Este jueves, 13 de abril, se celebra el Día internacional del beso, efeméride que recuerda el beso más largo de la historia. Una muestra de cariño y afecto que pasó a ser casi una competición deportiva de resistencia, que duró nada más y nada menos que 58 horas.
Este icónico beso fue protagonizado por una pareja de novios en Tailandia, que participaba en un concurso. Su eterna representación del amor y la complicidad en pareja hizo que a partir de entonces, cada 13 de abril, se celebrara el Día internacional del beso.
Los besos, localizados en el exterior de la boca, a pesar de su reducido tamaño encierran un universo de sensaciones, son la parte del cuerpo que mayor número de terminaciones nerviosas tienen. Solo hay una parte del organismo humano que puede competir con los labios en cuanto a explosión de experiencias sensoriales: la yema de los dedos.
Los labios están formados en su constitución por numerosos receptores que tienen la capacidad de contener casi una vida propia en su interior. Perciben, exploran y transmiten una información al cerebro que casi siempre suele ser grata para el ser humano.
Este flujo informativo se transporta y equilibra en las neuronas conformando lo que todos conocen como un buen beso, capaz de provocar reacciones en una persona que muchas veces ni imaginaríamos.
Puede ser, por ejemplo, el motivo de que alguien se despierte a pesar de estar profundamente dormido, o que recupere la calma en un momento de tensión, incluso que encuentre la excitación sexual en décimas de segundo.
Todo provocado por esa capacidad de transmitir información que se traduce en sensaciones a veces indescriptibles.
Pues a besarse entonces.