Hipólito, el Tanatopractor

El trabajo más productivo es el que sale de las manos    de un hombre contento. Victor Pauchet (Cirujano francés)       
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Por Luis Carlos Frómeta Agüero | 29 abril, 2024 |
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FOTO/ Revista Late

Hipólito, un viejo conocido que frisa los 70 años de edad, camina al ritmo de la vida, se destaca como insaciable estudioso de la historia universal, es dado al humor costumbrista y, por encima de todo, muy responsable con su identidad laboral:

-Nada de maquillar muertos. Yo soy tanatopractor de profesión, habilitado en curso de Tanatoestética, en La Habana.

Los mayorcitos del barrio poco entendíamos de aquellas palabritas hasta que Maritza, la profe de Español-Literatura, pretendió dejar claro el asunto, en medio de una tertulia informal comunitaria:

-Tanatopractor es quien practica la Tanatopraxia, vocablo que viene del griego Thanatos, significa muerte. Praxis es la acción práctica y, según su etimología, refiere a los conocimientos relacionados con la muerte. ¿Entendido?

Juro que nos quedamos en las mismas, preferíamos seguir llamando maquilla muertos a quien dedicaba gran parte del tiempo a embellecer la muerte, de la forma más natural posible.

Para muchos, el viejo Hipólito era una especie de artífice, no registrado en la Asociación Cubana de Artesanos Artistas, pero con el don riguroso para disimular u ocultar las fases por las que atraviesa una persona hasta su fallecimiento.

Una mañana, al pasar frente al establecimiento para velatorios de difuntos donde labora, lo noté preocupado. Mecía aceleradamente el balance de caoba, alejado del abejeo característico de estos lugares.

Fumaba descompasadamente, mientras derramaba, por el interior de un libro amarillento, el escudriñar de su mirada:

-¿Consultando?- pregunté.

Acercó su mirada a mi rostro y con voz segura comentó:

– El oficio de tanatopractor nunca termina, muchacho. Como en la Medicina, siempre aparece algo nuevo. En los 50 años que llevo en estas prácticas, he respetado las peticiones familiares y las creencias religiosas de los deudos, al momento de preparar al fallecido por muerte natural o violenta.

Si la víctima murió por un disgusto con la suegra, le aplico las técnicas para que su rostro irradie dolor, por el dramático momento, si agonizó por la sobredosis de cerdo asado y tamales, el tratamiento es otro. En fin, es una labor muy personalizada y seria, desde sus tiempos fundacionales.

-Dicen que la autopsia oficial de Julio César, el Emperador romano, fue lo suficientemente rigurosa para establecer que la segunda de las 23 puñaladas que recibió fue la mortal- indagué.

El viejo colocó el dedo índice como marcador de texto, cerró el grueso catálogo y agregó:

-Sin embargo, poco se pudo determinar cuál de los senadores, Bruto o Casio, había propiciado el golpe decisivo al más célebre gobernante de la antigüedad clásica.

Le había tocado la fibra más fuerte de sus conocimientos. Me miró sonriente y con cierta picardía agregó:

-Algo similar sufrió el difunto que espera por mi servicio allá adentro.

-¿Murió apuñaleado?

-No tan así, aunque si analizas el hecho causal es el mismo. Un infarto en el miocardio le arrancó la vida, cuando alguien quiso cobrarle mil 300 pesos por un litro de aceite vegetal y 500 por un paquete de coditos. Lo que está por definir aún es cuál de los dos carretilleros, Bruto o Casio, presentes en el lugar del crimen, dijo primero el precio.

-¿Y con la lectura alejas la mente de la escena?

-¡No!- dijo secamente y añadió:

-Busco en esta bibliografía especializada los diferentes rostros de quienes mueren por similares distorsiones, al menos, para que se vayan al más allá con una presentación lo más natural posible

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