
En su inocencia de cinco años, Roxana reproduce las secuencias gestuales y verbales de las chicas superpoderosas, uno de los animados que consume: la actitud retadora de Bombón; los ojitos llorosos y los cachetes abultados de Burbuja, cuando desea conseguir algo, y los brazos cruzados y la mirada de encono de Beyota. A veces, les confieso, me parece ver la serie misma pero en vida real, por la fidelidad del dramatismo que logra.
No había reparado en lo violento del animado, hasta que la vi imitar entre sus hermanos patadas, piñazos, bofetadas y poses violentas y victoriosas a lo superman, o mejor dicho, a lo supergirl.
La tapa al pomo se la puso una escena en la que una de las contrincantes, cuestiona a otras de su equipo: ¿Ustedes no son mis amigas?, y esta responde: Sí lo somos, eres cool y eso, pero solo queríamos dinero para pizzas, patines…puedes entenderlo, no? Ahí, tuve suficiente para cancelar la serie.
¿Cómo permitírselas, cuando enseñan a extorsionar a otras personas, a cimentar sus amistades por los beneficios que puedan recibir? Ante mis ojos pasó como un rayo aquella escena de Calendario, en la que Orestes arrebató la merienda a otros chicos de la escuela y les exigía dinero para sostener sus caprichos, haciendo uso del temor que infundía su estatura, físico y su bravuconería.
Lamentablemente, en nuestras escuelas hay muchos Orestes que fomentamos consciente o inconscientemente desde la casa. Algunos chantajean, crean pandillas para linchar, robar, consumir drogas y hasta amenazar a alguna chica del grupo si no quiere tener relaciones sexuales con ellos.
Cabe aclarar, que en muchos de estos casos, la violencia no parte, precisamente, desde el punto de vista físico en los hogares, sino desde lo digital, mediante dibujos animados, los animes, las series y las películas que consumen en el televisor o en el celular.
Escenas que, en su mayoría, portan una sobredosis de violencia y están saturadas por persecuciones con armas, choques estruendosos, disparos, explosiones, caídas por precipicios, agresiones de las más diversas, amenazas e insultos.
La exposición repetida a la violencia hace que nuestros hijos crezcan ausentes de control y vean con naturalidad el bullying contra profesores y compañeros de estudios, sin causa aparente; los ejemplos se publican a diario en medios norteamericanos, penosas realidades de las cuales no estamos exentos los que vivimos a 90 millas, aunque sean menos sofisticadas nuestras armas.
En dependencia del espacio que nuestros hijos visualicen en pantalla, usted estará promoviendo y condicionando el control de sus emociones; la imaginación, la creatividad; o estará incrementando su ansiedad y la agresividad en las relaciones con sus amigos, e incluso, contra sus padres y maestros.
Como progenitores, es nuestra responsabilidad supervisar lo que nuestros hijos ven en sus pantallas; controlar las horas que dedican a este entretenimiento, hoy por hoy, más estimado que los juegos de mesa, o sin estos artificios digitales; y ayudarlos a interpretar los sentimientos que pudiesen derivar de tales reproducciones. La pantalla es un virus silencioso, que bien nos salva, o nos complica el futuro.