Conciencia ambientalista por la vida (+fotos)

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Por Denia Fleitas Rosales | 7 junio, 2025 |
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Julio David Ortiz Valdés reconoce que la protección de cada especie es importante para la supervivencia del hombre // FOTO Denia Fleitas Rosales

Manzanillo.- “Esta es su casa. La lleva a cuestas, como gran parte de los moluscos, porque si no queda desnudo”. Así dice sonriente Julio David Ortiz Valdés, acariciando la concha que luce forma de espiral. Al pequeño de 10 años bastó una mirada para descubrir entre el follaje aquel “invertebrado terrestre. Muchas son sus especies, que viven en el mar, en las aguas dulces y en la tierra”.

“Es uno de los tantos animales que hemos aprendido a respetar en las horas de estudio con el profe Robert”. La locuacidad y conocimiento con que habla es fruto de la enseñanza, de la visión resiliente que desde la Empresa de Protección de Flora y Fauna en Manzanillo se lleva a los más bisoños para que aprendan a preservar el espacio donde fundan su vida.

Allí, justo detrás de su escuela primaria Miguel de la Guardia y Góngora, en Blanquizal, un apasionado por la naturaleza les anima a crecer con conciencia ambientalista.

El profesor Roberto Varela imparte el círculo de interés de Educación Ambiental en la escuela primaria Miguel de la Guardia y Góngora de Manzanillo // FOTO Denia Fleitas Rosales

“Hemos aprendido mucho, a cuidar la naturaleza: desde una planta con el riego diario, para recibir el beneficio de la fotosíntesis y la producción de oxígeno, de sus hojas para el abono; hasta la importancia de cada ser vivo como parte de la cadena alimenticia y de un proceso que beneficia fundamentalmente al hombre”.

David y sus amiguitos de la institución docente, localizada a unos cinco kilómetros del centro histórico de la ciudad del Golfo de Guacanayabo, disfrutan el momento en que el verde silvestre y las ramas de los árboles se tornan en aula.

El cuidado de las plantas es una de las acciones prácticas // FOTO Denia Fleitas Rosales

Muchas son las anécdotas y saberes construidos en áreas del Vivero forestal de la Empresa de Comunales de este municipio suroriental granmense. “Este es sólo un privilegiado espacio natural que la localización de la escuela nos permite aprovechar para impartir el círculo de interés. Lo mejor es que a través de cada clase instruimos a las nuevas generaciones para que  puedan asumir actitudes responsables frente al medio ambiente y se adapten al cambio climático”.

Los profesores Roberto Varela Gandarilla, Arianna Milán Rojas y Elizabeth Arias Maldonado son los tres educadores ambientales del municipio Manzanillo que despliegan estas tareas. Ellos tienen a su cargo desarrollar esta ambiental instrucción en 10 centros estudiantiles de la enseñanza primaria, localizados en su mayoría en zonas aledañas a escenarios donde hoy resulta imprescindible el actuar consecuente del hombre para prevenir y atenuar daños medioambientales.

Aunque a los círculos de interés pertenecen una decena de estudiantes, el alcance de las materias abarca a todo el grupo docente. Elizabeth Arias Maldonado comenta que “la sabiduría y percepción de riesgo que ellos alcanzan la van demostrando mediante dibujos, comprobaciones orales, en concursos y competencias como el proyecto Atabeira en recorridos con los que logramos esa interacción objetiva con los elementos de cada contenido. De forma especial y práctica lo aplican en sus hogares, en la cotidianidad con sus compañeros de la escuela y la comunidad”.

 

Foto Cortesía de entrevistada
FOTO Cortesía de entrevistada

“En el caso de mis alumnos de áreas próximas al litoral, ellos sienten motivaciones al aprender de los crustáceos a orillas del mar, con un cangrejo en mano, y en actividades de saneamiento en la playita, con las que damos un aporte considerable a los ecosistemas y se convierten a su vez en agentes de cambio.

“Por ellos, entonces, se irradia la educación ambiental en el hogar y en la sociedad, que es un deber de todos”.

Temas específicos de flora y fauna, y su vínculo con el plan gubernamental cubano para el enfrentamiento al cambio climático, denominado Tarea Vida, son impartidos en la clase de cada semana, a la que niños y niñas acuden gustosos.

“Verles crecer con responsabilidad, saber que ya una lagartija no será en sus manos un medio de diversión, y que reaccionan educativamente ante conductas inadecuadas y dañinas para el medio circundante, es una satisfacción para nosotros, porque así cuidamos juntos el planeta”, valora Arianna Milán.

Estudiantes del cuarto y sexto grado comprueban la calidad del agua con un refractómetro de salinidad o salinómetro para proceder al riego de las plantas // FOTO Cortesía de entrevistado
FOTO Cortesía de entrevistada

En el silencio del verde paraje las voces infantiles se acoplan al sonido de la naturaleza. Sus argumentos tras cada pregunta son el reflejo de una labor formativa ante la urgencia de sumar manos a la obra de conservación de los recursos naturales y de la vida en sentido general.

Responden a coro la necesidad “de salvar el planeta”, para lo cual, asegura Analía Guzmán Vázquez, también del quinto grado de la Miguel de la Guardia “podemos usar las energías alternativas: hidráulica, solar y eólica, que nos pueden dar electricidad sin petróleo ni gas, que con su humo contaminan el aire, las plantas y a nosotros”.

La educación ambiental que reciben trasciende, a decir de la maestra Marbelis Batista Sánchez, Máster en Ciencias de la Educación Primaria, “se vincula con la asignaturas de Ciencias Naturales, Geografía, El mundo en que vivimos, y los contenidos les permiten perfeccionar el dominio de términos y conceptos, ser ejemplo para sus compañeros y aplicarlos en sus trabajos prácticos y en el día a día”.

Analía Guzmán Vázquez, alumna del quinto grado de la enseñanza primaria, afirma sentirse libre en el ambiente silvestre // FOTO Denia Fleitas Rosales

Entre brotes y árboles, con mariposas revoloteando a su alrededor y el sonido típico campestre, los alumnos del profe Robert celebran. “No se siente la bulla de los carros, sólo los pájaros cantando; podemos ver cómo se reproducen las palomas, y sus pichones; estar aquí es relajante, y predomina la paz”, plantea Julio David, a lo que Analía agrega, “aquí me siento libre”.

Y lo es, como el caracolillo que David tuvo entre sus manos y con sumo cuidado depositó en la base del tronco de un árbol, “para que viva, como lo hacemos nosotros, agradecidos de las riquezas del medio ambiente”.

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