
De acuerdo con las condiciones en que se forma el pueblo cubano, es lógica la diferencia de opiniones entre jefes de la gran conspiración de 1867-1868, al pensar en la hora de iniciar la era de las revoluciones en el país.
Unos desean lo ideal: que sean satisfechas todas las necesidades logísticas, los patriotas se presenten invencibles, desde el principio, y la guerra dure poco.
Otros, más realistas, saben que el secreto no puede permanecer largo tiempo, será necesario arrebatar las armas al enemigo y, si un gran proyecto, como el citado, es destruido, las fuerzas patrióticas estarían expuestas a sufrir décadas de retraso en su gestión. Por lo demás, la historia dice que los colonialistas no tendrían compasión con independentistas y familiares.
Ambas partes esgrimen razones de peso al defender sus posiciones y, por esto, ninguno es más patriota.
Lo medular del asunto estriba en que los decididos a iniciar una guerra deben saber de lo que se trata; que entre sus exigencias determinantes está el mando centralizado y que la situación de Cuba, singular por muchas razones, obliga a lograr y mantener, durante y después, la unidad real del pueblo.
Un pueblo inexperto, pequeño, aislado por la geografía y la opresión, codiciado por potencias planetarias e impedido de liberarse cuando lo hicieron sus vecinos, solo puede existir unido y pagando constantemente el elevadísimo precio de la autonomía, incluida la disposición a desaparecer.
Las ideas de Céspedes, expuestas en discursos, cartas, poesías, narraciones, diálogos, publicaciones diversas, documentos oficiales y otros espacios, lo muestran como el mejor conocedor de los temas mencionados.
Rico, terrateniente, poeta, periodista, narrador, compositor, actor, dramaturgo, abogado, políglota, viajero y experto ajedrecista, jinete, cazador y esgrimista, está consciente del lugar que le corresponde, desde mucho antes del Grito de La Demajagua, y lo asume, no sin enfrentar ataques, envidias e incomprensiones, y también equivocándose, como todo el que actúa.
Contemporáneos afirman que le arrebató el mando a Aguilera, pero este jefe natural y egregio se presentó a la vista de todos como su colaborador fiel y firme defensor de la unidad en la dirección de la revolución.
Francisco Vicente comparte diversas lides con Carlos Manuel, sobre todo por ser coterráneos y tener aspiraciones convergentes; alcanza menor nivel educacional porque muy joven debe atender los negocios familiares y, en lo personal, se diferencia al mostrar temperamento apacible; pero nada de lo dicho significa que el más rico de Oriente carezca de valor, resolución e inteligencia, ni vaya a permitir que le quiten un importante puesto.
Obsérvese que cuando Aguilera, presidente de la Junta Revolucionaria de Oriente y partidario de una preparación exquisita del levantamiento, trata de apaciguar los ánimos de los impacientes, centra los esfuerzos en Céspedes y sus seguidores cercanos.
Meses antes del grito redentor, hay patriotas escondidos en montes cercanos a Manzanillo, Las Tunas y Holguín, mas parece que no preocupan demasiado a la Junta, aunque están sublevados.
Otra cosa sucede cuando Céspedes, abiertamente, acerca su probable fecha de sublevación. Por ejemplo, Pancho Aguilera, en Manzanillo, 2, 3 y 4 de octubre, pide al desterrado que renuncie a pronunciarse el 14 y permita mejores aprestos. La discusión finaliza en la madrugada del 4, lugareños dicen aceptar la idea del visitante, pero este no siente que los ha convencido.
Los hechos siguen sobrepasando al líder bayamés y dando la razón a Carlos Manuel: La tarde del 4, en El Mijial, Holguín, Vicente García, Donato del Mármol, Calixto García, Jaime Santiesteban y otros “apurados” acuerdan irse a la manigua, el próximo 14. Santiesteban representa a Céspedes.
Al conocer las decisiones de El Mijial, Aguilera envía la familia para Bayamo y, con 4 caballos cargados de armas, acude a su hacienda tunera Cabaniguán, donde se pronuncia el 14.
Hay personas que, frente a la carencia de pruebas documentales y porque conviene a sus personales visiones, generalmente alejadas del estudio profundo de los acontecimientos, ponen en duda la existencia del telegrama en que, se dice, el gobernador de la Isla ordena detener a la élite independentista.
Algunos consideran que es un ardid para adelantar el grito y hacerse del mando. Realmente, conocida la comunicación, Céspedes acelera el alistamiento y aumenta la vigilancia, pero, desde el 6 de octubre, él y los manzanilleros habían previsto alzarse el 10.
Es necesario entender que Francisco Vicente Aguilera brilló con luz propia y no necesitó el mando supremo de la Guerra Grande, que es mucho decir, para sobresalir como político, patriota y pensador. Estúdiese detenidamente su diario de la emigración, cuya publicación está detenida hace algunos años y no solo debido a razones financieras, y las cartas cruzadas con Miguel de Aldama, más millonario que el oriental, pero firmemente decidido a salvar sus caudales de las llamas de la contienda. Todavía Aguilera está entre los desconocidos que observan desde el cielo cubano.
Hay evidencias de que Aguilera se subordina a Céspedes desde mucho antes del alzamiento y, según testimonios, en el debate entre ambos, el 2 de octubre de 1868, El Iniciador afirma: “Yo estoy seguro de que todos los cubanos seguirán mi voz”. Si Carlos Manuel defiende la idea de sublevarse el venidero 14, quiere asegurar que otros comprometidos lo secunden y habla con el presidente de la Junta Revolucionaria de Oriente, ¿cómo se explica que su voz deba llegar a todo el país? Lo lógico sería que fuese la del jefe de la Junta. ¿O es que Céspedes es quien dirige la conspiración en la provincia y ya no cree necesario ocultarlo?
Así puede entenderse que el 6 de octubre permita a los manzanilleros proclamarlo general en jefe del Ejército Libertador y encargado del Gobierno Provisional Revolucionario, y el 10, en La Demajagua, lea un documento programático a nombre de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, como si hubiera acaecido el principal alzamiento de Oriente y su jefatura ocupara el mando del movimiento en el país.
Céspedes es quien tiene más subordinados directos, y están en la zona del Guacanayabo, además de guardar armas en varios lugares. Esos grupos se levantan, el 9 de octubre, en Macaca, Portillo, Gua y Jibacoa, y algunos van rápidamente hacia La Demajagua.
Descendientes del clan Céspedes precisan que, en línea con planes iniciales, la guerra debía comenzar, dirigida por Carlos Manuel, en la hacienda Caridad de Macaca, ahora en el municipio de Media Luna. Esto explica que, poco después de recibir la orden de alzamiento, Pedro María reúna 400 hombres, tome la capitanía pedánea de Vicana y siga rumbo a Manzanillo.
El 13 de octubre de 1868, mandados por Perucho, toman sus armas grupos de Las Mangas, El Horno, Cautillo, Jiguaní y otros sitios cercanos a Bayamo, para hacer sostenible el Grito de La Demajagua y respaldar la dirección cespediana. (CONTINUARÁ)