
Importantes circunstancias en los terrenos político y militar rodearon la decisión de prenderle fuego a la ciudad de Bayamo, el 12 de enero de 1869, hace 155 años. Sin el exacto dominio de estas, es muy difícil comprender las motivaciones que rodearon la trascendental medida.
Para ese entonces, la antigua urbe, la segunda fundada por los conquistadores hispanos en el siglo XVI, contenía poco más de 10 mil habitantes y unas mil 200 casas, distribuidas en 32 calles y 16 callejones.
Después de la ciudad de Santiago de Cuba, la capital del departamento oriental, era la más populosa en la vasta región oriental. Desde el punto de vista político, Bayamo se había convertido en el centro neurálgico de la revolución independentista, a partir de su toma por las fuerzas patrióticas, bajo el mando del General en Jefe Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, el 20 de octubre de 1868, a 10 días del grito de La Demajagua.
Al calor de los combates vio la luz el periódico El Cubano Libre, órgano oficial de la cruzada por la libertad. En la plaza de la Iglesia Parroquial Mayor se entonaron las notas de la marcha guerrera La Bayamesa. Obras del entonces teniente general Pedro Felipe Figueredo (Perucho), en sus enérgicas estrofas se patentizaba el orgullo de pelear por la libertad de la patria y afirmaba que “morir por la Patria es vivir”.
En Bayamo se constituyó un gobierno revolucionario de carácter municipal, siendo su teniente gobernador político y militar el abogado Jorge Carlos Milanés y Céspedes, alcalde el abogado Luis Fernández de Castro y Céspedes y once regidores de los más prestigiosos de la sociedad bayamesa.
Asimismo, en Bayamo, Céspedes consolidó su Gobierno Provisional Revolucionario, con intendencia de ejército, fiscalía, contaduría y relaciones exteriores.
La efervescencia revolucionaria en Bayamo constituía el más contundente mentís a la furibunda propaganda española, empeñada en presentar al movimiento patriótico como la asonada de un reducido grupo de aventureros y delincuentes.
El dominio de Bayamo, una población muy conocida en Cuba y el extranjero, por su riqueza y la calidad intelectual y moral de sus habitantes, debilitaba la reaccionaria divulgación integrista sobre la pronta “pacificación” del territorio sublevado.
A la vez, el eco de Bayamo se expandía por la región oriental y alentaba a los patriotas de otras partes de la Isla, hasta ese momento pacíficas, para que se sumaran al levantamiento popular y democrático.
LOS PRIMEROS COMBATES EN DEFENSA DE BAYAMO
Desde una perspectiva estrictamente militar, es indudable que la reconquista de la ciudad de Bayamo estuvo en los planes del alto mando español en La Habana, encabezado por el capitán general Francisco Lersundi y Ormaechea.
La consideró una posición estratégica desde la cual los insurgentes podían controlar toda la zona económica del valle del Cauto, una de las más productivas de Cuba, así como cortar las comunicaciones terrestres entre Santiago de Cuba, Holguín, Las Tunas y Manzanillo.
Por eso, desde el 19 de octubre ordenó avanzar hacia Bayamo, con el objetivo de extirpar el nido de los revoltosos, dos batallones. De Manzanillo partió el cuarto batallón de San Quintín, al mando del teniente coronel Juan López del Campillo, compuesto por unos 360 efectivos, mientras de Santiago de Cuba lo hizo con cinco compañías del segundo batallón de la Corona y el segundo batallón de Cuba, a cargo del coronel Demetrio Quirós Weyler, formado por unos 700 hombres y una sección de artillería.
Informado de ambos movimientos, el general Carlos Manuel de Céspedes mandó a contener al enemigo procedente de Manzanillo al general de división Francisco Vicente Aguilera y al brigadier Modesto Díaz Álvarez, con una fuerza de 150 patriotas. Al propio tiempo solicitó la cooperación para el contragolpe de los contrarios del teniente general Donato Benjamín del Mármol Tamayo y el brigadier Máximo Gómez con 250 hombres de la División de Jiguaní.
En tanto, el sector de Jiguaní sería cuidado por otros 120 efectivos, dirigidos por el coronel Rafael Cabrera y el comandante catalán Francisco Mayner.
El propio 19 de octubre, a orillas del arroyo Babatuaba, en el camino de Bayamo a Barrancas, fue combatido el batallón del teniente coronel Campillo y obligado a retroceder. Al otro día, en la mañana, el coronel Cabrera enfrentó el batallón del coronel Quirós en Venta de Casanova, en el paso del río Contramaestre. Ante la recia ofensiva, los patriotas se vieron obligados a replegarse, llevando varios muertos y heridos.
El 21 de octubre, en la tarde, los colonialistas reconquistaron Baire, pero no avanzaron de inmediato sobre Bayamo, al conocer de la derrota del segundo batallón de San Quintín. Además, los generales Luis Marcano, Mármol y Jaime Santiesteban preparaban fortificaciones en la Loma del Yarey y la altura de Piedra de Oro, en el camino de Baire a Jiguaní.
Entonces el coronel Quirós solicitó refuerzos a Santiago de Cuba. Pero hostigados por una avanzada cubana mandada por el brigadier Gómez, salieron en su persecución en dirección a Jiguaní, el 25 de octubre. De esta manera cayeron en una emboscada preparada por el experto dominicano en Venta del Pino.
En auxilio de los 40 hombres de Gómez acudieron unos 500 patriotas desde las emboscadas preparadas en el camino real de Jiguaní, al mando de los generales Mármol, Marcano y Santiesteban. La fuerza española fue diezmada, obligando a Quirós a retroceder hasta Baire y al otro día, emprendió la huida hacia Santiago de Cuba.
El mando español ideó un segundo avance de numerosas fuerzas desde Manzanillo bajo el mando directo del general de división Blas Villate de las Heras, segundo conde de Valmaseda, quien arribó a Manzanillo en barco el 3 de noviembre.
Pero en torno a la ciudad de Manzanillo, la jefatura revolucionaria dislocó fuerzas de las divisiones de Bayamo y Vicana, mandada por el general Francisco Vicente Aguilera y el brigadier Pedro María de Céspedes, respectivamente, las que libraron varios combates y escaramuzas cuando intentaban desplazarse hacia el este.
Entonces el conde de Valmaseda redactó varias circulares ofrecido el indulto a los alzados y tratando de convencer a Céspedes y Aguilera de deponer las armas en base a un programa de reformas.
Pero todos estos proyectos fracasaron. Entonces entró en escena el alzamiento de los patriotas de Camagüey, el 4 de noviembre, en Las Clavellinas. Por eso, Lersundi decidió dejar para más tarde las maniobras sobre Bayamo y ordenó a Blas Villate a mediados de mes trasladarse en barcos hasta Vertiente y emprender una campaña en Camagüey hasta destruir sus focos de rebelión.
LA OPERACIÓN ESPAÑOLA CONTRA BAYAMO
Los informes recibidos en La Habana acerca de pujanza de los patriotas en Bayamo y la extensión de la guerra por Las Tunas, Holguín, Palma Soriano, San Luis y El Cobre, a las puertas de Santiago de Cuba, obligaron al capitán general Francisco Lersundi a modificar la estrategia para recuperar la ciudad del Cauto y pacificar Oriente y Camagüey.
Llamó a su lado en La Habana al conde Valmaseda para discutir la estrategia política y militar a seguir. Lo primero fue solicitar refuerzos a España y lo segundo movilizar a todos los simpatizantes del gobierno colonialista para fortalecer y ampliar los cuerpos de voluntarios.
El sentimiento anticubano de esta gran masa de hispanos y familiares fue exacerbado por la prensa integrista, la cual propalaba todo tipo de rumores y falsedades acerca de las causas, objetivos y protagonistas del levantamiento revolucionario.
El puerto de Nuevitas, al noreste de Camagüey, sirvió para concentrar la agrupación colonialista, con la misión de avanzar hacia Bayamo. Allí llegaron el cuarto batallón de San Quintín, al mando del teniente coronel Juan López del Campillo; el primer batallón de España, dirigido por el teniente coronel Inocencio de las Peñas; el tercer batallón de España, del coronel José Velasco; y el batallón de voluntarios Cazadores de Matanzas, a cargo del comandante Mariano Quesada.
Además, contaba con una dotación de seis piezas de artillería, al mando del teniente coronel Rafael Correa; un escuadrón de caballería Lanceros de la Reina, comandada Fernando Halliday y una sección de Tiradores de Caballería, dirigida por el alférez José Valiente.
En total la agrupación sumaba dos mil 500 efectivos, armados más de la mitad con los modernos fusiles Peabody, de gran precisión, y los demás con carabinas belgas y fusiles Remington.
La operación contra el baluarte insurgente de Bayamo tendría el concurso de otras columnas colonialistas: desde Santiago de Cuba el segundo batallón de Cuba, a cargo del coronel de ingenieros José López Cámara y desde Manzanillo las fuerzas del teniente coronel Vicente Villares. El segundo batallón de La Habana, del coronel Eugenio Loño, debía desplazarse desde el puerto de Manatí hacia Las Tunas para apoyar la guerra en ese sector.
El 22 de diciembre, comenzó el desplazamiento del conde de Valmaseda hacia su distante destino, guiados por prácticos y espías de las zonas a recorrer, encargados de conducirlos por los puntos menos peligrosos y avisar las posibles emboscadas.
Durante su travesía sufrió algunos ataques no muy consistentes de los insurgentes camagüeyanos en Cascorro, el monte Desmayo, Consuegra y La Candelaria, los que eran dispersados con el fuego de los cañones.
El día 28, a la entrada al poblado de Guáimaro también fueron levemente hostigados. Dos días después cruzaron el río Jobabo, circunstancias que aprovecharon los patriotas de Camagüey para dejar de hostigar a los colonialistas.
Al general en jefe Carlos Manuel de Céspedes llegó la información de la presencia de columna hispana al oeste de Las Tunas el 30 de diciembre durante su estancia en la villa de El Cobre. Pero no con datos muy precisos, sino que se trataba de un regimiento de unos 800 efectivos. Por eso, enseguida envió emisarios a los generales Vicente García y Modesto Díaz, con algunas municiones y pólvora y la orden de que no permitir la entrada del enemigo a Las Tunas.
Aunque el último día del año, los patriotas pelearon con ardor en Miguel Ramos, Dolores y Ranchuelos, tuvieron que replegarse ante la superioridad numérica y técnica de los contrarios.
En medio de constantes fuegos de cubanos, el 1 de enero de 1869, llegó la columna hispana a Las Tunas, conduciendo una docena de heridos.
Pero al paso de los días, Céspedes tuvo a mano datos más concretos sobre la alta capacidad combativa de la agrupación enemiga, la cual sobrepasaba los tres mil efectivos. Entonces, decidió personalmente moverse hacia la zona de Bayamo. Orientó al general Donato del Mármol marchar hacia Bayamo, llevando la mayor cantidad de hombres posibles e indicó al brigadier Máximo Gómez posesionarse en el camino de Santiago de Cuba a Palma Soriano y rechazar cualquier ofensiva desde ese lado.
Para esta operación Mármol sacó de la región de Santiago de Cuba unos 1 200 hombres, bajo el mando del brigadier Eduardo del Mármol, los coroneles Pío Rosado y Francisco Fortún, el teniente coronel Felipe Desquirón y los capitanes Antonio Maceo y Juan Monzón. De sus hombres sólo unos 300 estaban armados de carabinas Miniet y algunos Remington; los demás contaban con escopetas, machetes, lanzas de palos y pedazos de hierro
Llegado a Bayamo, el 4 de enero, Céspedes conoció que el conde de Valmaseda se mantenía en Las Tunas y que recibió un batallón de refuerzo desembarcado en el puerto de Manatí, al norte de esta región.
A su pupila no escapaba que su principal objetivo era caer sobre Bayamo. Ya se sabía que contaba con numerosa infantería, caballería y seis piezas de artillería, las que podía aumentar en Las Tunas.
En esos momentos, las fuerzas revolucionarias en Oriente eran cuantiosas, pero escaseaban armas de buenos calibres y las balas para enfrentar la ofensiva española. Ni hablar de cañones ni fusiles de precisión.
No obstante, se acordó combatirlo a orillas del río Cauto, el que debía servir como muro de contención natural, toda vez que no se podía vadear y solamente cruzar por el puente levadizo de Cauto del Paso, a 22 kilómetros al noroeste de Bayamo.
Se estimaba que si Mármol se plantaba retador en Cauto del Paso le sería muy difícil a los contrarios cruzar el río. Este sería el momento aprovechado por las fuerzas de Vicente García para atacarlos por la retaguardia. Decía Céspedes que una vez atrapado en aquella zona no le quedaría al conde otra providencia que la rendición.
Por tanto, el hombre de La Demajagua dio órdenes a Mármol de que por ningún motivo pasase el río Cauto para presentarle batalla al conde de Valmaseda, sino que guardase su posición, seguro de que con sólo esto obtendría la victoria.
Para la defensa de la estratégica posición se le sumaron unos 120 hombres de Bayamo al mando del coronel Leonardo Estrada. De esta forma, sumaba unos dos mil 300 hombres, pero no todos con adecuadas armas. Vale anotar que cada uno de los protagonistas brindan cifras diferentes, pero las de cuatro mil en que la han situado algunos historiadores es demasiado exagerada.
En función de derrotar al enemigo Céspedes, Francisco Vicente Aguilera y Perucho Figueredo pusieron todos los recursos disponibles. Ellos elaboraron órdenes e instrucciones con destino a cada jefe, oficial y soldado, los que debían estar listos a dar el máximo en los campos de batalla. Los polvorines fueron vaciados. En los cuarteles no quedó ningún ocioso y la sanidad militar debía acudir a Cauto del Paso.
LOS COMBATES DE EL SALADILLO Y LA CARIDAD
El 5 de enero la agrupación española abandonó Las Tunas por el camino real en dirección a Cauto del Paso. Ahora sumaba tres mil 500 efectivos, ya que había agregado a la operación el batallón Cazadores de Bailén, a cargo del coronel Eugenio Loño. En el trayecto recibió el hostigamiento de los patriotas del general García y más adelante cayeron en emboscadas tendidas en el arroyo de Las Playuelas y Las Arenas.

Pero, al otro día, llegaron a Mármol noticias de que el enemigo marchaba desde Las Arenas hacia el norte, pasando por La Candelaria, San Joaquín y Ojo de Agua. Entonces consideró que el conde tenía intenciones de ir a Holguín. No desconocía el joven general la prudencia que dictaba la orden de Céspedes de no cruzar el Cauto, pero ante las nuevas circunstancias, optó por desplazar a sus tropas hacia la cuenca del río El Salado.
Este movimiento lo alojó a 32 kilómetros al noroeste de Bayamo y a siete del campamento español en Guajaco, en la parte alta del río El Salado. Al conocer que el enemigo estaba aún relativamente cerca, ordenó construir atrincheramientos a orillas de El Salado, siendo el más consistente el de El Saladillo.
Por otra parte, las fuerzas de Vicente García cayeron en el mismo error, dejando de hostigar a retaguardia al enemigo después de Las Arenas y volvieron a sus antiguas posiciones alrededor de Las Tunas.
Varias consideraciones se han realizado sobre el imprevisto movimiento de Mármol hacia El Salado: que fue a causa de carácter indómito, que era ambicioso de gloria y que temía que el que brigadier Modesto Díaz pudiera arrebatarle el honor de ser el vencedor del conde. Pero las más objetivas y lógicas responden al deseo de repetir la hazaña de Pino de Baire y a la falta de experiencia militar en lances semejantes.
Los espías españoles dieron informes al mando de la columna de las exactas posiciones cubanas, por lo que el general español dio la orden de contramarchar en la dirección verdadera: por toda la cuenca de El Salado hacia abajo, en busca de las posiciones cubanas. Esa noche pernoctó en la hacienda Naranjo, siendo detectado por los exploradores insurrectos sobrevenido algunos disparos.
El 8 de enero, Blas de Villate dio la orden de avanzar hacia las trincheras de los rebeldes en El Saladillo, donde el río era vadeable. A la una de la tarde comenzó el fuego. Primeramente entraron en acción los cañones y luego la infantería.
Los patriotas se lanzaron enardecidos sobre las tropas españolas, con el propósito de hacerlas repasar el río. De frente disparaban los cañones, barriendo a quemarropa. Los de la delantera cayeron muertos y los que venían detrás detuvieron el impulso. Desde un bosque cercano recibieron el fuego de los fusileros del batallón de San Quintín, siendo muchos alcanzados por los plomos. Ante la caída de tantos combatientes, los atacantes retrocedieron en el más completo desorden.
Entonces, el coronel Pío Rosado informó a Mármol que era imposible detener el avance enemigo, el que buscaba extender sus líneas hasta la sabana de La Caridad. Mas, en ese momento apareció frente a los colonialistas el escuadrón del capitán Antonio Maceo, el que cargó con furia inusitada. Ante la frenética acometida, los españoles retrocedieron con gran cantidad de bajas.
De nuevo se organizaron ataques por parte del general Mármol. Los españoles dieron cargas a la bayoneta al grito de ¡Viva España! Los cubanos cargaban al machete, matando e hiriendo a varios oficiales españoles. Entre el humo de la pólvora los jefes cubanos gritaban ¡Viva Cuba Libre! En medio de la refriega una bala atravesó el pecho del coronel Leonardo Estrada, el que fue retirado hacia Cauto del Paso, mientras el coronel Calixto García recibía una herida en un brazo.
Los patriotas quedaron muy pronto diezmados y sin municiones. Ante esta situación, el general Mármol ordenó la retirada hacia el potrero Yaraguanal y Cauto del Paso.
De acuerdo al comandante mambí Benjamín Ramírez Rondón, participante en los combates en la cuenca de El Salado, los cubanos sufrieron entre 200 y 300 bajas, contando muertos, heridos y prisioneros, en su mayoría negros libertos.
El capitán español Teodorico Feijoo y de Mendoza, integrante del estado mayor del conde de Valmaseda, en su diario de operaciones anotó que los cubanos dejaron “el campo cubierto de cadáveres” y un jefe de la artillería informó que fueron 120 muertos y muchos heridos.
En otras fuentes aparecen hasta un millar de bajas cubanas y hay quienes las han subido a dos mil. Es decir, ninguna versión es coincidente en este tema. Lo que la cifra de más de un millar resulta demasiado elevada.
En cuanto a las bajas españolas en El Saladillo las fuentes solamente contemplaron algunos muertos y heridos. El conde de Valmaseda en su informe a Lersundi, simplemente escribió que tuvo pocas, pero “muy dolorosas”, por tratarse de jefes y oficiales.
LECCIONES OPERATIVAS
Estos combates tan distantes de Cauto del Paso sirvieron de ejemplo notable acerca del papel de los factores subjetivos en decisiones miliares decisivas, como las indisciplinas del general Mármol que sin consultar con el mando superior movilizó las fuerzas y medios en busca de glorias personales.
La misma cuota de responsabilidad le incumbiría al general Vicente García que no persistió en la observación y hostigamiento del enemigo después de Las Arenas.
Para algunos analistas de los hechos de El Saladillo esta derrota de Mármol abrió las puertas hacia Bayamo a los colonialistas y que lo correcto hubiera sido esperarlos en Cauto del Paso. Estos puntos de vista pierden la perspectiva de que una vez golpeado tan fuertemente, Mármol condujo al resto de sus tropas hacia las posiciones en la margen izquierda del río Cauto.
Todo no había concluido aún.