Golpes y voces del Chino Milán

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Por Osviel Castro Medel | 7 agosto, 2022 |
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El Chino Milán fue el mejor árbitro de los Juegos Olímpicos de Beijing (la foto es de una de las finales de ese evento) y de varios torneos internacionales. FOTO/Cortesía del entrevistado

Ha participado en dos Juegos Olímpicos (Beijing 2008 y Tokyo 2021), en tres campeonatos del mundo, en dos Juegos Panamericanos, cinco mundiales juveniles, varios Juegos Centroamericanos, en distintos torneos regionales… hasta completar 109 salidas al exterior.

Pero tanto vuelo por distintos continentes no ha inflado su pecho.  Juan Ramón Milán Ponce sigue siendo el mismo hombre sencillo que comenzó en el boxeo en la calle 11 del reparto bayamés Siboney, bajo la égida del activista Fidencio Duany “Chocolatico”.

“No fui de los estelares, pero tampoco de los del montón porque hasta gané medallas en categorías menores, me lesioné en un hombro y decidí dejar los guantes y golpes”, dice ahora este hombre nacido el 17 de septiembre de 1963 y que se hizo notar en los cuadriláteros del orbe cuando saltó a la profesión de juez-árbitro.

En esas faenas estuvo desde 1985 hasta 2010, con incontables reconocimientos, incluido el de mejor árbitro en los Juegos Olímpicos  de 2008, en la capital china.

Él, quien llegó al arbitraje empíricamente y luego pasó numerosos cursos, reconoce haber aprendido del estilo de varios imparciales vestidos de blanco, como Yolando Sánchez y Eugenio (Titi) Basulto, dos árbitros que se convirtieron en sus referentes.

“Admiré mucho también a Manuel Montoya y a algunos de Granma cuando yo comenzaba, pero al que siempre quise imitar fue a Titi, a quien yo le decía Padrino. Era muy respetado y elegante sobre el ring”, dice desde su casa en el reparto Granma, conocido popularmente como El Polígono.

En 2010 el Chino Milán, como lo llaman casi todos dentro y fuera de los cuadriláteros,  dejó las advertencias y voces de los imparciales y pasó a ser directivo, una tarea llena de complejidades. Hoy es metodólogo de la comisión nacional de boxeo, secretario general de la Federación Cubana,  vicepresidente del Comité de árbitros y jueces de la Confederación de América, además de oficial técnico internacional, instructor y evaluador de la Asociación Internacional de Boxeo (IBA, por sus siglas en inglés).

“Es bonito preparar a los demás árbitros, supervisar su trabajo, inculcarles el ideal olímpico y luchar contra prácticas amañadas. Por eso digo que si haber sido atleta y árbitro fue estimulante, esta tarea también resulta muy interesante y atractiva”, expone mientras visita, desde la capital, su terruño querido.

Milán protagonizó una de las escenas más memorables y asombrosas en la historia del pugilismo en el campeonato  mundial de 2003, en Bangkok, Tailandia. Allí, en la premiación del título del holguinero Mario Kindelán Mesa, se extravió la grabación del  Himno Nacional de Cuba, por lo que la ceremonia protocolar se demoraba demasiado.

“Yo estaba sentado en la mesa cinco para trabajar, pregunté qué estaba pasando y entonces cogí el micrófono y canté nuestro Himno bien alto, a capela. Lo más emocionante fue que todo el público se puso de pie y así se hizo la premiación solemnemente. Al final muchos aplaudieron, otros me dieron la mano o se hicieron fotos conmigo”, cuenta.

Y agrega que, como bayamés y cubano, no podía permitir que se premiara a un compatriota sin himno. “Pude haberme buscado un problema, porque yo era un árbitro invitado, no era parte de la delegación cubana, pero por suerte todos lo agradecieron. Hoy Kindelán, quien se emocionó mucho esa vez, me dice que yo soy como un padre para él”.

Precisamente a ese púgil, a Enrique Carrión y a Roberto Balado los tiene en la lista de boxeadores “más limpios y técnicos”, que no cometían faltas e impresionaban sobre el ring.

Añade que siente nostalgia y hasta un poco de tristeza al ver la situación del pugilismo granmense, con pocas figuras de renombre. “Antes se daban carteles en los barrios y comunidades; había mucho entusiasmo por el boxeo, pero eso se ha perdido. Hay que tratar de rescatarlo”.

El Chino dice que, aunque lleva años en la capital por razones de trabajo, no ha dejado de ser bayamés y retornará a su ciudad cuando termine “sus tareas” nacionales e internacionales.

“Yo siento por este pedacito de tierra. Lo llevo en el corazón, aquí está mi familia, mis cuatro hijos, Idel, Sairelis, Yanier y Yamileth, además de mi esposa Silvia. Es una pena que ya no viva mi madre, Enedina Ponce Arévalo, quien era la primera que me llamaba para que me fuera temprano a entrenar cuando era boxeador y luego disfrutó mis éxitos como árbitro.  A ella y todos los que me ayudaron, que son muchos y no quiero olvidar a ninguno, siempre les voy a decir: ‘Gracias’”.

 

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