocupación, tomarán sobre sí y cumplirán las obligaciones que por el hecho de ocuparla, les impone el Derecho Internacional, para la protección de vidas y haciendas”.

El acuerdo entre España y los norteamericanos echaba por tierra el esfuerzo de nuestro pueblo durante 30 años de guerra, que llevó aparejada la pérdida de numerosas vidas humanas y la destrucción de gran parte de sus riquezas materiales.

La última de nuestras contiendas (1895-1898) a diferencia de las anteriores se extendió de un extremo a otro de la isla y sus efectos fueron devastadores. La base económica que sustentaba el mantenimiento del régimen colonial quedó desarticulada.

Las producciones de azúcar, tabaco y otros productos agrícolas fueron destruidas. La Perla de las Antillas estaba arruinada y endeudada, el costo material y humano resultaba insostenible para la metrópoli española que había agotado hasta el último hombre y la última peseta.

Los ibéricos estaban exhaustos, sin recursos ni energías para continuar peleando. El desenlace a favor de los cubanos era sólo cuestión de tiempo, reconocido incluso por jefes del ejército europeo.

Entró entonces en el conflicto hispano-cubano una potencia que marcaría la historia de la isla, Estados Unidos, y los nombrados por Máximo Gómez como “mal llamados aliados”, solo se aprovecharon del desgaste de ambos bandos contendientes para agenciarse el triunfo con el mínimo de esfuerzo.

Sobre la connotación de la ocupación norteamericana, escribiría en su diario el General en Jefe del Ejército Libertador el 8 de enero de 1899: “Tan natural y grande es el disgusto y el apenamiento que se siente en toda la Isla, que apenas, como no lo es, realmente, el Pueblo no ha podido expansionarse celebrando el triunfo de la cesación del Poder de sus antiguos dominadores. Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los ha sustituido –Yo soñaba con la Paz con España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla (…).

“Pero los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cu­banos vencedores, y no supieron endulzar la pena de los vencidos. La situación pues, que se le ha creado a este Pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatías”.

Nada más certeras que estas palabras sobre el estado de ánimo de los cubanos, quienes vieron desvanecerse su anhelo libertario, por el papel mezquino, traicionero y oportuno del naciente imperio norteamericano, que le faltó valentía, pero le sobro perspicacia, para agenciarse la victoria que ya se avizoraba para Cuba.

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