Con pequeños pasos, desde principios del pasado siglo, silenciosamente, brotó ese toque mágico en el arte, esa sensibilidad que llegó para encontrar el verdadero florecer del universo de la creación.

Ellas marcan un destello de sueños hechos realidad, crean fascinantes novedades de pequeños episodios cotidianos, convierten el dolor en arte y la felicidad en huellas imborrables.

Entre estereotipos de una mujer ama de casa y féminas dispuestas a superarse, murió el miedo y nació una rebelión importante, un movimiento que quebró el mito del hombre como ser superior, para repartir igualdad de condiciones.

El empoderamiento femenino ha sido la fuerza principal de estos logros, de ser inspiración a ser creadora. Mediante las manifestaciones artísticas la mujer ha conseguido romper barreras, poniendo en lo más alto el orgullo de ser dama.

Imprescindible ha sido su papel en el teatro, con un toque volcánico, tierno y aleccionador;  mientras, entre colores y luz inmortaliza esencias y sentimientos tan vívidos que podrías tocar la obra pictórica con la mirada, así como una vez expresó Frida Kahlo que pintaba flores para que no mueran, un ejemplo de autora perseverante.

Concierto de voces son desde la más excelsa pieza de ópera hasta la mano que extrae del tambor una popular rumba, en tanto danzan, sonríen y disfrutan de la melodía, indetenibles; bailarinas que, como libres serpentinas al viento, muestran una verdadera obra de arte en expresión corporal.

Consciente de la inexistencia de límites físicos, humanos y artísticos, su talento llevó a la mujer a  crear algo propio, más allá de las pautas que una vez fueron trazadas, más extraordinaria por superar cada obstáculo de la sociedad patriarcal.

Sin renuncias ni remordimientos impuestos, es ella dueña de su femineidad y de la forma de expresarla.