Lo que la vida me ha enseñado 

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Por Yelandi Milanés Guardia | 11 octubre, 2023 |
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Recientemente arribé a mis 37 años e hice un repaso del camino transitado, y de las experiencias derivadas de mi existencia.

Al pensar en lo vivido, he llegado a la conclusión de que, tanto lo positivo como lo negativo, ha servido para mi crecimiento, pues, aunque a veces nos cueste creerlo, la adversidad pone a prueba nuestra capacidad de respuesta y de solución de conflictos, de manera que, luego de superar los obstáculos, hemos crecido como personas y somos innegablemente más fuertes.

He aprendido que nada tiene más valor que ser dignos de amor, porque, sin dudas, esta fuerza nos mantiene vivos y nos impulsa a realizar acciones para merecerlo, pues por amor a los demás, hasta la persona más cobarde es capaz de realizar el acto más valiente, aún cuando esté en riesgo su vida.

Con respecto a este sentimiento, entendí que aunque lo puedes brindar sin condiciones, es necesario que las personas que lo reciben de ti se lo hayan ganado, pues quien no valora tu dedicación, entrega y esfuerzo, no merece que la ames.

Comprendí que no hay riqueza mayor que la alegría, la salud y la paz, y que debemos valorar más los actos de las personas que sus palabras, pues donde las palabras hablan, los hechos gritan.

Aprendí que de nada vale llenarnos de títulos, si no nos llenamos de amor, y que debemos creer más en nosotros mismos y en nuestro potencial, pues de ahí surgen las fuerzas y los talentos que nos hacen crecer y vencer las disímiles adversidades.

Entre las lecciones recibidas está que el perdón es un acto de grandeza y la venganza una señal de bajeza, y que el tiempo perdido o malgastado no se recupera, por eso hay que valorarlo como oro.

Asumí como enseñanza que la risa es un regalo que cuesta poco y produce gran felicidad, y que el conocimiento es el único recurso que se comparte y se multiplica.

Entre las verdades conocidas en el camino que sigo transitando, está la que enuncia que la vida no se mide por los años, sino por la intensidad con que estos se han vivido, y aquella moraleja sustentada en el principio de que si los buenos tiempos no duran para siempre, es una buena señal para deducir que los malos tampoco.

Considero que no hay religión más bella que la que promueva la unidad y no la discriminación entre hombres de pensamientos diferentes, y que no hay mayor acto de fe que la práctica del amor y el bien al prójimo.

La personalidad que he construido es resultado de mis experiencias y de los consejos recibidos por amigos, familiares y personas cercanas, a quienes agradezco de todo corazón, porque agradecer es considerado en varias culturas como una forma de atraer bendiciones a nuestra existencia, por eso nada mejor que concluir con un verso de la icónica canción de Violeta Parra: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto…”