Va contando sus experiencias académicas y mientras uno la escucha va comprendiendo cuánta neurona ha tenido que quemar en sus 35 años. No solo porque, a los 33, logró alcanzar el título de Doctora en Ciencias Químicas en la universidad alemana de Rostock o porque fue máster desde 2017, sino también por sus encumbradas calificaciones cuando estudiaba en la Universidad de Oriente, (Santiago de Cuba) o en el IPVCE Silberto Álvarez Aroche.
Precisamente en ese preuniversitario, ubicado a unos nueve kilómetros de la ciudad de Bayamo, Marian Blanco Ponce se enamoró de la Química, una materia que muchos califican como compleja.
“Fui concursante de la asignatura, pero no era muy buena”, dice sonriendo esta joven residente en el reparto Pedro Pompa, de la capital provincial.
Ahora mismo recuerda que su profesor Reinaldo Ballester fue uno de los que la preparó en el IPVCE, un lugar donde recibió lecciones de muchos otros profesores, y esas enseñanzas le sirvieron para el futuro.
La Universidad, en la que cursó la carrera de Licenciatura en Química (popularmente conocida como Química Pura), fue otra gran casa porque “estudiaba casi sin parar. En una sección teníamos las conferencias y en la otra los turnos de laboratorio. Apenas éramos seis alumnos en el grupo y no había posibilidad de eludir un seminario. Mientras los de otras carreras estaban en una recreación por la noche nosotros estábamos estudiando”.
Marian comenzó su vida laboral en 2011, en el laboratorio de Biotecnología Vegetal del Instituto de Investigaciones Agropecuarias Jorge Dimitrov, en Bayamo, donde venció el servicio social. “Me gustó pasar por allí, aprendí mucho con gente muy buena y de gran conocimiento; fue donde tuve el primer choque con la investigación, es un lugar en el que se investiga cantidad. Ahí llegaron los eventos en distintas provincias, los cursos y las publicaciones. Mi tutor, Elio Lescay, me estimulaba a participar en todo lo que me aportara a mi crecimiento profesional. Luego, a los tres años, pasé a la Universidad de Granma (UdG)”, cuenta.
En esa Alma Mater inició como profesora del Centro de Estudios de Química Aplicada, un sitio en el que se le abrieron otras puertas y creció el deseo de superación. Así, en el año 2015, por la colaboración existente entre la UdG y la Universidad de Rostock, viajó tres meses a esa institución alemana. Una historia asombrosa se abría.
DOCTORADO VS PANDEMIA
Marian visitó Alemania por primera vez en 2015, para recibir un curso de entrenamiento; encontró “una tecnología totalmente diferente, con un equipamiento muy novedoso”. Allá tuvo el privilegio de tener como profesor a Peter Langer, quien tiene varios doctorados Honoris Causa, concedidos por universidades de diferentes países.
“Yo no sabía una pizca de alemán, pero tuve la suerte de ir junto con un colega que entonces trabajaba en la UdG, Rodisnel Perdomo, y me ayudó en la comunicación, al regresar vine con un proyecto de doctorado y ahí inició otro reto inmenso”, relata.
Después de incontables trámites y “papeleos” en Granma, Santiago de Cuba y La Habana, de traducciones, aprobaciones, etc. se concretó otro viaje a Alemania, pero por 11 meses, un lapso en el que perfeccionó el idioma inglés, con el cual discutiría su tesis.
Volvería otras dos veces a aquella nación en la que hizo “magníficas amistades, con profesionales de Nepal y de Hungría”; también coincidió con jóvenes de Letonia, Armenia, Argelia, Georgia, Rusia, Alemania, Bolivia, Colombia, Perú, Argentina, Vietnam y otras naciones.
En julio de 2019 partió de nuevo para concluir su tesis y discutirla al año siguiente, pero a los meses se encontró con una novedad: fue cerrada la Universidad de Rostock por la COVID-19 y Marian tuvo que permanecer hasta diciembre de 2021.
“Yo pensaba regresar en junio de 2020, que era cuando debía terminar. No fue así, estuve sin poder venir a Cuba hasta diciembre de 2021”.
Discutió su tesis de doctorado (Síntesis de compuestos heteroaromáticos policíclicos mediante reacciones de acoplamiento cruzado catalizadas por Pd, metátesis de carbonilo-alquino y cicloisomerización mediada por ácido), cumpliendo estrictas medidas de seguridad, con poco auditorio y en un aula imponente. Realizó su exposición en inglés durante 30 minutos y luego respondió preguntas por espacio de una hora. Fue el 12 de octubre de 2021.
En ese tiempo, alejada de Cuba, no dejó de comunicarse con sus padres, Hilario y Miriam, ni con su hermano, Yoandro. Y tuvo que imponerse a una de las pruebas más difíciles de la vida pues su progenitor fue atacado por una agresiva enfermedad.
“Pude regresar y dedicarle mi doctorado, que era lo que más él quería. Ya estaba muy enfermo. Lo acompañé durante seis meses, hasta que falleció, me queda la satisfacción de que me vio terminar”, dice y rompe a llorar.
EL MAYOR PREMIO
Marian, quien no necesita ensayar la modestia o la humildad, suma entre sus lauros científicos el reconocimiento del CITMA- de Granma por su investigación científica destacada en 2022 y el Premio del Rector en la categoría de profesor joven de mayor contribución a la investigación científica, tecnológica y la innovación (2021).
Hace unos días conoció del estímulo más importante: el premio nacional de la Academia de Ciencias de Cuba (2022).
“El premio lo presentamos a finales del año pasado. Es el resultado de dos tesis de doctorado, la mía y la del Doctor en Ciencias Rodisnel Perdomo Rivera. También son autores el Doctor en Ciencias Eugenio Torres Rodríguez y los Doctores de la Universidad de Rostock Peter Langer y Peter Ehlers.
“En la propuesta se presentó la síntesis de 231 nuevos compuestos herocíclicos funcionalizados, la novedad del trabajo radica en el desarrollo de nuevos procedimientos sintéticos que tiene lugar con elevada regio- y quimioselectividad”, expresa esta talentosa mujer.
Marian se considera “una joven normal”, que sonríe, gusta de las fiestas, compartir con la familia y los amigos, se ha dedicado a estudiar y todavía no ha podido crear familia propia, una aspiración pospuesta por tanta carga académica.
Piensa que no ha hecho “nada del otro mundo”, que “un doctorado lo puede hacer cualquiera, si tiene apoyo”.
“Hay que ser constante. Lleva su esfuerzo y tiempo, eso sí. Muchas personas tienen una historia más consolidada, han hecho más y ahí están, sin creerse cosas. Así debe ser”.
Para ella, detrás de cada obra hay siemppre muchas personas. “Yo tengo que agradecerle a tanta gente…incluso, a algunos que me ayudaron sin conocerme. Están mis maestros y profesores desde el círculo infantil hasta hoy, mis compañeros de la Universidad, mis vecinos y mis familiares. A todos les debo mi crecimiento como profesional y sobre todo como ser humano, que es lo más importante”, concluye, con total sencillez, mientras sus ojos parecen viajar al futuro.
