Evitables y prematuras sombras

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Por Sara Rocío Álvarez Brito (Estudiante de Periodismo) | 22 febrero, 2023 |
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Sandra tiene la espalda contra el frío metal de la mesa obstétrica. Las manos de la chica están gélidas y los nervios recorren cada rincón de su pequeña figura haciéndola temblar un poco. Sus ojos son el reflejo de miedo e incertidumbre.

La presencia del médico le hace dirigir la mirada algo avergonzada hacia él. Los próximos minutos son agonizantes, cada segundo de espera genera nuevos pensamientos inquietantes. Finalmente, el galeno se sienta ante ella y la enfermera le transmite un poco de tranquilidad tomándole la mano con fuerza.

Siente en su entrepierna como aplica algún líquido de olor desagradablemente intenso y cuando empieza a sentirse entumecida, el instrumento es introducido para iniciar la verdadera agonía. Lágrimas brotan de sus ojos. Fuertes punzadas en su vientre la envuelven tortuosamente. De pronto, esa sensación de vacío, como si cada órgano de su interior fuera expulsado.

Todo ha terminado. Recupera poco a poco el aliento y trata de incorporarse notando la oscilación de sus extremidades, aunque la mayor inestabilidad le ha quedado en el corazón. Escucha del médico infinitas recomendaciones. Ansiosa, en el pasillo, su madre espera.

Sandra ha elegido el proceso de regulación menstrual como consecuencia de un embarazo no deseado a sus 17 años. Ella asumió la idea de que tener relaciones sexuales desprotegidas no acarrearía ningún contratiempo y ahora solo le queda el sabor amargo del arrepentimiento.

A partir de este momento guarda en sus páginas de vida la experiencia que no desearía, ni por un segundo, volver a vivir. La responsabilidad es su mejor aliada y tener relaciones sexuales sin protección ya no es una opción. El mundo tiene otro sentido, no hay espacio para la insensatez. Los golpes de la vida enseñan y Sandra ha aprendido.

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