
Más allá de disquisiciones teóricas, jurídicas, políticas, filosóficas, ideológicas, la familia es ese mundo construido con mucho amor, dedicación y esfuerzo. Más allá del edificio donde reside, es importante lo que generan sus miembros para los otros y entre sí, y lo que dan al exterior después de lo producido dentro.
En los últimos años, acompañan al cubano trascendentales cambios económicos, sociales, epidemiológicos y también jurídicos, que parecen mover (y mueven) la base de ese núcleo primigenio de toda sociedad, amén ideología y sistema político. Sin embargo, allá o aquí, antes o ahora, la familia sigue teniendo ese rol esencial en el desarrollo ontogenético de cada ser humano y ,por supuesto, también como phylum.
Unos con unas razones, otros con sus argumentos, ponen a delinear el ideal de familia que debe regir en la sociedad cubana. Y familia es tan heterogénea, diversa, plural como lo es la misma naturaleza del individuo, por ende, es difícil encerrarla en un vestido entallado, aunque se adorne con buenas galas, lo importante será no la elegancia, ni la calidad de la tela, sino la funcionalidad de ese sayón: si viste, abriga, arropa, va limpio y pulcro, que parece pero no es lo mismo, si dice de buenos principios, y muchas más cosas que hablan de la funcionalidad, pragmatismo, accesibilidad a sus miembros, crecimiento espiritual, y un largo etcétera.
Se han atacado entonces desde varios puntos estratégicos a la institución que si bien seguirá cumpliendo con sus cometidos históricos, necesita refrescar el arsenal jurídico que le apoye a llevar a vías de hecho sus principales funciones vitales sin menoscabar los derechos de ningún miembro.
Si le preguntan a un niño qué tipo de familia quiere, ellos y los privados del raciocinio dirán la verdad de un tirón, describirán con objetividad un grupo afiliado o no por la sangre, a donde lleguen con total confianza y a prueba de frustraciones en el mundo exterior. Pedirán un refugio, un sitio con meriendas, sonrisas, paz, golosinas, que permitan ser eternamente niños, e ir creciendo acompañados de afectos por el camino que cada cual elija con libertad.
Y es que más allá de nuevas normas, que a tono con el mundo llegan a Cuba con demora como la responsabilidad parental, entre otras que protegen y refuerzan los derechos de grupos etarios y minorías, la familia que necesitamos todos es esa que hable el lenguaje del amor, donde quepan todos independientemente de la capacidad de generar ingresos, de las condiciones mentales o de salud, de la orientación sexual y el género, la raza o color de la piel, la etnia y la ideología o religión.
La Cuba de hoy amerita una familia capaz de formar a un individuo funcional, sensible, abierto al diálogo y el respeto, necesita rescatar sus valores como rectora de la formación cívica, moral, educativa, con apoyo de las instituciones, no pasando la bola o la papa caliente, como suele suceder en materias o tópicos álgidos de la formación de las nuevas generaciones.
La familia que quiero es una donde se restablezcan los valores que un día fueron el máximo orgullo de nuestra sociedad y hoy lamentablemente no están en el mural cotidiano: como la honradez, la laboriosidad, la solidaridad y muchos otros que tanto usted como sus vecinos y amigos pueden mencionar.
Lo que se trata es de volverlos a poner en el centro de cada uno de los hogares, ya sean monoparentales, reconstituidos, multigeneracionales, homoparentales o de cualquier otra clasificación metodológica que debe redundar en ese espacio no físico y si mental del querer estar, querer pertenecer.