
Bayamo es considerada la ciudad donde primero se jugó oficialmente el ajedrez en Cuba, allá por el año 1518. No resulta un invento de este redactor; en el libro Bayamo y sus cosas, editado en Barcelona (1835), autoría de Antón Ruiz Valdespino, se expone que las principales autoridades de la naciente villa, entre las que se encontraban Manuel Rojas, jefe supremo de Bayamo, y Juan de Escribano, administrador de los bienes de Diego Velázquez, expandieron la práctica de este juego.
Algunos pudieran poner en duda ese hecho, porque cabe la posibilidad de que en Baracoa, surgida en 1511, dos conquistadores se hayan vestido de ajedrecistas antes del año señalado. Pero si Valdespino lo incluyó en su libro es porque al parecer en la hoy Ciudad Monumento el ajedrez se había convertido en algo más que un pasatiempo.
Esa inclinación al juego ciencia tuvo continuidad con Carlos Manuel de Céspedes y varios de los patriotas que conspiraron contra España. Perucho Figueredo, Francisco Maceo Osorio, Tristán de Jesús Medina, Francisco Vicente Aguilera y Fernando Figueredo desarrollaban partidas en la sociedad Filarmónica.
Vale recordar que Céspedes fue el primero en traducir del francés al español las 26 reglas primarias del ajedrez, aparecidas en el libro Leyes del juego de ajedrez, del maestro Louis Charles La Bourdonnais. El periódico El Redactor, de Santiago de Cuba, al publicar esta traducción, lo calificó como un «temible jugador».
Tampoco obviemos que hasta en los momentos más amargos de su existencia lo acompañaron los peones y las torres. El mismo día en que fue sustituido como Presidente de la República en Armas, el 27 de octubre de 1873, enfrentó tablero por medio a su «fuerte antagonista» Ramón Pérez Trujillo, uno de los que propuso la triste deposición.
Y el viernes 27 de febrero de 1874, pocas horas antes de morir en San Lorenzo, sostuvo en la mañana una partida con el capitán del Ejército Libertador José Lacret Morlot, prefecto de esa ranchería intrincada. Céspedes no solo era capaz de lidiar con los trebejos a la ciega, también ofrecía simultáneas. «Jugaba con los distintos opositores al ajedrez y rara vez se permitía perder», escribió en un libro su ayudante personal Fernando Figueredo.
Este mismo colaborador contó que el tablero y las piezas eran transportados a menudo, por los montes, por el burro, nombrado Masón, “que al sonar los disparos ponía las patas en polvorosa, aunque regresaba al campamento mambí, al renacer la calma”.
Con orgullo, la academia bayamesa de ajedrez lleva el nombre del Padre de la Patria y eso no lo podemos soslayar.
Por Bayamo pasaron, precisamente para prestigiar el torneo Carlos Manuel de Céspedes (1980-1998), los Grandes Maestros (GM) cubanos Jesús Nogueiras, Guillermo García, Amador Rodríguez, Reynaldo Vera, Walter Arencibia, Román Hernández y Silvino García (primer GM de la nación). También algunos de otras latitudes como el colombiano Alonso Zapata y los ex soviéticos Alexander N. Panchenko, Gennadi Timoshenko y muchos más del antiguo campo socialista.
Ahora, cuando la ciudad está de celebración, por el 509 aniversario de su nacimiento (5 de noviembre), deberíamos trazarnos como meta exaltar más a menudo esta otra parte poco contada de nuestra historia.