
Operador KTP2M/FOTO Rafael Martínez Arias
Por lo general, las relaciones duraderas son las más cimentadas, las más fiables y sólidas, y eso es lo que sucede entre Rolando Palomino Tamayo y su máquina KTP2M O223, con la que hace pareja por más de veinte años de los treinta que lleva como operador de combinadas.
Esto ayuda a tener oído fino y saber cuándo se presentan fallas técnicas, y rápidamente llamar a los mecánicos porque tiempo perdido se lamenta, manifiesta mientras su mano golpea suave, con cariño, al gigante de hierro.
Cuando eso sucede, no tenemos horas fijas para incorporarnos a los cortes y garantizar la caña que necesita el Enidio. La palabra comprometida, se cumple.
Oriundo de Ceiba Hueca, Palomino Tamayo refiere que se levanta generalmente a las 5 ante meridiano para estar en los puntos de recogida y llegar a tiempo a los campos de la UBPC Vizcaíno, donde laboran, para emprender las labores en el corte mecanizado de la caña de azúcar.
Se trabaja entre trece o catorce horas, y eso es normal para nosotros, aunque la labor sea dura, se hace a gusto y eso importa mucho porque se hace con el corazón. Cada tonelada que cortamos se convierte en azúcar en el central y se beneficia el Estado, el pueblo.
Afirma que se inculcan los valores del trabajo en los jóvenes, de ser miembros de la principal industria del país, de la familia azucarera, pero muchos llegan y con la misma se van. Cogen otros derroteros.
No sé qué quiere esta juventud de hoy, y mire que los salarios aquí son estimulantes, oscilan entre los nueve y diez mil pesos quincenales…
Rolando Palomino Tamayo, de 58 años de edad, casado y ya con nietos, fundador de la UBPC Vizcaíno, perteneciente a la Empresa agroindustrial azucarera Enidio Díaz Machado, de Ceiba Hueca, ostenta un de Vanguardia Nacional obtenido por sus esfuerzos en el año 2000.
AMOR A PRIMERA VISTA
Su cadencia y majestuosidad al moverse, le atrapan de susto cuando la ve por vez primera a sus doce años de edad, cuando con su tía fue a los cañaverales allá en Guarito-El Manguito, por los Palacios, donde los campos son inmensos mares de tallos, hojas y susurros.

Operador KTP2M/FOTO Rafael Martínez Arias
Fue impactante verla en el campo devorar hileras completas de caña sin casi esfuerzo alguno, confiesa César Manuel Acuña Espinosa hoy con 57 años y operador de la KTP2M 927202 que tributa caña para el Enidio Díaz Machado.
En esa época la ví grande, poderosa y me puso a palpitar el corazón a toda máquina. Fue amor a primera vista.
Se convirtió en obsesión para mi, y me juré montarla. Como todo muchacho al entrar en la adolescencia, que buscamos identificarnos como hombres, dejé la escuela para trabajar en la recogida de caña, luego me reincorporé hasta terminar el doce grado.
Hasta Mabay, en Bayamo, me fui a estudiar en un curso de técnico medio en maquinaria KTP. En l990, al fin, mi sueño se hizo realidad. Me encaramé en una, y ya, este romance lleva años.
Actualmente, Acuña Espinosa es mecánico- operador de estos pesados equipos donde ¨se trabajan doce y 16 horas diarias, sentados, con mucho ruido y hojas trituradas revoleteándonos el rostro. Pero soy feliz, recalca Acuña Espinosa y sus palabras están cargadas de emociones.
Esta de ahora la tengo desde el 2017, la conozco a plenitud y pese al ruido, sé cuándo se presentan fallos. Ponemos manos a la obra, la reparamos con ayuda de los mecánicos del pelotón Batalla de Guisa, y seguimos cortando caña para el central. Nuestro compromiso diario son 80 toneladas o más.
Este hombre, de tez trigueña, pelo ya canoso, que muestra un orgullo grande por su máquina, refiere que gracias a su trabajo tiene una hermosa familia y que gracias a éste se ha formado como hombre, padre y abuelo.
No hay recetas, me confiesa, solo levantarnos temprano, cumplir las tareas asignadas, enviar caña a la industria y hacer zafra por encima de todo.
Sus ojos se vuelven hacia la KTP2M. Sigo enamorado de la máquina con el mismo asombro de aquellos doce años. Me gusta esto y lo volvería a hacer si naciera de nuevo.
Rolando Palomino Tamayo y César Manuel Acuña Espinosa integran la legión de hombres azucareros que las frías madrugadas y calurosos días curten como héroes anónimos de la vida.