Perucho con todos los colores de la epopeya

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Por Martín Corona Jerez | 18 febrero, 2024 |
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FOTO Luis Carlos Palacios Leyva

Se ha hecho hábito mencionar al bayamés Pedro Felipe (Perucho) Figueredo Cisneros únicamente como autor del Himno Nacional, mérito grande y loable, pero que no constituye su principal aporte a la fundación de la patria cubana, exigente, brillante y singularísima.

No es un caso único, porque, en el país, entre las carencias de la política, las artes, las ciencias sociales y otras vertientes de la cultura, todavía pesa la ausencia de estudios profundos, desprejuiciados e integrales de numerosos acontecimientos y personalidades.

Duele la falta de textos y de otras propuestas de la inteligencia, convincentes y útiles, que faciliten asumir las enseñanzas de Carlos Manuel de Céspedes, Perucho Figueredo, Francisco Vicente Aguilera, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Mariana Grajales, Celia Sánchez, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras…

Es verdad que está escrita muchísima historia del siglo XIX, el del acrisolamiento de la nacionalidad nueva en el mayor archipiélago antillano; pero el ajiaco de crisis anteriores, simultáneas y posteriores a las pandemias del XXI impide publicar en papel la investigación más completa, hasta ahora, sobre el Padre de la Patria, líder iniciador de la primera guerra por la independencia y contra la esclavitud, y figura cumbre entre los pensadores de su generación.

A esta hornada perteneció Figueredo Cisneros y no fue militante de fila, sino de los principales guías del ala más radical y creadora de los terratenientes, devenidos pensadores y revolucionarios, hasta dotar de acción y ética la doctrina independentista, la más importante del ideario cubano en la centuria.

El Doctor en Ciencias y en Ciencias Históricas, Rafael Acosta de Arriba, destaca que casi todos aquellos adalides murieron como “héroes homéricos” y fueron conscientes, lógicamente, en grados diversos, de sus responsabilidades como fundadores de un linaje, una tradición, un pueblo, una patria, una nación, una cultura y una nacionalidad.

Nacido en Bayamo, el 18 de febrero de 1818, Perucho era de familia acaudalada, como el vecino, coetáneo y amigo entrañable Carlos Manuel de Céspedes; pero, por encima de esas cercanías, sus hechos y palabras muestran convicciones profundas e inconmovibles, respecto a los deberes fundamentales de los criollos de la época, además de vista larga al detectar las potencialidades del compañero para encabezar el proyecto revolucionario que bullía en sus pensamientos.

Juntos estudiaron en Bayamo y España. En esta última tierra, participaron en luchas políticas, conocieron las contradicciones de la metrópoli y maduraron las ansias de libertad. Visitas a varias ciudades europeas les permitieron apreciar el grado de atraso de su país en los terrenos de la cultura y de las ideas.

Algunos estudiosos califican a Céspedes como representación del ímpetu y a Figueredo de la meditación, es decir, que tenían temperamentos diferentes; el primero ganó prestigio en la profesión de abogado, y el segundo, decepcionado ante la corrupción y las arbitrariedades judiciales, dejó de ejercerla.

Lo esencial es que coincidían en los principios y llegaron a conclusiones similares en cuanto a las vías para conseguir la independencia nacional y eliminar la esclavitud, la mayor mácula ética y social en su tiempo.

Así se explica que “el gallito bayamés” visite varias veces al camarada, en el ingenio La Demajagua, de Manzanillo, como parte de la conspiración iniciada en agosto de 1867, en la principal ciudad del valle del río Cauto. Esta conjura  desembocaría, meses más tarde, en el inicio de la citada guerra.

Por ejemplo, Perucho conferenció con Carlos Manuel, a orillas del Golfo de Guacanayabo, un día después de la constitución del Comité Revolucionario de Bayamo (CRB), y horas antes de la importantísima junta de orientales y camagüeyanos, en la hacienda tunera de San Miguel del Rompe.

La reunión, en el último lugar mencionado, fue presidida por Céspedes, e historiadores lo atribuyeron a que era el más longevo de los concurrentes; pero documentos oficiales le otorgan esta condición a Perucho. Tal vez la aceptación del Hombre de La Demajagua se basó en el prestigio y la veteranía como conspirador, en el grado de la escala masónica o en el hecho, casi evidente, de que dirigía los comités revolucionarios de Bayamo y de Manzanillo. Pudieran influir las tres razones, dos o una.

A lo largo de la conspiración, se discutió mucho acerca de la fecha para el levantamiento armado contra el dominio español en Cuba, mas Francisco Vicente Aguilera, Pedro Figueredo y Francisco Maceo Osorio, jefes del CRB y de la Junta Revolucionaria de Oriente, siempre terminaron subordinándose a las decisiones de Carlos Manuel.

Otro momento notable de la conjura en el oriente del país, fue el 14 de agosto de 1867, cuando Figueredo, músico, poeta, periodista y abogado, escribió la marcha La Bayamesa, estrenada por él, al piano, la noche de ese día, en su hogar, ante los fundadores del CRB. El 11 de junio de 1868, tendría lugar la primera interpretación pública de la música, en una ceremonia religiosa.

Horas antes del Grito de La Demajagua, el Iniciador envió una nota a Perucho, para precisarle que marcharía hacia Bayamo, o sea, confiaba en el apoyo de sus coterráneos.

Este respaldo resultó decisivo para consolidar la guerra recién iniciada: liderados por Figueredo, quien había convertido su ingenio Las Mangas en un campamento, decenas de hombres se pronunciaron, el 13 de octubre de 1868, allí y en Cautillo, El Horno, Jiguaní y otros puntos. Así el alzamiento de La Demajagua adquirió dimensiones suficientes para sostenerse.

La noche del 17 de octubre, también en Las Mangas, a la Patria le nació otro símbolo, La Abanderada, título que recayó en la cuarta hija de Perucho, Canducha, cuya entrada a Bayamo, el día 20, a caballo, con vestido blanco de amazona, gorro frigio punzó, banda tricolor sobre el pecho y la bandera ondeando al aire, provocó gritos multitudinarios como apoyo a la Revolución.

Aquella mañana, en la Plaza de la Iglesia Mayor, la marcha La Bayamesa fue sembrada, definitivamente, en el corazón del pueblo: blancos y negros, hombres y mujeres, ricos y pobres, intelectuales, artesanos y agricultores, nacionales y extranjeros, militares y civiles, estrenaron la letra, para coronar el triunfo en la primera capital de Cuba Libre.

El alma sigue estremeciéndose ante la estampa gloriosa, romántica, culta y viril de Perucho, con pierna cruzada sobre la montura, escribiendo la letra del futuro Himno Nacional, para la multitud enardecida que la reclama.

Así nacieron el pueblo, la patria, la cultura, la nación y la nacionalidad de los cubanos, y en sus cantos, bailes, proclamas, abrazos, gritos, sustos y alegrías, resplandece Pedro Felipe Figueredo Cisneros, aquel varón fusilado el de agosto de 1870, en el matadero de reses, en Santiago de Cuba, mientras repetía que “morir por la patria es vivir”.

Horas antes, había redactado una de las cartas más emotivas de la historia humana. La dirigió a su esposa, Isabel Vázquez y Moreno, hermana de Luz, la inspiradora de la canción La Bayamesa, y dice:

“Santiago de Cuba, agosto 16 de 1870.

“Sra. Isabel Vázquez, Manzanillo o donde se halle.

“Querida Isabel mía:

“Ayer llegué a ésta, sin novedad, y ruego a Dios que tu y tus hijos gocen de igual salud. Hoy se ha celebrado el Consejo de Guerra para juzgarme, y como el resultado no puede ser dudoso, me apresuro a escribirte para aconsejarte la mayor y más cristiana resignación: vive para todos nuestros hijos, sobre todo para nuestra Ester a quien repetirás diariamente el nombre de su padre: mi última súplica, pues, que te hago es que trates de vivir y no dejes huérfana a nuestra hijita. A mi Eulalia, a Pedro, a Blanca, Elisa, Isabel, Gustavo, Candelaria, Lucía, Piedad y Ángel que reciban mis abrazos y mi bendición. Por última vez te recomiendo el valor y la resignación, no entrando en otros pormenores porque conozco tu ilustración y recto juicio. Dios es grande en sus designios y no nos toca ni corresponde inmiscuirnos en ellos: en el cielo nos veremos y mientras tanto no olvides en tus oraciones a tu esposo que te ama.

“Perucho Figueredo”. (SIC)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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