Ñico Compay era un tipo de rara estirpe; tacaño, especulador y chismoso de nacimiento, poco tenía a su recaudo: una mujer refunfuñona, un perro sordo que no ladraba, gallinas mal alimentadas, algunos cerdos de capa oscura y una vaca fajadora que, en vez de dar leche, inspiraba lástima.
Aunque vivía monte adentro, Compay apenas sembraba, se pasaba el tiempo pendiente del vecindario, apegado a su radio VEF 206, para informarse también del acontecer diario.
En cierta ocasión, mientras desayunaba la habitual yuca con huevo hervido, escuchó por una emisora local los precios desmedidos de los cárnicos, lácteos, productos del agro… y pensó entrar en ese jueguito para mejorar su soberanía económica.
Como por arte de magia apareció Romárico, vecino con sobradas experiencias en esos menesteres, quien le recomendó que para alcanzar mayores dividendos debía alimentar mejor a los animalitos; escuchado el parecer, trazó de inmediato su estrategia.
Las gallinas probaron por vez primera el maíz, veíanse risueñas, cacareaban con mejor ánimo, enrojecieron sus crestas y no cesaban de poner huevos, que luego Compay vendía a 12 pesos cada uno.
Embullado por la prosperidad del negocio, cortó palmiche para cebar los cerdos y vender sus carnes a un valor tan exorbitante como el utilizado por revendedores y especuladores del poblado.
La producción animal marchaba a pedir de boca, solo la fajadora quedaba a la zaga:
-Carijo, si la res no da leche es porque está molesta -pensó.
Recordó que esos rumiantes son más productivos cuando escuchan música durante el ordeño, por eso colocó en lo alto de la corraleta su VEF-206, para que el animalito escuchara el programa campesino.
Una tarde veraniega, después de cesar la lluvia, llegó a la casa del pariente Liduvino Guerra, le contó lo sucedido y recibió el consejo:
-Mira, Compay, eso de la musiquita pa’que las vacas den más leche fue de cuando Ñañá Seré amarraba los perros con longaniza en la esquina del mercado, ahora es otro cantar.
Según cuenta el hijo de Serapio Peña -dijo- ese muchachito que siempre está hablando de computadoras y de Internet, un tal Google le explicó:
-Obtener mayor productividad de leche es muy fácil, solo debes limpiar el orificio trasero del bovino, respirar profundo y soplar fuertemente por el huequito higienizado, como si soplaras un globo, procede al ordeño y comprobarás el resultado.
Cuentan los testigos de aquel encuentro que esa tarde veraniega, Liduvino perdió definitivamente el parentesco con Ñico Compay.