Poco después del golpe de estado del 10 de marzo de 1952, encabezado por el dictador Fulgencio Batista contra el electo constitucionalmente presidente Carlos Prío Socarrás se derogó la Constitución de la República vigente desde 1940 y se estableció una dictadura feroz.

Este batacazo marcó un punto de desviación en la historia de la Cuba de entonces. La compleja situación en el orden económico, político y social, además la expansión de los Estados Unidos por las Américas mantenía a la Isla en sus propósitos.

Las consecuencias tuvieron su mayor repercusión en el plano político porque contribuyeron a crear una situación revolucionaria en toda aquella aguerrida juventud que despuntaba con profundos intereses patrios.

El momento exige la movilización urgente del pueblo.

Fidel Castro, joven revolucionario con una vasta preparación política puso al desnudo las verdaderas intenciones de la asonada, denunció sin rodeos a su cabecilla y encontró el camino razonable para combatir con éxito a la tiranía: desencadenar la insurrección armada popular.

Fidel expresó públicamente en un manifiesto escrito pocas horas después del cuartelazo.

“Su golpe es (…) injustificable, no se basa en ninguna razón moral sería ni en doctrina social o política de ninguna clase. (…) Su mayoría está en el Ejército, jamás en el pueblo. Sus votos son los fusiles, jamás las voluntades; con ellos puede ganar un cuartelazo, nunca unas elecciones limpias…”.

Surge así la Generación del Centenario que debe su nombre al natalicio del apóstol José Martí.  Revivir las enseñanzas patrióticas y antimperialistas con el fin de derrotar no solo a la dictadura batistiana, sino realizar una revolución que cambiara la triste realidad que se vivía en Cuba era el mejor homenaje a nuestro Héroe nacional. La lucha armada era la vía para la liberación del pueblo cubano.