
La fecha pasó inadvertida muchas veces, sobre todo porque el protagonista del cumpleaños siempre ha sido reticente a las alabanzas y es un partidario convencido de la sencillez y la moderación, valores ausentes en muchos pavos reales del presente, quienes, a diferencia de él, jamás dispararon un chícharo.
Sin embargo, a medida que transcurrió el tiempo, ha sido inevitable hacer la reverencia cada 3 de junio, día en que vino al mundo Raúl, cuyo segundo nombre (Modesto) engarza de manera sublime con su trayectoria.
En un proceso social con un protagonista tan gigantesco como Fidel, supo convertirse, a fuerza de historia y ejemplo, en otro referente incuestionable. Y supo dejarnos conceptos claves para la nación, que lamentablemente algunos no han podido o querido llevar a la práctica.
Fue él quien en medio del más crudo período especial, habló de la significación del “Sí se puede”, algo que mantuvo a lo largo del calendario como enseñanza de su hermano tras el reencuentro en Cinco Palmas. Ha sido quien más ha insistido en la necesidad de poner los oídos en la tierra (escuchar las preocupaciones populares), de abolir la falsa unanimidad y fomentar el pluralismo, de enterrar las chapucerías y la intolerancia.
Meticuloso y organizado, encarna al revolucionario que ciertos acomodados temen, pues sus verdades son mazazos contra la pereza, el parasitismo, el burocratismo y otros males que empañan y perturban la nación.
Nadie debería olvidar cómo, ante una rendición de cuentas de una provincia en el Parlamento cubano, hace casi 30 años, desenfundó la espada de la crítica para referirse sin tapujos al daño irreparable que provocan la mentira y la fiebre del globo inflado.
Lleva en su corazón una vocación de justicia, rectificadora de los errores, embestidora contra lo mal hecho, impulsora de transformaciones. Y nos ha repetido varias veces la importancia suprema de las instituciones, especialmente del Partido.
Imborrable también fue su discurso del 7 de julio de 2013, ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el que se refirió a numerosas enfermedades sociales que pueden derrumbar el país. A la sazón, estremeció a Cuba al reconocer públicamente que “a pesar de las innegables conquistas educacionales alcanzadas por la Revolución y reconocidas en el mundo entero por los organismos especializados de las Naciones Unidas, hemos retrocedido en cultura y civismo ciudadanos”.
Reafirmó además que “hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de 20 años de período especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás (…) No puede aceptarse identificar vulgaridad con modernidad, ni chabacanería ni desfachatez con el progreso; vivir en sociedad conlleva, en primer lugar, asumir normas que preserven el respeto al derecho ajeno…”.
Por una razón u otra esas palabras no han sido colocadas todavía en la cabecera de la nación, ni se ha generado un debate franco y abierto, que conlleve a acciones concretas de “los colectivos obreros y campesinos, los estudiantes, jóvenes, maestros y profesores, nuestros intelectuales y artistas, periodistas, las entidades religiosas, las autoridades, los dirigentes y funcionarios a cada nivel, en resumen, todas las cubanas y cubanos dignos”, como nos pidió en ese momento.
Uno de los homenajes verdaderos que le debemos a Raúl es volver sobre su discurso y terminar de actuar para lograr una sociedad más culta y plena, más íntegra y digna. No puede ser una campaña a raíz de su cumpleaños 91; tiene que ser, al margen de conocidas carencias con las que determinados personajes intentar justificar todo, una actitud ante la vida, un “Sí se puede” que rebase las cordilleras en las que él, junto a su hermano de sangre e ideas, libraron una guerra para alzar los valores y la patria.