Nunca olvido aquellos “amigos” que por poco se van a los puños en pleno graderío del estadio Mártires de Barbados, en Bayamo.
Uno de ellos fumaba sin parar y echaba el humo a diestra y siniestra, hasta que el otro le reclamó: “Compadre, me estás matando con el cigarro”. Sin embargo, el fumador ni se dio por enterado. Continuó, casi con una sonrisa en los labios, exhalando su hilillo contaminante al aire.
“Te digo que me molesta el humo y sigues”, volvió a protestar el afectado. Mas todo prosiguió igual. Entonces se acercó al del cigarro y le pisó levemente la punta de un zapato.
“¿Ah, te volviste loco? Por menos que eso cualquiera te da un piñazo”, gritó a la sazón el que había pasado a la categoría formal de pisoteado. “Yo te estoy haciendo lo mismo que tú a mí, pero de una forma diferente”, replicó el otro.
Lo cierto es que el ambiente se calentó al extremo y si ellos no terminaron boxeando fue porque intervinieron varios espectadores, que de momento olvidaron las incidencias del juego de pelota.
No quiero dar la razón a ninguno de los dos, pero traigo el capítulo a estas páginas, para reflexionar sobre cómo en numerosos espacios públicos se sigue violando el derecho de las personas a no aspirar el humo ajeno.
Conozco fumadores que, respetando a sus semejantes, se van a una esquina, miran la dirección del viento, demoran en entrar a una oficina con aire acondicionado después de haber devorado un cigarrillo, pero sé de otros que lanzan una boconada “tabaquística” en escenarios deportivos, en oficinas herméticas o en el transporte público, sin importar el daño y la irritación que causan en los demás.
Conozco vecinos que lanzan las colillas desde pisos superiores –nunca en el cenicero propio-, en señal de que poco interesa si caen en la persiana de tu casa o si el olor a cigarro penetró en tu cuarto hasta el amanecer.
Es cierto que el tema se ha hecho reiterativo en páginas como esta, pero deberíamos seguir insistiendo en la idea de que fumar pasivamente resulta un problema de salud en nuestro país.
“Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año fallecen en todo el planeta más de ocho millones de personas a causa del tabaco. Más de siete millones de estas defunciones se deben al consumo directo y alrededor de 1,2 millones son consecuencia de la exposición de no fumadores al humo ajeno”, expone la periodista María Sánchez-Monge en la página web CuídatePlus, dedicada a temas de salud.
Ese propio medio reitera que el humo dejado por el fumador en el aire contiene “hasta tres veces más nicotina y alquitrán, y cinco veces más de monóxido de carbono”, que el humo de “la corriente principal”. Y eso puede originar diversas enfermedades pulmonares o cardiovasculares.
Claro, junto a estas “miradas médicas”, debe ir inexorablemente la otra: la de la convivencia y el respeto, que marcó el inicio de estas líneas.
Sí, porque algunos parecen burlarse del cartelito del “No fumar” o del sentido común. Es como si le dijeran: “Fume todo lo que pueda y bañe a los demás con su humito, es lo más rico del mundo. Goce y haga gozar a quienes lo rodean”.
¿Qué tal si los no fumadores, contaminados del humo de un circundante, hicieran lo mismo que el hombre de estos párrafos y le pegaran el pie al zapato de quien fuma a su lado? Sería una grotesca guerra de pisotones y cigarros, de pisoteadores contra lanzadores de humo. Una contienda absurda, pero no irreal. En cualquier caso, lo ideal es evitarla a toda costa.