Aquel octubre tremendo (I)

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Por Martín Corona Jerez | 10 octubre, 2023 |
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La historia de Cuba comienza a ser otra con los muchos e importantes acontecimientos ocurridos en octubre de 1868, tanto patrióticos como de otros órdenes, todo lo cual deviene reto y oportunidad para repasarlos, opinar, honrar a héroes y mártires, entender mejor las raíces de un pueblo adorable, respirar aires purificados por las hazañas y llevar energías nuevas al alma.

A ello desean contribuir estos apuntes, sin pretender novedades y haciendo énfasis en la actual Granma, que también entonces empezó a cristalizar como la más cubana de las provincias de Cuba y, en ese andar, entregó hombres, mujeres, actos y escenarios sin los cuales es imposible referirse a las esencias de quienes habitan la mayor de las Antillas.

Hace 155 años, nacía un pueblo peleando por la independencia, la justicia social y el progreso; pero la guerra está entre los métodos menos humanos de los hombres para dirimir sus diferencias, tiene consecuencias incalculables y genera tantos conflictos, que ninguna debiera considerarse victoriosa.

Pese a estas duras verdades, lo que la humanidad terrestre denomina historia no pasa de ser una sucesión de guerras fratricidas, entre hermanos, a quienes la ignorancia no les permite otro modo de solucionar discrepancias.

Algún día las luces de la cultura verdadera ubicarán donde corresponde a héroes y mártires de las ciencias, las artes y las guerras, sin detrimento para ninguno.

Que constituyan métodos inhumanos no resta a las guerras razones para existir, porque forman parte de las catástrofes, naturales y sociales, llamadas a acelerar el desarrollo integral de las colectividades pensantes.

Obligado por sus enemigos, el cubano se mostró belicoso, no porque le complazcan los horrores de la muerte y la destrucción, sino, al contrario, buscando la paz, la colaboración constante con sus iguales y la marcha sostenida hacia la felicidad.

Estos principios quedaron claramente expresados en el primer documento medular de la historia revolucionaria del país, el Manifiesto del 10 de Octubre, expresión inequívoca de que su autor, Carlos Manuel de Céspedes del Castillo, era el líder político e intelectual de aquella generación de patriotas.

COMIENZA EL DÍA

Las gestas independentistas constituyen el período más estudiado de la trayectoria nacional, debiera ser el mejor conocido, pero no es así, según enseña  la marcha posterior del país. Aquí pesan insuficiencias investigativas y de aprendizaje, copias de errores, pasiones humanas y hasta regionalismos persistentes e inexplicables en políticos, educadores e historiadores formados entre los prometedores brillos de la ciencia y otras modernidades.

Ningún humanos es capaz de acceder a toda la verdad y el intento de comparar personas malgasta energías necesarias para evaluarlas respecto a sus deberes.

Las generalidades mencionadas emergen cuando se lee acerca de octubre de 1868, especialmente lo referido al liderazgo del proyecto patriótico.

Más de tres siglos de brutal explotación colonial por parte de España, habían creado condiciones que pondrían fin, de una u otra manera, a aquella violación de las leyes naturales, humanas y divinas.

Un pueblo nuevo completaba la formación como cultura, patria, nación, nacionalidad y eticidad, y sus representantes mejor instruidos veían la guerra como única vía para situarlo en el lugar que le corresponde.

En agosto de 1867, entraban en su etapa decisiva los preparativos de un combate de colores imprevisibles, y un año después andaban insuficientes, repletos de opiniones divergentes, improvisaciones y debilidades conceptuales, aunque representantes de algunas zonas de las vitales provincias de Oriente y Camagüey evaluaban fechas posibles para el levantamiento.

El 14 del citado mes, se constituye el Comité Revolucionario de Bayamo, cuyos jefes resultan Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y Pedro (Perucho) Figueredo. Es un paso trascendental, y el ejemplo llega a otras comarcas, pero no da razones suficientes para otorgar a Aguilera el liderazgo del movimiento, menos en un país colmado de regionalismo, una de las causas básicas del fracaso de la contienda y de tropiezos posteriores de la nación.

Como principal líder de los independentistas, que necesariamente no quiere decir aceptado por todos, continuaba otro bayamés, Carlos Manuel de Céspedes, el más culto, con mayor experiencia de insumiso, más asediado por las autoridades y más decidido a tomar las armas de inmediato.

No está en el Comité de su ciudad natal porque, desde junio de 1852, lo obligan a residir en Manzanillo, donde sigue trabajando arduamente por la causa y sufriendo  advertencias, vigilancia reforzada y detenciones.

Si Céspedes no es la cabeza más lúcida, activa y acatada de aquel proceso, contradictorio y escabroso, sería muy difícil comprender sus actos.

En esa vorágine sobresalen, por ejemplo, numerosos y sistemáticos intercambios con conspiradores de Manzanillo, Bayamo, Las Tunas, Camagüey, Holguín y Jiguaní, en visitas individuales, reuniones organizadas por los comités revolucionarios y diálogos aparentemente informales, para los que aprovecha celebraciones de caracteres diversos.

La historiografía repite que preside la junta de orientales y camagüeyanos, en la finca tunera San Miguel, por ser el participante de más edad; pero hace poco tiempo salió a la luz que Perucho lo sobrepasaba en más de un año.

Es necesaria otra explicación, que pudiera estar en el prestigio como conspirador, el grado en la escala masónica, el hecho, casi evidente, de que, en la práctica, dirige los comités revolucionarios de Bayamo y Manzanillo, o en otra razón.

No es extraño que Figueredo, amigo fiel, compañero desde la infancia y conocedor de las ideas cespedianas, lo visite varias veces en La Demajagua, incluidos el día siguiente a la constitución del Comité bayamés y horas antes de la importante junta en San Miguel.

También Aguilera va a La Demajagua y a otros puntos donde parece lógico que el único objetivo sea dialogar con Céspedes. Lo informa de los acuerdos adoptados por orientales y camagüeyanos en la finca Muñoz, de Las Tunas; Céspedes dice a la jefatura bayamesa que los complotados de Manzanillo han decidido pronunciarse el 24 de diciembre de 1868 y, después, la Junta de Oriente adopta el mismo acuerdo.

La Junta, encabezada por Aguilera, Maceo Osorio y Perucho, fue aprobada en la hacienda tunera San Miguel, el 4 de agosto de 1867; pudiera verse como intento de contrarrestar supuestas ansias de Céspedes por el mando o su expresado deseo de insurrección inmediata. También muestra indicios de probable variante en la táctica organizativa del Héroe de La Demajagua, al compartir el poder, aprovechar el grado de aceptación y la capacidad de movimiento que tienen sus coterráneos bayameses y complacer, hasta cierto punto, a quienes, a priori, ven en él la encarnación de la tiranía. (CONTINUARÁ)

 

 

 

 

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