Titanes de overol azul (+fotos)

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Por Anaisis Hidalgo Rodríguez | 22 febrero, 2025 |
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Maricela Ávila Fernández/Foto Rafael Martínez Arias

Bajo el sol incandescente que baña a Granma, el Parque Solar Fotovoltaico (PSF) La Sabana emerge como un gigante de acero y silicio, un faro de energía limpia que promete transformar el panorama energético cubano.

Con un 88 por ciento de avance en su construcción, este coloso — enclavado en el Consejo Popular Aeropuerto Viejo, de Bayamo— cuenta, según parte del viernes a la 1:00 P.M. con la instalación del ciento por ciento de los paneles solares (42 mil 588) y mesas (mil 638), lo que permitirá inyectar en este año, 21.87 megawatts (MW) al Sistema Electroenergético Nacional (SEN).

Actualmente se acciona en el zanjeado del parque/FOTO Rafael Martínez Arias

Actualmente el avance físico del montaje tecnológico está al 51 por ciento. Se acciona en la línea de interconexión con el SEN y en la instalación paulatina de los siete inversores. La ruta crítica es el zanjeado, ya en fase final; después se procederá al cableado y al alumbrado perimetral.

Más allá de las cifras, su historia late en las manos de quienes lo construyen.

DE CICLISTA A SEMBRADORA DE LUZ

Antes de domar paneles, Maricela Ávila Fernández  cabalgó el viento. Sus piernas, talladas en el rigor del ciclismo, trazaban espirales sobre el asfalto. El sudor de entonces, como atleta de alto rendimiento del equipo nacional, forjó el carácter de la mujer que es hoy: fuerte y sin temor al trabajo arduo.

Tras colgar la bicicleta, fungió como directora del beisbolito Manuel Alarcón Reina, pero su alma, inquieta, cruzó en el 2018 el umbral de la filial Copextel Granma como facturadora; después, especialista en los servicios técnicos, hasta que un día, el llamado del sol rasgó el silencio:

“Necesitamos manos que apoyen en la construcción del parque solar de La Sabana”. Ella, con la terquedad de un río que se abre paso entre piedras, exigió su lugar: “Déjenme probar. Si veo que no puedo, me retiro, pero, al menos, déjenme intentarlo”.

Desde el 2024 sus manos -herederas de un padre electricista  automotriz, que le enseñó a dialogar con las herramientas- tejen conexiones precisas entre vigas de 40 kilos, mientras el lodo de la temporada de lluvias intenta tragarse sus botas.

“Desde niña, ayudaba a mi padre con la mecánica. Ya tenía una noción básica sobre llaves de estrías, españolas y cubos. Durante mis años como atleta, me encargaba de los arreglos de mi bicicleta, así que cuento con cierta experiencia en el tema”.

Maricela figura como la única mujer en un ejército de sombras masculinas, pero su presencia en La Sabana resuena con la fuerza de un manifiesto.

“Ella lidera nuestra brigada de cuatro integrantes, pero no es una mujer de ordeno y mando. Trabaja codo a codo con nosotros, cargando vigas y paneles, colocando tornillos, ajustando mesas y tensando cables. Tenemos que ponernos fuertes para seguirle el paso”, refiere uno de sus colegas.

Maricela Ávila Fernández junto a su brigada/FOTO Rafael Martínez Arias

“Entre los cuatro montamos de tres a cuatro mesas al día. Aunque parece sencillo, cada mesa implica ensamblar 26 paneles, lo que suma un total de 78, además de 104 tornillos y 48 separadores por mesa. A veces, las piezas no están a la mano y debemos recorrer de cinco a siete kilómetros al día para conseguir los implementos”, describe Maricela.

FOTO Rafael Martínez Arias

Su atuendo diario se ha convertido en un overol azul de mangas largas, acompañado por una gorra y gafas que la protegen del intenso sol. En sus pies, lleva un par de botas que la resguardan de la reciedumbre del terreno.

Las renuncias son parte de su día a día: sus manos, con surcos de cortes y callos, hablan por sí solas de la rudeza del trabajo. Sus uñas, cortadas al rente, no conocen esmalte, pero en cada grieta hay un relato: el de una mujer que eligió ser madre y faro a la vez.

“Esta labor exige cuerpo y alma; lo que importa es hacer bien el trabajo”, dice, mientras atornilla dos vigas como quien cose constelaciones.

Su día a día se divide entre el rigor técnico y la ternura materna.

“Me levanto a las 3:00 a.m., para preparar el almuerzo de mi hijo, que está en la secundaria. Sin el apoyo de mi familia y mis vecinos, esto sería imposible. Ellos cuidan de mi hijo mientras estoy fuera, ya que mi hija mayor se encuentra en Venezuela”.

Aunque el camino es duro, su determinación es inquebrantable.

“Mientras Dios y la salud me lo permitan, seguiré aquí”, afirma, su meta no es solo ser partícipe en la edificación de este parque solar, sino inspirar a otras mujeres, para que vean que no hay techos de cristal. Si ella pudo, otras también.

“Aunque esta es su primera incursión en el montaje de un parque solar, en 2019 Ávila Fernández participó en la instalación de sistemas fotovoltaicos autónomos en viviendas aisladas de Cauto Cristo. ‘Fue una experiencia muy gratificante, a pesar de que tuvimos que atravesar lugares intrincados y caminar largas distancias con el equipo al hombro, ya que los vehículos no podían llegar hasta allí. Sin embargo, el esfuerzo valió la pena al ver la alegría de las personas al disfrutar de la luz”, expone.

EL VIEJO ROBLE

Orestes Pacheco Rodríguez es un bayamés rellollo, que no mide el tiempo en años, sino en proyectos. Sus 72 primaveras son hojas de un árbol que aún da frutos. Desde el 2003, se desempeñó como técnico de los medios de computación en la filial de Copextel Granma, y hoy día, desdibuja el concepto de jubilación al reincorporarse desde noviembre de 2024, a la construcción de La Sabana.

Orestes Pacheco Rodríguez /FOTO Rafael Martínez Arias

“Aquí empezamos desde cero, luego participamos en el montaje de la estructura metálica y de los paneles. Hemos trabajado en condiciones extremas, con lluvia, fango, ahora con el terreno más rudo, por el impacto del sol”, asevera uno de los fundadores de los servicios técnicos de computación en Granma.

En La Sabana, sus manos nudosas ajustan tornillos con la destreza de un joven. Los colegas lo apodan el viejo roble, porque aunque el viento lo dobla, no lo quiebra.

“Montar paneles se ha convertido en una coreografía”, dice, en tono jocoso, mientras recuerda su última caída en una zanja, un incidente que transforma en chiste. “Nada serio, solo un rasponcito”, asegura.

FOTO Rafael Martínez Arias

Para él, cada estructura es un pilar importante en la edificación del parque solar: “Me levanto todos los días a las 4:00 a.m., preparo mi café, hago mi desayuno y me dirijo a la parada del carro. Mi mujer se queda al frente del hogar”.

-¿Cuánto tiempo de matrimonio?

-No, esa cuenta la lleva ella, yo llevo las herramientas.

-¿Por qué seguir?

La respuesta late en sus venas: “No quiero vegetar”.

Para Orestes, envejecer es un mito, prefiere ser raíz que sostiene, no tronco que se consume.

“Mientras la salud me lo permita estaré en la pelea”.

En su caso, La Sabana representa un viaje entre dos mundos: el hogar, donde su esposa contabiliza los años que él olvida, y el de los paneles, donde cada tornillo ajustado se convierte en un verso en su épica cotidiana.

FOTO Rafael Martínez Arias

Al atardecer, mientras Orestes ajusta una última tuerca y Maricela revisa conexiones, La Sabana se tiñe de oro.

En el crepúsculo, mientras las sombras alargan sus figuras, Maricela y Orestes parecen gigantes: titanes de overol azul, escribiendo con sudor el prólogo de un amanecer, que ya asoma.

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