
Muchos no creían en el éxito de Manuel Evelio Leyva González, cuando se propuso con pocos recursos y escasos conocimientos, reverdecer un vertedero, y no precisamente de malas hierbas.
A Manolín, como familiarmente le llaman, la pandemia le estimuló la creatividad. Durante el confinamiento, surgió su interés por improvisar un organopónico para producir hortalizas y aprovechar el tiempo mientras se mantenía aislado para evitar contagiarse con la COVID-19.
El lugar para germinar aquella idea, fue un terreno inhóspito empleado por los vecinos de La Cutara, a las orillas del rio Bayamo, para verter sus desechos sólidos.
Para Leyva González, aquella superficie significó el punto de partida para lograr robustas cosechas que luego comercializó entre los vecinos de la comunidad. Las más recientes, un buen parte de lechugas le reportaron ganancias de tres mil 700 pesos.
El comienzo fue difícil. El lugar era una concentración descomunal de desechos que cada vez ganaban en espacio y fetidez al no poder ser recogidos en tiempo y forma.
La idea de hacer parir aquel pedazo de tierra, fue abrazada por algunos comunitarios que entre rastrillos y palas, limpiaron el entorno y dieron forma a un colorido organopónico donde se concretan producciones de hortalizas y viandas.
Renglones como ají, tomate, lechuga, berenjena y plátano burro son comercializados solo al doblar de la esquina, de primera mano y excelente calidad.
Leyva González no renuncia en su empeño aunque el lugar, -falto de agua y electricidad imprescindibles para lograr más y mejores producciones-, no le ofrece muchas posibilidades.
Con solo una visión práctica sobre la vida, y sin mucho academicismo, Manolín consolida pasos en el vasto sendero la soberanía alimentaria, y desde la agricultura familiar, garantiza con sus modestos esfuerzos el aporte a la economía del país, el de los vecinos y su autoabastecimiento.