
Nacidos del mismo vientre en el campestre Birán, se profesaban un amor incondicional y recíproco. Aunque al mayor de ellos dos, le correspondió la ardua tarea de intentar refrenar el espíritu rebelde del menor y encauzarlo para un objetivo supremo.
Ese niño travieso, a decir de Fidel: “Entonces un poco malcriado, al que tenía que regañarlo y en la casa siempre pelear con él…”, no hacía más que buscar la atención de aquel héroe cercano.
Aquel imberbe (Raúl) cinco años menor, era como un huracán impetuoso, rápidamente Fidel se dio cuenta que debía emplearse su inagotable fuerza, en cualquier empresa arriesgada, pero con un saldo positivo para Cuba. Por eso al escuchar los reclamos de sus padres sobre Raúl, pues mostraba inquietudes por la situación social de la zona y temían que se convirtiera en comunista- Fidel pidió llevárselo consigo para La Habana.
“Yo, cuando iba de vacaciones, escuchaba solo críticas de nuestros padres y les dije: Denme la responsabilidad, yo me ocupo de él, y entonces empecé. Él estaba por la libre allí. Más tarde, le di a leer algunos libros, le interesaron, le desperté el interés por el estudio y entonces concebí la idea de que él había perdido equis tiempo, que pudiera hacer estudios universitarios y había una vía, que era a través de la llamada carrera administrativa”.
Pero una vez en la capital, Raúl siguió la ruta de su paradigma, y se convirtió en un activista entre el estudiantado. A los dos los uniría ahora, además de los lazos familiares, una causa de por vida: el triunfo de una Revolución que desde un inicio se propuso dar fin a los males de Cuba, y ceñirle la corona de la libertad a un pueblo sufrido y pisoteado.
A SU LADO EN TODO COMBATE
De Fidel emanaba aquella ternura propia de quienes ven nacer a una criatura con la que se comparte el rojo flujo vital, por eso en él se mezclaron el cariño y la consideración hacia aquel que lo fastidió en el colegio La Salle, lo persiguió hasta La Habana; y lo siguió sin reparos en las acciones programadas para el 26 de julio de 1953.
No obstante, sintió como nunca antes, el temor propio de un hermano que enrola a otro en una misión riesgosa, y ello se lo confesó a Ignacio Ramonet en Cien horas con Fidel: “A Raúl, recién reclutado, lo envío con el grupo que debe cumplir una misión relativamente más peligrosa, importante, pero tampoco a mi juicio demasiado complicada. Sentía sobre mi conciencia todo el peso de la responsabilidad ante mis padres de incluirlo a su edad (22) en aquella audaz y temeraria acción”.
Después de los hechos del 26 de julio, estuvieron juntos en prisión. En carta enviada a sus progenitores, el Líder del Movimiento escribía: “Mis queridos padres: Espero me perdonen la tardanza en escribirles, no piensen que es por olvido o falta de cariño; he pensado mucho en ustedes y sólo me preocupa que estén bien y que no sufran sin razón por nosotros (…) No se molesten por nosotros, no hagan gastos ni derrochen energías. Se nos trata bien, no necesitamos nada. En lo adelante les escribiré con frecuencia para que sepan de nosotros y no sufran”.
Luego acompañó el actual General de Ejército, a quien también era su ídolo, a México. Regresó a su lado en el Granma, combatieron juntos en Alegría de Pío y se fundieron en un cálido y fraternal abrazo cuando al verse en Cinco Palmas, después de creerse muertos, volvió a renacer en ellos la certeza de la victoria.
Luego la Sierra Maestra los curtió como guerrilleros, y hasta el pequeño de los Castro Ruz, quien no era de abundante barba, también le nacieron esos pelos simbólicos distintivos de un ejército de barbudos, que hicieron realidad -el 1 de enero de 1959- el sueño libertario de los próceres de la independencia cubana.
Veinte días después Fidel declaró su confianza plena en Raúl para sustituirlo en caso de que pereciera: “Y para tomar las medidas de precaución, porque aquí hay que estar prevenidos contra todo, le voy a proponer a la dirección del Movimiento 26 de Julio, que designe al compañero Raúl Castro, Segundo Jefe del Movimiento 26 de Julio.
“Lo hago, no porque sea mi hermano -que todo el mundo sabe cuánto odiamos el nepotismo- sino porque, honradamente, lo considero con cualidades suficientes para sustituirme en el caso de que yo tenga que morir en esta lucha; porque, además, es un compañero de muy firmes convicciones revolucionarias, que ha demostrado su capacidad en esta lucha…”
En la clausura del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado en diciembre de 1975, el Líder Revolucionario hizo público su orgullo por su hermano menor: “En el caso del compañero Raúl, en realidad es para mí un privilegio que, además de un extraordinario cuadro revolucionario, sea un hermano. Esos méritos los ganó en la lucha y desde los primeros tiempos. La relación familiar sirvió para que lo enrolara en el proceso revolucionario…”.
El Comandante en Jefe reiteraría su confianza en su consanguíneo, una y otra vez: “La vida nos ha deparado muchas satisfacciones y muchas emociones, mucha suerte, y digo realmente que ha sido una suerte para nuestro Partido, nuestra Revolución y para mí, que hayamos podido disponer de un compañero como Raúl, de cuyos méritos no tengo que hablar, de cuya experiencia, capacidad y aportes a la Revolución no es necesario hablar. Es conocido por su actividad infatigable, su trabajo constante y metódico en las fuerzas armadas, en el Partido. Es una suerte que tengamos eso”.
“…A algunos compañeros que hablaban de cosas de seguridad, yo les decía: Cuiden a Raúl más que a mí, porque a Raúl le queda más juventud, más energías que a mí” y añadía: “Si fuera el imperialismo no andaría tratando de liquidar a Fidel, sino andaría tratando de liquidar a Raúl, porque yo le llevo unos cuantos años a Raúl. Espero que ustedes puedan contar con él mucho más tiempo”.
SU HÉROE Y MÁS CERCANO COMPAÑERO
El cuarto hijo de Ángel Castro y Lina Ruz sentía una grandiosa admiración por quien, con el paso de los años, se convertiría en el Líder indiscutible de la Revolución cubana, por eso el 7 de abril de 1993 declaró al periodista Mario Vázquez Raña, de El Sol de México, de donde le nacía aquella fascinación: “Ser hermano de Fidel es un privilegio. Siempre fue, desde la infancia, mi héroe; porque de todos los hermanos, yo soy el cuarto. Está una hermana, la mayor, después Ramón, un año después Fidel, cinco años después yo. O sea, que él, llevándome cinco años, era mi hermano inmediato superior. Y siempre fue mi héroe, mi más cercano compañero, pese a la diferencia de edad”.
Al hablar del tiempo en la prisión junto a Fidel, jocosamente Raúl le dice al periodista que no le fue tan mal, porque tuvo uno de los cocineros más famosos del mundo: “En la celda estaba la pequeña cama de él y pusieron otra para mí. La comida del presidio era malísima, pero nos permitían una pequeña hornilla eléctrica. Con lo que nos mandaba la familia y con la comida del presidio, todos los días me arreglaba el almuerzo. Él lo hacía para que yo me alimentara, porque era muy delgado y por la inactividad nunca tenía apetito, por tal motivo él me cocinaba”.
Entre las palabras dedicadas a su ídolo, una de las más hermosas, fueron aquellas expresadas en las conclusiones de la sesión constitutiva de la VII legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de las Convenciones, el 24 de febrero de 2008: “Fidel es Fidel, todos lo sabemos bien, Fidel es insustituible y el pueblo continuará su obra cuando ya no esté físicamente. Aunque siempre lo estarán sus ideas, que han hecho posible levantar el bastión de dignidad y justicia que nuestro país representa”.
Y posteriormente reafirmaría en el discurso de clausura del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, el 19 de abril de 2011: “Fidel es Fidel y no precisa de cargo alguno para ocupar por siempre un lugar cimero en la historia, en el presente y en el futuro de la nación cubana”.
En ellos también se podían vislumbrar a los personajes principales de la mayor obra de Miguel de Cervantes, pues Raúl fue el fiel escudero que acompañó a Fidel en cada una de sus hazañas, sobre todo en aquellas que como el ingenioso Hidalgo, buscaban hacer justicia en Cuba y el mundo. Para alegría de ambos uno terminó siendo -además- el mejor de los maestros, y el otro, el más avanzado de los discípulos.
Sin embargo, no hubo definición más genial sobre su relación que aquella que en una entrevista televisiva refirió el intelectual Alfredo Guevara: “Son dos seres que se completan, que casi sin hablar se distribuyen las tareas. Son dos hermanos pero no por la sangre, sino porque la Revolución los une de un modo indisoluble”.
Quizás por eso aunque el gigante de Birán no esté presente físicamente, su hermano menor -liberado actualmente de algunas responsabilidades y altos cargos- afirmó recientemente que se mantiene con el pie en el estribo, comunicando entre líneas que no huye del combate y que aún le restan por ganar batallas, en nombre de quien siempre peleó por la justicia, y lo convirtió a él en su más fiel escudero.