Juan Clemente Zenea Fornaris: El más alto representante del romanticismo cubano

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Por Gislania Tamayo Cedeño | 24 febrero, 2023 |
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Este día del año 1832 nació en Bayamo, Juan Clemente Zenea Fornaris. Su padre un teniente español y su madre, hermana del poeta cubano José Fornaris.

Cursó las primeras letras en una escuela privada de su ciudad natal.

Huérfano de madre desde muy pequeño. Su padre se vio obligado a regresar a España cuando aún el futuro poeta era muy joven.

A los trece años de edad en 1845 se traslada a La Habana donde su talento literario pronto le abre caminos en el periodismo.

Ingresa en el colegio El Salvador, de José de la Luz y Caballero, donde amplía sus conocimientos intelectuales. Parte de su formación es autodidacta, a pesar de tener la influencia de su tío José Fornaris.

Tuvo un gran dominio en la literatura cubana al retomar el Romanticismo, marcando una nueva línea de influencia en la
poesía hispanoamericana.

En La Habana conoce a la poetisa y actriz Adah Menken quien visitaba Cuba con una compañía de Nueva Orleans. Ella le ayuda a perfeccionar sus conocimientos de inglés y francés.

Entre ambos surge una relación amorosa y escribe uno de los poemas más hermosos que se conocen de su obra “Fidelia”.

Bien me acuerdo! –Hace diez años!
y era una tarde serena!
Yo era joven y entusiasta,
pura, hermosa y virgen ella!
Estábamos en un bosque
sentados sobre una piedra,
mirando a orillas de un río
como temblaban las hierba

Yo no soy el que era entonces
corazón en primavera,
llama que sube a los cielos,
alma sin culpas ni penas!
Tú tampoco eres la misma,
no eres ya la que tú eras,
los destinos han cambiado:
yo estoy triste y tú estás muerta!

Le hablé al oído en secreto
y ella inclinó la cabeza,
rompió a llorar como un niño
y yo amé por vez primera.
Nos juramos fe constante,
dulce gozo y paz eterna,
y llevar al otro mundo
un amor y una creencia.
Tomamos ¡ay! por testigos
de esta entrevista suprema,
unas aguas que se agotan
y unas plantas que se secan!…
Nubes que pasan fugaces,
auras que rápidas vuelan,
la música de las hojas,
y el perfume de las selvas!

No consultamos entonces
nuestra suerte venidera,
y en alas de la esperanza
lanzamos finas promesas;
no vimos que en torno nuestro
se doblegaban enfermas,
sobre los débiles tallos
las flores amarillentas;
y en aquel loco delirio
no presumimos siquiera
que yo al fin me hallara triste!
que tú al fin te hallaras muerta!

– – – – – – – – – – – – – – – –

Después en tropel alegre
vinieron bailes y fiestas,
y ella expuso a un mundo vano
su hermosura y su modestia.
La lisonja que seduce
y el engaño que envenena,
para borrar mi memoria
quisieron besar sus huellas;
pero su arcángel custodio
bajó a cuidar su pureza,
y protegió con sus alas
las ilusiones primeras:
conservó sus ricos sueños
y para gloria más cierta
en el vaso de su alma
guardó el olor de las selvas;
guardó el recuerdo apacible
de aquella tarde serena;
mirra de santos consuelos,
áloe de la inocencia…

–Yo no tuve ángel de guarda
y para colmo de penas
desde aquel mismo momento
está en eclipse mi estrella;
que en un estrado una noche,
al grato son de la orquesta,
yo no sé por qué motivo
se enlutaron mis ideas;
sentí un dolor misterioso,
torné los ojos a ella,
presentí lo venidero:
me vi triste y la vi muerta!

– – – – – – – – – – – – – – – –

Con estos temores vagos
partí a lejanas riberas,
y allá bañé mis memorias
con una lágrima acerba.
Juzgué su amor por el mío,
entibióse mi firmeza,
y en la duda del retorno
olvidé su imagen bella.
Pero al volver a mis playas
¿qué cosa Dios me reserva?…
Un duro remordimiento,
y el cadáver de Fidelia!

Baja Arturo al Occidente
bañado en púrpura regia,
y al soplar del manso Alisio
las eolias arpas suenan;
gime el ave sobre un sauce
perezosa y soñolienta,
se respira un fresco ambiente,
huele el campo a flores nuevas;
las campanas de la tarde
saludan a las tinieblas,
y en los brazos del reposo
se tiende naturaleza!…
¡Y tus ojos se han cerrado!
¡Y llegó tu noche eterna!
Y he venido a acompañarte
y ya estás bajo de tierra!…

Bien me acuerdo! –Hace diez años
de aquella santa promesa,
y hoy vengo a cumplir mis votos,
y a verte por vez postrera!
Ya he sabido lo pasado…
Supe tu amor y tus penas,
y hay una voz que me dice
que en tu alma inmortal me llevas.

Más… Lo pasado fue gloria,
pero el presente, Fidelia,
el presente es un martirio,
¡yo estoy triste y tú estás muerta!

 

En 1852 se estableció en Nueva York y reanuda sus relaciones con Adah Menken. Se inscribió al club El Orden de la joven Cuba y colaboró en El Correo de Luisiana, El Independiente y Faro de Cuba, en el que aparecieron sus campañas contra el gobierno español.

A su regreso a Cuba (1854) colaboró en la Revista de La Habana y en Brisas de Cuba. Desde 1855 publicó en pliegos sus Cantos de la tarde, que aparecieron completos en 1860, y dirigió la Revista Habanera (1861-1862). En 1865 emigró de nuevo a Nueva York desde donde pasó a México. Allí conoce del alzamiento de Céspedes, e intentó desembarcar en Cuba, pero fracasó y regresó a Nueva York (1868), donde colaboró en La Revolución.

Redactó junto a Idelfonso Estrada Zenea, El Almendares y
colaboró en La Voz del Pueblo. Junto a otros coterráneos se levantó contra el siboneyismo, al comprender que tal movimiento no era más que una forma peculiar de la decadencia romántica.

Ejerció como profesor de inglés en el colegio El Salvador. Cuando intentaba regresar a Estados Unidos, después de una infructuosa entrevista con Carlos Manuel de Céspedes, presidente de la República en Armas, es sorprendido por una columna española y detenido, a pesar del salvoconducto que le había entregado el embajador de España en Estados Unidos.

Colaboró en Guirnalda Cubana, La Piragua, Brisas de Cuba, Floresta Cubana, Revista de La Habana, El Regañón, Álbum cubano de lo bueno y de lo bello, La Chamarreta, El Siglo, Ofrenda al Bazar, Revista del Pueblo, de Cuba, y en las publicaciones españolas La Ilustración Republicana Federal y La América, donde publicó una serie de artículos sobre literatura norteamericana.

Va a prisión y allí escribió 16 composiciones que fueron reunidas póstumamente bajo el título Diario de un mártir.

Mientras esperaba el desenlace de la condena, Zenea escribió un largo poema titulado Infelicia, donde recordaba los días felices vividos junto a Adelaida Mac Cord.

¨Del baile y de emociones fatigados
Salimos al jardín a errar dichosos;
En frente de un ciprés nos detuvimos,
Y en el sabroso platicar, sentados
Al pie de unos rosales olorosos,
¡Oh! ¡Qué cosas tan dulces nos dijimos!
Y la tristeza de la separación definitiva:
Los hados implacables
Entre nosotros dos, dando un gemido,
Como abriendo los antros de la muerte,
Nos abrieron abismos insondables
De soledad separación y olvido¨

Tras ocho meses de incomunicación en la fortaleza de La Cabaña, en La Habana, es fusilado en 1871 en el foso de los Laureles.

Póstumamente aparecieron Poesías póstumas (1871) y Poesías completas (1872).

 

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