Nadie es mejor que nadie

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Por Yelandi Milanés Guardia | 21 agosto, 2023 |
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quellas palabras proferidas por un joven retumbaron en mis oídos y no pude evitar la indignación, cuando escuché decirle a otro que le había ensuciado sus zapatos, que tuviera más cuidado porque su calzado valía más que él, demostrando con esa comparación que tiene en muy baja consideración a las personas.

Por mucho que trato de ponerme en el lugar del novel, no encuentro razones para sentir desprecio por alguien que, sin proponérselo, ensució un zapato que fácilmente puede limpiarse.

Este pequeño pero desagradable ejemplo de la vida cotidiana nos da la medida de que aún quedan muchas personas tan egoístas, que no solo se creen mejores que los demás, sino que llevan a un punto más alto su altanería, y creen que cualquier posesión personal supera la valía de nuestros semejantes.

¿Cómo es posible que podamos creer que un artículo tiene más valor que un ser humano?, cuando, en honor a la verdad, ese bien material existe porque lo creó una persona, como la mayoría de las cosas que hoy disfrutamos en este mundo.

Creo que de alguien que piensa así no se puede esperar nada bueno, porque al final no somos ni mejores ni peores que los demás, solo somos humanos que, aunque a veces muchos lo olviden, tenemos mucho en común con nuestros semejantes. De hecho, esta palabra denota cuánto de parecidos tenemos.

Hay ejemplos que sería bueno tener en cuenta para bajarle la dosis de grandeza a muchos que van creyéndose que el mundo gira en torno a ellos.

Otro aspecto a tener en cuenta es que el astro rey sale para todos, sin hacer distinciones, y que la lluvia moja tanto el techo de los ricos, como la casa de los pobres.

El aire llena de oxígeno los pulmones tanto de quienes poseen millones, como de aquellos que cuentan centavos, y de seguro usted coincidirá conmigo en que los árboles no dejan caer frutos delante de los millonarios, de hecho es muy difícil, porque ellos no desandan los bosques, como los pobres, para encontrar alimentos que alivien su hambre.

Las enfermedades, cuando irrumpen, no hacen excepciones con aquellos que tienen títulos nobiliarios o cargos importantes, los igualan al pobre desprovisto de todo, el cual a veces corre con más suerte y puede salvar su vida, ante alguien que tenía mucho dinero pero más debilitada la salud, o un sistema inmune menos competente.

Y qué hablar de la muerte, esa que no hace distinción de tamaño, edad, sexo, nacionalidad, clase social o estatus económico, y que demuestra que nada nos libra de ella.

Oportuno resulta para este comentario el epitafio de una tumba en el que decía: “Mortal, ningún título te asombre, polvo eres, polvo, cualquier otro hombre”.

Sé que habrá quien reflexione sobre estos y otros ejemplos, y comparta el criterio de que nada es motivo para sentirnos superiores o inferiores a ningún ser humano y que la forma como tratamos a los demás dice mucho de lo que hay en nuestro corazón.

Ojalá algún día todos entiendan que amar al prójimo como a nosotros mismos, no es solo una máxima religiosa, sino la fuente del amor incondicional y fraterno que puede salvar al mundo, de aquellos que lo afean pensando que los bienes materiales los hacen mejores, y que por ello valen más que otras personas.