Juventud ejemplar, más allá de la muerte

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Por Granma | 20 abril, 2024 |
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FOTO/ Radio Reloj

Allí, luego de cercar una casa, había irrumpido la policía en un piso donde se ocultaban cuatro de los asaltantes al Palacio Presidencial que, supervivientes de la empresa, al cabo de un zigzagueante itinerario de escondrijos a escondrijos, creían estar a salvo –al menos, por unos días– de quienes los perseguían tenazmente».

Con esa narración, Alejo Carpentier recordó, en su novela La consagración de la primavera, un acontecimiento muy real –y nada maravilloso–, que marchitó la estación del año aludida en el título de su obra: el crimen de Humboldt 7.

Las ametralladoras, manejadas por asesinos a las órdenes del célebre sanguinario Esteban Ventura Novo, cegaron la juventud de Fructuoso Rodríguez, Juan Pedro Carbó Serviá, José Machado Rodríguez y Joe Westbrook, el 20 de abril de 1957.

El apartamento 201 del edificio Humboldt 7, en el Vedado de La Habana, pactó el encuentro con el destino de los líderes estudiantiles y revolucionarios, luego de una fuga de 38 días por varios lugares convertidos en refugio, ante la represión tiránica desatada en respuesta al asalto al Palacio Presidencial y a la toma de Radio Reloj.

Los cuatro jóvenes participaron en ese intento, incompleto pero imborrable, de ajusticiar al dictador Fulgencio Batista. Algunos de ellos inscribieron su nombre en otras páginas de valor, como el ajusticiamiento del coronel Antonio Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar, y la defensa de Costa Rica, frente a la agresión de otro déspota: el nicaragüense Anastasio Somoza.

Machadito Rodríguez demostró la lealtad entre ese grupo de amigos cuando, en el ataque al Palacio, tras cubrir la retirada de combatientes atrincherados, regresó al infierno de las balas para rescatar a Carbó Serviá.

Los cuerpos ametrallados aquel 20 de abril sufrieron humillación, arrastrados por el pelo y exhibidos, para escarmiento de los rebeldes, en la acera frente al edificio que trascendió a la historia como una mancha de sangre. Pero sus nombres se instalaron en las entrañas de la Patria, como una promesa sagrada y una llave de la vida futura.

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