En el banco de un parque

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Por Luis Carlos Frómeta Agüero | 15 enero, 2023 |
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A veces pienso que Alberto Francisco Guerrero Peláez, es un nombre intrascendente para los manzanilleros, sin embargo, “Betico”, el que trabajó en la imprenta, deviene calificativo pintoresco y reconocido, o sea, el mismo personaje pero con intencionado marketing.

En él se tejen sólidas tradiciones costumbristas y miles de chistes, en su mayoría con cierto sabor etílico, que invitan al disfrute pleno de una copa de pensamiento, como parte indisoluble de los valores identitarios que lleva dentro.

Diariamente suele sentarse en un banco del parque Paquito Rosales, su hábitat mañanero, para compartir la tertulia con viejos amigos que rememoran las travesuras y anécdotas de sus andares por los años.

Un encuentro inesperado en su “puesto de trabajo”post laboral, fue suficiente para hurgar su vida, más allá del linotipo, las galeras, el plomo y el inconfundible olor a tinta de la imprenta El Arte que le abrió las puertas para adentrarse en ese fascinante mundo.

Su deporte favorito es el jaibol, aunque el strike a lo Pinilla le fascina a pesar de las reiteradas advertencias de su esposa para que aleje tan dañina práctica:

-Betico, no tomes más… -le suplica a ratos mientras encuentra en él la acostumbrada respuesta:

-No estoy bebiendo de más, vieja…es lo mismo de siempre…

Este singular hombre, jubilado de las artes gráficas, deja su impronta al pasar con válidas propuestas para un buen libreto del Festival del Humor Aquelarre.

-Betico, la bebida te está matando lentamente…-dicen algunos mientras la réplica no se hace esperar:

-Chico, ¿y quién te dijo que yo tengo apuro en morirme?

¡Ah!, pero si alguien le increpa para que tome con medida, siempre confiesa:

-Precisamente por eso llevo en el bolsillo una cinta métrica, para no irme de rosca en el trago.

Realmente mi amigo no es un clásico de la filosofía, ni mucho menos. Confía en la espiritualidad del hombre que aspira al mejoramiento humano, sus cánones existenciales sobrepasan lo apocalíptico, alejan la grosería, se imponen ante la vulgaridad y está presto a compartir la sonrisa con sus cotidianas ocurrencias.

Hace pocos días, se me acercó con cara de fiesta cumpleañera y me dijo:

-Chico, si de bebida se trata, lo único que lamento en mi vida es el no haber “tomado”, en su momento, el cuartel de bomberos de Manzanillo.

Y lanzando una carcajada se alejó rumbo a su casa.

 

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