¿Oferta o cañona?

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Por Osviel Castro Medel | 10 septiembre, 2022 |
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En las afueras de la tienda La Experimental, en Bayamo, el cliente quiso comprar un pomo de lejía, anunciado a 115 pesos. Sin embargo, cuando estaba a punto de obtener el producto se percató de que formaba parte de una famosa “oferta”.

Es decir, que para llevarse lo deseado debía adquirir también una cazuela y un pellizco, dos artículos que al parecer forman parte de la Ley especial de las cañonas comerciales, implantada hace años para vender productos “de lento movimiento” -a los cuales suelen nacerles barbas en los estantes- o para recaudar dinero a toda costa.

A fin de cuentas, el ciudadano debía abonar 200 pesos, cifra con la que no contaba; de modo que intentó saber, dentro de la tienda, si era posible comprar solo la lejía. “No se puede”, “la oferta es así”, “es una estrategia” “debemos cumplir planes”, le dijeron.

“Es que no deseo una cazuela ni un pellizco, no me pueden obligar a comprar lo que no quiero”, ripostó el hombre. “Eso viene así, señor, se aplica en muchas tiendas”, replicó una dama dentro del recinto, una respuesta que casi llevó a pellizcarse al ciudadano, quien finalmente se marchó.

Sintiéndose pisoteado, el cliente observó otro experimento no lejos de esa tienda, exactamente frente a la mismísima dirección de Comercio de la provincia: “un combo”. Este, al igual que la “oferta”, consistía en la compra obligatoria de un champú de majagua y una loción hidratante… para poder hacerse de una frazada de trapear. En resumen, debía gastar 300 pesos para obtener la colcha-taladro, perforadora de bolsillos.

Lo cierto es que mientras él iba camino a su centro laboral, con una enorme insatisfacción a cuestas, le vinieron a la mente otros “combos” y “ofertas”, dignos de olvidar: un cesto, una cazuela y un pomo de gel antibacterial; una pomada de muralla y un champú medicinal; una lámpara y un cenicero; un jabón y una espiga eléctrica…

Repasó en su memoria que en décadas pasadas surgieron otras prácticas similares en la gastronomía, las cuales han ido ganando terreno para vender junto a la cerveza comestibles poco demandados.

¿Cómo será posible que lo más importante sea “la estrategia” recaudadora y no la complacencia a los clientes? ¿En qué lugar el ciudadano puede quejarse de estas imposiciones diabólicas que deben ser  definitivamente abolidas? ¿Por qué, en vez de aplicar estas disposiciones, no analizamos primero la calidad de los productos que entran en estos “abrazos” a la fuerza?, se preguntó el protagonista de estas líneas.

También meditó sobre una verdad como roca: el concepto de “oferta”, que en el buen comercio significa la puesta en venta de uno o varios artículos rebajados de precio, se ha convertido en un comodín engañoso, enemigo de la excelencia, sobre todo cuando se le pone el apellido de “especial”.

Pensó, finalmente, en las ocasiones en que se han publicado trabajos periodísticos sobre temas similares, que no encontraron respuesta, ni siquiera “convoyada” con una explicación; y llegó a la conclusión de que los clientes no deberían acostumbrarse a ofertas o a combos del agravio.