
Aquel niño que jugó felizmente hasta los siete años en su natal Veguitas*, seguro que jamás imaginó que en la biblioteca familiar que devoraba con ansias, estaba forjando un futuro prominente en el ámbito de las letras y del cine de Cuba.
En la capital de la actual provincia de Granma, definió gustos, aficiones y fue adentrándose en el mundo de la intelectualidad, que le permitieron, con el paso del tiempo, convertirse en uno de los más grandes pensadores cubanos.
Sus consejos, por la vasta cultura acumulada, eran muy apreciados por los escritores antes de enviar los libros a imprenta, y entre sus principios destacaba el proverbio marxista de que el artista cuando crea una nueva obra de arte para el espectador, crea, al mismo tiempo, un nuevo espectador para la obra de arte.
DEVELANDO AL AMIGO
Teófila Acea Antúnez, presidenta de la Sociedad Cultural José Martí en Granma, tuvo el privilegio de contarse entre sus amigos: “Yo conocí a Ambrosio en 1997, cuando empecé a trabajar en el Centro provincial del libro. Aunque había leído su obra, nunca imaginé la excelente persona que había detrás de aquel hombre de pensamiento.
“Era un intelectual de talla mayúscula que tenía una sencillez extrema. Fíjate si era así, que después de dar una conferencia él me preguntaba cómo consideraba que había sido. Ambrosio es, porque siempre de él hay que hablar en presente, uno de nuestros más grandes intelectuales.
“Su obra se inserta antes y después del proceso revolucionario, pero luego del triunfo rebelde sus criterios tienen un gran peso en la formación de la nación. Ambrosio dio señales que al final han dado resultados, y es por eso que nos resulta de gran utilidad para las presentes y futuras generaciones.
“Cuando estaba rodeado de amigos era un ser muy afable, que se daba a querer. Cuando él y su esposa venían a Bayamo trataban de reencontrarse con los amigos de la infancia y la juventud, porque aunque era una personalidad, nunca olvidó sus orígenes ni aquellos seres queridos de sus años infantiles y mozos.
“Era alguien con quien te sentabas a conversar sobre cualquier tema y siempre salías ganando, porque además de aleccionarte, lo hacía con sencillez. Dentro de su acervo cultural, sabía sostener una conversación que te hacía sentir cómodo, no utilizaba palabras grandilocuentes. Sin embargo, sabía demostrarte sus vastos conocimientos sin hacer el más mínimo alarde de ello.
“Un recuerdo memorable fue cuando una vez estuve en una conferencia en la cual habló sobre el libro y las nuevas tecnologías, y me sorprendió que defendió ambos formatos, el tradicional y el digital. Tenía el criterio de que lo importante era que las personas leyeran, pues a quien había que salvar es al lector, el libro ya estaba salvado.
“Siempre, desde el presente, hurgó en el pasado y nos dio coordenadas para orientarnos en el futuro. La mayor enseñanza que nos legó fue todo ese conocimiento concentrado en sus libros y escritos, unido a su gran amor por Cuba, que nunca abandonó y siempre defendió, aun cuando en varias ocasiones intentaron enamorarlo con los cantos de sirena”.
POCHO: UN HOMBRE DECENTE
Para Juan Ramírez Martínez, presidente del Comité provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en Granma, conocer personalmente a Ambrosio (Pocho) fue un hermoso premio, pues tuvo contacto con un hombre que admiraba por sus valoraciones del cine cubano que, indudablemente, influyeron en su percepción cinematográfica.
“Cuando me acerco a él, en el año 1995, me percato de que era todo un portento de humildad y sencillez y, además, una enciclopedia viva, albacea de los hechos más importantes de la Revolución. Llegamos a una amistad tal, que algunos escritos se los enviaba y él, con esa maestría de editor, me los corregía, e innegablemente los textos ganaban muchísimo en calidad.
“En sus valoraciones te convencía con argumentos, la mayoría de las veces -dada su cultura- tenía una respuesta para todo, cuando no la hallaba te invitaba a razonar. Y tenía el don de escuchar los otros criterios, como solo pocos grandes suelen hacerlo.
“Cuando le hice el documental en el 2012 pensé seriamente en el título y como hay una parte en la que él dice, cuando Armando Hart asume como Ministro de Cultura: “Ahora sí vamos a cambiar, porque Hart es un hombre decente”. Entonces me percato que esa era una premisa importante para él. De ahí surge el nombre del audiovisual Pocho: Un hombre decente”.
Ramírez Martínez refiere que era un deleite conversar con él porque siempre tenía un manojo de anécdotas y conocimientos para verterlas en el momento adecuado.
“Indudablemente, le apasionaba mucho el cine y la literatura cubana, y un día, hablando del mundo del celuloide le elogié su formidable guión para la película Retrato de Teresa, y después de hablar largo rato, le pregunté ¿Y qué pasó con el filme Habanera? Y con una sencillez tremenda y riéndose me dijo: Fue una obra fallida.
“Sin embargo, es un autor de lectura obligada en temas de cine, por sus ricas reflexiones sobre el séptimo arte y, sin dudas, la revista Cine Cubano le debe mucho. Considero, además, que fue humilde dentro de su grandeza, porque la vanidad no lo absorbió jamás”.
Entre sus galardones y reconocimientos, que abarcarían, honestamente, dos o tres párrafos, destacan el Premio Nacional de Literatura, Edición y la Distinción Por la Cultura Nacional, aunque testimonian personas cercanas que disfrutó sobremanera el premio Bayamo y la condición de Hijo Ilustre de la provincia de Granma.
Opuesto a los dogmas y parálisis del pensamiento era un polemista por excelencia, no porque adorara las contradicciones, sino porque sabía que en estas radicaba el desarrollo, y la cultura que prescindiera de las mismas, estaba llamada a la inercia o la muerte.
Consideraba fatal traicionarse y tenía en alta estima a quien lograra ser mejor persona para los suyos y la sociedad. La felicidad para él radicaba en que todo lo que hiciera tuviera la dignidad a la que él aspiraba e, inobjetablemente, su paso por la vida fue una muestra fehaciente de su fidelidad a este principio.
*Territorio perteneciente a Bayamo antes de la división político-administrativa de 1976.