
La imprenta es un ejército de 26 soldados de plomo, con el que se puede conquistar el mundo.
Johannes Gutenberg
Llegar a la imprenta El Arte, de Manzanillo, es acudir a un sitio lúgubre, frío, triste, donde la mudez permite escuchar el silencio de aquellas máquinas que, en el siglo XX, inauguraban las mañanas con su canto de paz, amor, olor a tinta y a sudor.
Allí, en la céntrica esquina de Calixto García y Villuendas radicó uno de los más importantes polos culturales del oriente cubano, ahora la desmesura y el abandono entronizan, en plena espiral ascendente.
Cuando Juan Francisco Sariol Carrión (1888-1968), lleno de sueños e ilusiones, se estableció definitivamente en Manzanillo (1911), había laborado ya como tipógrafo, en el libro Cuba Literaria, del poeta, ensayista, narrador, periodista y catedrático dominicano, Max Henríquez Ureña, radicado en La Habana.
Aquel joven llegó hasta las máquinas impresoras y el local, construido a escasos metros del Guacanayabo, que, regentado por Filiberto Guerra, pasó a manos de Sariol, formando ambos una sociedad en comandita.
El recién venido se encargó de la tipografía del periódico La Defensa y dirigió Renacimiento, revista cuya efímera existencia sirvió de preámbulo a la salida, bajo su dirección, de Orto, publicación que vivió 45 años, desde el primer número , el 7 de enero de 1912, hasta el último, en diciembre de 1957.
Como proyecto de arte y compromiso social, impulsor del movimiento renovador de 1913, de fuerte orientación antimperialista y de rechazo a la injerencia de los Estados Unidos en los asuntos cubanos, encontró allí un valioso registro que sobrevivió a los cambios políticos y tecnológicos del siglo XX, cuando muchos talleres tradicionales fueron absorbidos por otros intereses y sistemas de impresión más modernos.
Era difícil editar en La Habana, no obstante El Arte brindó sus páginas a una buena parte de la intelectualidad más avanzada del país: Juan Marinello, Félix Pita Rodríguez, Nicolás Guillén, Manuel Navarro Luna, José Manuel Poveda, Ángel Augier, Carlos Rafael Rodríguez, Regino Eladio Boti, Carlos Enríquez, Emilio Ballagas, Juan Francisco Sariol…
Esta plataforma, de enorme vocación martiana, se convirtió, además, en el símbolo difusor de ideas progresistas y de apoyo a generaciones de escritores y poetas, incluidos los del Grupo Literario de Manzanillo, establecido el 4 de septiembre de 1921.
Lamentablemente, esos detalles dormitan en la indolencia, resbalan por la suave pendiente de la rutina, la desidia y la indiferencia, como hubiera repetido, en estos momentos, el abogado de los negros, Carlos Manuel, el Céspedes de La Demajagua, frente a una institución cuyo declive contrasta con su pasado glorioso.
No obstante, el legado editorial sobrevive en determinados archivos históricos, entidades culturales, colecciones de periódicos antiguos y en algún coleccionista excepcional.
El viejo inmueble, perteneciente a la Empresa Dione Artesanía e Industria, es casi una leyenda, una huella al borrarse y, tal vez mañana, el punto oscuro por el que nadie mire.
Los tiempos no son los mismos, la tecnología tampoco y aquellas máquinas que, en el siglo XX, inauguraban las mañanas con su canto de paz, amor, olor a tinta y a sudor, temen caer en poder del reciclaje, el desmantelamiento o la demonización.
Erigir, en ese predio, un memorial como homenaje a Orto, sería retomar la espiritualidad histórica de aquellos protagonistas, que encontraron allí mucho más que una revista semanal.
Cabe, entonces, parafrasear una de las citas del político y pensador indio Mahatma Gandhi: “No quiero mi casa amurallada por todos lados, ni mis ventanas selladas. Yo quiero que las culturas soplen sobre mi casa, tan libremente como sea posible, pero me niego a que sea barrida por ninguna de ellas”.