Una rosa negra de inigualable valor y entrega

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Por Yelandi Milanés Guardia | 25 septiembre, 2024 |
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Hay personas que por su entrega y dedicación a los demás, merecen que sus nombres sean cincelados con ansias de perpetuidad, en el libro de oro de la historia Patria.

Entre esos ejemplos de personas que merecen odas y reverencias continuas, por su aporte a la libertad de Cuba, destaca Rosa María Castellanos Castellanos (Rosa La Bayamesa), quien nació en el año 1834 en un barracón del poblado del Dátil, en Bayamo, y sus padres fueron los esclavos Don Matías Castellanos y Francisca Antonia Castellanos.

Con el estallido de la guerra de 1868 desempeñó un papel decisivo en el abastecimiento de alimentos a las fuerzas mambisas y a los heridos en campaña.

Posteriormente, se hizo hábil como enfermera y organizó hospitales de campaña. Fue muy perseguida por las tropas españolas y se vio precisada a marchar a Camagüey en 1871, internándose en la sierra de Najasa, para curar a los heridos insurrectos y allí constituyó un admirable hospital.

Quizás sus mayores dotes como enfermera, los expresara Rosa mediante la conjunción de su humanismo, su buen humor y su sentido de la disciplina, pues existe constancia de que siempre estaba jaraneando con los enfermos, mientras que mandaba, ordenaba e infundía respeto entre todos.

Salvó muchas vidas de mambises heridos gravemente en combate y se desempeñó como comadrona. Los medicamentos los fabricaba de la flora tradicional cubana. Conocía los métodos para curar las enfermedades comunes en la manigua, para las que encontraba el remedio apropiado.

Participó en algunos combates y su bien ganada fama motivaron a el general Máximo Gómez a visitarla en el rústico hospital, en 1873.

Cuando estalló la Guerra de 1895, el propio mayor general Máximo Gómez le pidió a Rosa que organizará y dirigiera un hospital en Santa Rosa, en Najasa, el cual jamás pudo ser asaltado por las fuerzas enemigas, como consecuencia de las férreas medidas de protección y vigilancia.

Como un soldado más, cuando sus enfermos le dejaban ratos libres, cubría turnos en las filas de combate, cargaba armas, disparaba fusiles y manejaba el machete con destreza.

En mayo de 1896, en el sitio conocido por Providencia de Najasa, Rosa es recibida por Máximo Gómez Báez, quien después de estrecharla en fraternal abrazo le otorga los grados de capitán del Ejército Libertador, única mujer que llegó a ostentarlos en toda la epopeya.

El ascenso además traía la siguiente observación: “Esta mujer abnegada prestó servicios excelentes en la guerra de los diez años, y en la revolución actual, desde sus comienzos ha permanecido al frente de un hospital, en el cual cumple sus deberes de cubana con ejemplar patriotismo”.

Luego de la grotesca intervención yanqui, a La Bayamesa le fueron liquidados sus haberes de acuerdo con su grado militar. Y en el marco de desilusiones y pobreza, continuó entregando sus parabienes en labores de comadrona y otros servicios sanitarios.

En sus últimos días de vida a duras penas el Ayuntamiento le aprobó un crédito de 25 pesos mensuales como socorro, el 4 de septiembre de 1907. Pero quedaban solamente veintiún días para su fallecimiento, víctima de una afección cardiaca.

Por sus sobrados méritos un 25 de septiembre de 1907, le ofrecieron los honores militares que le correspondían, y el pueblo de Camagüey desfiló depositando ofrendas y otorgándole el merecido tributo de cariño y admiración a La Bayamesa, esa deslumbrante rosa negra de inigualable valor y entrega sin límites a los demás.

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