Martí, el Socialismo y la coherencia revolucionaria

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Por Pedro José Reyes Acuña | 28 enero, 2024 |
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Es posible afirmar, a riesgo de ser absolutos, que ningún líder político en la historia más reciente de la humanidad ha forjado su conciencia como resultado de la adhesión a una sola concepción del mundo.

En esa misma línea, la ideología colectiva siempre ha bebido de varias aguas, por supuesto, privilegiando la confluencia de estas en lo que más se aviene a los intereses familiares, gremiales, de clase o nacionales.

En la Cuba rebelde y retadora del siglo XXI, aún se habla del legado martiano y el marxismo en una misma oración, sin contraponer ambos conceptos. Como botón de muestra, el artículo uno de la Constitución de la República, en el que se define que “Cuba es un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos”.

¿Quiere decir esto que Martí fue socialista? ¿Necesitamos un atisbo confeso de marxismo en la obra del Apóstol para justificar la articulación, en su contenido, de ambas formas de concebir el mundo?

EL PENSAMIENTO MARTIANO Y SU CONTEXTO

Las ideas de José Martí son resultado de lo más avanzado del pensamiento cubano de la primera mitad del siglo XIX. De Félix Varela y Morales y José de la Luz y Caballero admiró la capacidad para entender la transformación necesaria en la enseñanza, y la formación urgente de patriotas.

Pero, si referentes fueron los pensadores que le antecedieron, fue mayor el impacto en su conciencia revolucionaria de la lucha insurreccional. Aquella contienda liderada por hombres como Céspedes y Agramonte, secundados por una oleada de cubanos dispuestos a ofrendar su vida por la Patria, determinó el destino de las ideas y la obra del Apóstol. A esto se sumó su temprano enfrentamiento a la opresión colonial, a través del presidio y la deportación.

Los objetivos de aquella lucha, entre 1868 y 1878, eran el logro de la independencia y la eliminación de la esclavitud. Para entonces, no había en Cuba una clase obrera que reclamara protagonismo en la vida nacional. La esclavitud fue abolida en 1886, por lo que el impulso a las luchas del proletariado, fue aún bisoño en el tiempo de Martí. Muchos de los grandes propietarios de tierras, centrales y otros bienes, formaron parte de la actividad conspirativa pro-independentista.

Faltaba espacio para pensar en una lucha entre estamentos sociales, cuando todos padecían de un mismo flagelo: la dependencia y la explotación impuestas por España.

El tiempo de Martí fue el de las urgencias de Cuba: la soberanía, la necesidad imperiosa de deslindar su desarrollo futuro de los destinos de un imperio decadente y opresor. Esa premisa es suficiente para entender las obsesiones y los claros objetivos de la prédica martiana. Tanto en el discurso como en la acción, Martí lo supeditaba todo al logro de la independencia.

Expulsado de su patria en dos ocasiones por sus ideas y su actividad conspirativa, Martí llegó a Estados Unidos, en enero de 1880. Deseoso de hacer, ya en marzo de ese año asumió como presidente interino del Comité Revolucionario de Nueva York, tras la partida del General Calixto García Íñiguez hacia Cuba, para incorporarse a la Guerra Chiquita.

En la gran ciudad norteamericana, además de sus labores conspirativas, sus ardientes discursos conmemorativos, su producción literaria y su actividad diplomática, Martí conoció la realidad de la nación norteña. Allí fue donde supo de lo que él denominó la “idea socialista”. Allí enfrentó su visión del mundo y de la lucha por su transformación revolucionaria, con quienes defendían un marxismo enrarecido.

MARTÍ, EL SOCIALISMO Y LOS SOCIALISTAS

Según el reconocido historiador José Cantón Navarro, en texto publicado en el año 2007 bajo el título “Algunas ideas de José Martí en relación con la clase obrera”, no existen referencias claras de que el Apóstol haya tenido acceso a las obras de Carlos Marx y Federico Engels. Tampoco se sabe, a ciencia cierta, si hubo algún tipo de contacto con los marxistas que vivían en ese país. Las ideas del socialismo y la conducta de los socialistas que conoció Martí, son las que circulaban en medios de prensa, manifestaciones o tertulias.

El entramado confuso en el que se movían las demandas y actividades obreras, tampoco ayudó mucho. En tierras de Lincoln llegaron a existir, en la década de 1880, varios partidos políticos auto-titulados como obreros o socialistas, súmese a eso la existencia de decenas de clubes y la adhesión de muchos de ellos a ideas socialistas, pero no marxistas, como es el caso de los anarquistas, corriente que, por cierto, predominó en la clase obrera cubana por aquellos años.

En consecuencia, a Martí le llega el dogma y la tergiversación del marxismo, fenómeno denunciado por el propio Engels cuando señaló, refiriéndose a los estadounidenses, que “no han aprendido a usar la teoría como palanca que podría poner en movimiento a las masas norteamericanas. En su mayor parte, no entienden la teoría y la tratan de forma abstracta y dogmática”.

Es por eso comprensible que Martí dedique, en algunos textos a los que podemos acceder a través de sus Obras Completas, varias críticas a la doctrina y las prácticas que él conoció. Por su puesto, median en esos análisis el contexto antes analizado, pero también los fines claros que él veía en la lucha por la independencia de Cuba, ajena a las condiciones histórico-concretas en las que vivieron Carlos Marx y Federico Engels.

En esencia, Martí criticó el método violento con el que se impulsaba a los trabajadores a reclamar sus derechos. Algo que, incluso, señaló en su artículo “Karl Marx ha muerto”, del 29 de marzo de 1883, cuando resaltó los valores y el carácter revolucionario de la obra del mítico alemán, pero cuestionó las formas violentas de alcanzar las reivindicaciones de los oprimidos:

“Como se puso del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres (…) Mas, se ha de hallar salida a la indignación, de modo que la bestia cese, sin que se desborde y espante.”

Por otra parte, tomando como base la obra “La futura esclavitud”, del intelectual anti-socialista británico Herbert Spencer, Martí señala sus temores sobre las formas de realización de la “idea socialista”. Sin embargo, también le cuestiona al autor la debilidad de sus argumentos y toma una postura clara al lado de los obreros.

Al Apóstol le preocupaban el burocratismo, la holgazanería y la corrupción; males que no son propios del socialismo, pero que gravitaban sobre las distorsiones del marxismo para entonces.

Las divergencias expuestas son, entonces, de carácter formal, puesto que las coincidencias del pensamiento martiano con el marxismo están en el contenido y las esencias humanistas de ambas doctrinas. Es común la importancia que ambas atribuyen al trabajo y su papel transformador en la vida del hombre y de su realidad.

En ambos sentidos, hay una apuesta por el respeto a la dignidad como valor supremo en una sociedad justa y democrática. Si para Martí esta debe ser la Ley Primera de la República que se propuso fundar, para el

marxismo no hay forma posible de justicia social y respeto a la dignidad humana si no es el proletariado el mayor beneficiario del fruto de su trabajo.

La solidaridad, el internacionalismo y el antimperialismo son otros valores compartidos por marxistas y martianos.

Por un lado, Martí concibió la independencia de Cuba como un paso decisivo para lograr la integración latinoamericana e impedir el dominio de Estados Unidos. Por otra parte, Lenin definió teóricamente al imperialismo y su carácter depredador, a la vez que reconoció la importancia de las luchas nacional-liberadoras de los pueblos.

Ambos líderes también coincidieron en la condena al capitalismo monopolista. Martí avizoró el peligro de lo que él llamó “riquezas injustas”, que arrebatan derechos a los necesitados y tienen su origen en los privilegios sobre las propiedades colectivas. Lenin, por su parte, definió esta etapa del capitalismo como su fase superior, signada por los monopolios y el reparto económico y territorial del mundo.

La defensa de los humildes, la justicia social, la solidaridad y el antimperialismo, no solo son puntos coincidentes entre ideas martianas y marxistas-leninistas. También forman parte de la ideología y la obra del Proceso Revolucionario Cubano, a lo largo de 155 años de lucha.

REVOLUCIÓN CUBANA: CONTINUIDAD Y COHERENCIA

Es un hecho que las transformaciones revolucionarias ocurridas en Cuba a partir de 1959, tienen una profunda raíz martiana. Por si no bastara la suma de justicia social y dignidad alcanzada, también se adoptó una postura intransigente ante la presión imperialista, a la vez que se ha practicado, a niveles nunca vistos por la humanidad, una notable labor solidaria a lo largo del mundo.

Todo eso, además de honrar a Martí, tiene mucho que ver con el ideal socialista defendido por Fidel Castro. El mejor discípulo del Apóstol entendió de manera cabal que había amplias posibilidades de articulación entre una y otra doctrina, pues ambas eran raigalmente revolucionarias. Por supuesto, Fidel no fue el único, ni el primero que abrazó las ideas martianas y marxistas con plena naturalidad.

Carlos Baliño, uno de los fundadores del Partido Revolucionario Cubano de José Martí, también fungió entre los primeros promotores de las ideas socialistas en Cuba. A su lado, un joven inquieto y de personalidad sugestiva participó de la fundación de nuestro primer Partido Comunista, en 1925. Aquel muchacho, de apenas 22 años, era Julio Antonio Mella, de corazón y accionar martiano, pero con suficiente tino como para articular esas ideas con lo más revolucionario del pensamiento progresista mundial: el marxismo en su vertiente leninista.

La condición neocolonial de Cuba, signada por la vulgar sumisión de la burguesía criolla a los intereses imperialistas, solo tenía salida sobre dos pilares esenciales: soberanía y justicia social.

En esa línea, con los matices propios de aquellos tiempos, el movimiento comunista cubano transcurrió las primeras seis décadas del siglo XX, sin abandonar el compromiso con las ideas y las luchas de José Martí.

Esa búsqueda obsesiva de la independencia verdadera y la república soñada por el Apóstol, unió finalmente a fuerzas que, en algún momento, llegaron a discrepar y a distanciarse. El factor aglutinador fue la extraordinaria articulación alcanzada por Fidel del pensamiento martiano y el marxismo. Su apuesta estuvo en la unidad, como factor imprescindible para derrotar a la dictadura de Fulgencio Batista y el dominio estadounidense sobre nuestra tierra.

De entonces a acá, pensamiento martiano y marxismo confluyen en el proyecto nacional cubano, a partir de sus esencias humanistas y socialmente transformadoras. Algo que, en la práctica sistemática de la construcción socialista de estos años, podríamos llamar coherencia revolucionaria. O sea, que la “república con todos y para el bien de todos”, no está reñida con “la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”.

El profesor Luis Toledo Sande, en un artículo titulado “Luces de José Martí para el socialismo”, aportó una valiosa perspectiva de este asunto, que bien pudiéramos tomar, a modo de conclusión:

“…el proyecto de liberación nacional de Martí no era, ni podía, ni tenía por qué ser de carácter socialista; pero un proyecto socialista legítimo, especialmente en Cuba o en nuestra América, núcleos de sus meditaciones y destinatarias de sus actos, está llamado a ser martiano, o no sería socialismo.”

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