La ruta del Padre

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Por Osviel Castro Medel | 27 febrero, 2022 |
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FOTO/ Luis Carlos Palacios

Un viaje –incluso imaginario- desde su casa señorial de Bayamo hasta el desolado barranco donde cayó, en San Lorenzo, serviría para entender la ruta increíble de aquel hombre, capaz de cambiar su bastón de carey por una espada mambisa, con el propósito gigante de poner alas a una nación que estaba despertándose.

Cualquier repaso a las circunstancias de sus instantes postreros –ultimado con disparos a boca de jarro, batiéndose solo con soldados españoles de una tropa élite-  ayudaría a comprender la tragedia de aquel viernes, en la que Cuba perdió no solo al Padre y al Iniciador, también al maestro de niños en las serranías, al poeta de verso rutilante, al ser humano de imperfecciones y grandezas no siempre estudiadas.

No por predecible, su final sangrante, aquel 27 de febrero de 1874, deja de doler y de provocar la reflexión, pues prueba cuánto pueden costar la desunión, la intriga y las envidias.  No por previsible, su muerte deja de hincar el alma más allá de una fecha de ofrendas.

Obligado a recluirse entre lomas por la negación de permiso para el traslado al extranjero, puesto en soledad por algunos de sus propios compañeros de armas, Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes López y del Castillo, enseñó con su ejemplo el valor de la humildad suprema y de la modestia, dos valores que seguimos necesitando hoy.

Se convirtió en referente no solo por haberse hecho codo y piel de sus antiguos súbditos, o por haber preferido la inmolación antes que reñir por el escalón presidencial, ganado con un aluvión de pruebas desinteresadas. Llegó a ser astro en la historia de Cuba, también, por su resistencia en días de borrascas, por no ceder ante chantajes aun a costa de uno de su propia sangre, por echarse a cuestas el peso de una novela cierta que podía costarle hasta el pellejo.

En sus últimos días jugaba al ajedrez, escribía en su diario, redactaba cartas tristes a la esposa en el exilio, enseñaba a escribir palabras como “patria”  y todo eso, en medio de tanta desolación, lo ayudaba a vivir sin creerse nube, sin exigir nada por haber sido el primero en hacer sonar la campana independentista. Pasaba el tiempo con los zapatos rotos, el pantalón raído, la dieta basada en sopas incomibles y aun con eso levantaba la frente.

Puesto a escoger entre los ideales y el acomodamiento –dilema repetido en nuestros tiempos- eligió la causa por la que se fue a la guerra con 37 armas precarias, también sus sentimientos por un país nuevo.

Y aunque eso le costó perderlo todo, hasta la respiración misma, su caída por aquel abismo en San Lorenzo, después de tantas muestras de virtud, sacudió  a Cuba para todas las estaciones que estarían por venir.

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