
Pocos lo conocen por su nombre en Guamo Viejo, la comunidad riocautense donde reside hace más de tres décadas y en la que se ha convertido en un gran personaje. Le dicen Machazo, un mote con el que ha caminado gran parte de sus 67 años.
“Eso me lo puso un carpintero cuando yo era niño y así me quedé”, expresa este incansable activista deportivo, llamado Enrique Acosta Domínguez.
Él es famoso por haber captado atletas de baloncesto, balonmano, judo, lucha y remo, algo que hacía desde el empirismo, pero con unos resultados excelentes.
“En el año 1986 dirigió el equipo de la provincia categoría 11-12 años, que alcanzó el primer lugar en la Copa 4 de Abril en Tarará, esta fue la primera medalla de oro alcanzada por Granma en el baloncesto escolar después de la División Político-administrativa ”, subraya sobre él la enciclopedia digital cubana Ecured.
“Solo estudié hasta el noveno grado, pero nunca dejé de prepararme, de leer bibliografía deportiva, ni me di por vencido cuando no tenía los recursos. ¿Sabes cómo es? Hasta con una güira entrené el pase del balonmano”, expone mientras sonríe.
Para él, lo más importante fue ganarse la confianza de los padres, una condición esencial en el trabajo del entrenador. “Yo visitaba a mis alumnos en la casa de cada uno y eso me ayudaba a conocerlos mejor”.
Por esa compenetración con los progenitores, pudo llevarse a sus pupilos a incontables competencias, a las que viajaba, incluso, “por la libre”. “No te puedo decir las veces que nos fuimos para Jobabo, Río Cauto o Santiago a jugar. Los padres sabían que yo no dejaba a los muchachos corretear ni andar con travesuras”, acota.
Merecedor del premio a Por la obra de la vida, de la medalla Mártires de Barbados y de la condición de vanguardia nacional, Machazo ha descubierto a decenas de niños que luego pasaron a la Eide o a otras escuelas de alto rendimiento (hasta nacionales). “Me dicen que soy un cazatalentos y no es mentira. Tengo ojo clínico para saber cuándo un niño va a ser bueno en un deporte”, reconoce.
La mayoría de sus captaciones las hizo en la escuela rural primaria Tony Alomá, pero no dejó de recorrer sitios apartados de su municipio, en ocasiones para montar una actividad físico-recreativa, en otras para organizar campeonatos de base.
Hace unos días, cerca del referido centro docente, recibió una sorpresa. Se acababa de jubilar y la comunidad de Guamo Viejo realizó una vibrante actividad de despedida. Sintió cómo se le hacía un nudo en la garganta mientras leían pasajes de su existencia, le regalaban presentes o exalumnos lo abrazaban para darle las gracias.
“Si seguían poniéndome por la nubes, me iba a dar una cosa”, sentencia jocosamente.
Ese supuesto adiós está por verse todavía. Cuando La Demajagua le preguntó sobre cómo vive el retiro, este entrenador distinto respondió: “No sé si vuelva. Me pueden hacer un contrato. Echo de menos a mis alumnos”.