Sábado al oeste

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Por Sara Sariol Sosa | 18 marzo, 2022 |
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Atónitas, un trío de amigas de la infancia, observábamos el pasado 12 de marzo, en lo que concluía un sábado de recreación en nuestro querido y natal Veguita, en el municipio de Yara.

Una avalancha de jóvenes se hacía al paseo o separador central, gritando desaforadamente, mientras dos cativanas, atiborradas igual de muchachas y muchachos, celebraban también con gritos el desenfrenado galope de aquellos carruajes, en plena calle, hasta chocar con un poste en la esquina del parque. Todo con la mayor impunidad y sin control de ningún tipo.

Nada más parecido aquello a una escena de película del oeste, solo faltaban las pistolas, pensamos, pero luego supimos que, en su defecto, atrás, en la plaza local, habían quedado por doquier restos del tiroteo de botellas que había provocado el fin de la actividad recreativa que se desarrollaba.

No podía ser otro el final, lo intuimos unas dos horas antes, cuando de paso por aquel espacio cultural, si es que así puede seguir llamándosele, nos detuvimos, alarmadas, por su desaliñamiento, todo destruido, nada que ver con lo que un tiempo fue (y dicho sea de paso ya estaba así antes que la pandemia nos impactara).

En medio de la oscuridad imperante en el lugar, entraban grupos de jóvenes, botellas con ron en mano, de esas que solo se adquieren en negocios particulares y a precios excesivos, aunque los lugares donde se producen no son precisamente privados.  Y entraban llamando a gritos a quienes querían cerca, porque la escasa iluminación no facilitaba encuentro alguno.

¿Cómo puede prácticamente el único sitio recreativo de un lugar, sufrir tanto abandono? ¿Cómo queremos que nuestros jóvenes asuman conductas correctas si le proporcionamos espacios cómo esos, que solo de mirarlos ejercen un influjo negativo en el comportamiento?

Lamentablemente, al parecer hemos olvidado que todo influye en todo, y nadie puede aislarse del contexto inmediato sin recibir de él su influencia, porque un entorno colabora o compite, nutre o envenena, aporta o perjudica, y esa “plaza de Veguita”, está muy lejos de proporcionar una buena energía para nadie.

Más allá de este incidente, realmente preocupante se torna hoy lo referente a la recreación de los jóvenes, muchos de los cuales, en varias localidades, se lamentan de la falta de opciones, porque las existentes están prácticamente en manos privadas, en espacios a cuyos precios muchos no pueden acceder, o para lograrlo, andan toda la semana inventando algo (y no precisamente bueno) para buscar dinero necesario.

¿Cómo se proyectarán dentro de unos años esos muchachos, los dominará más el apego a lo material que a lo espiritual? Con esa interrogante rondándonos desde aquel sábado a lo oeste. Concluimos, que valdría la pena, aun a sabiendas de las actuales carencias, volver la mirada sobre este sensible asunto, sobre programas de recreación sana que en un tiempo nos ocuparon y preocuparon, conducirlos, facilitarlos con iniciativas no costosas o combinadas, todo por el bien no solo de nuestros hijos, sino de un país que hoy más que nunca debe seguir muy de cerca a esos jóvenes que tendrán la responsabilidad de sostener el futuro.