
La manzanillera Sonia Guillén González, guarda en su memoria aquellos momentos que vivió en su hogar en el Reparto Gutiérrez, la misma casa donde había nacido su tía, la aeromoza Marlene González Arias, quien junto a su esposo, el piloto Ángel Tomás Rodríguez Valdés, fueran víctimas del sabotaje del avión 455 de Cubana de Aviación, que cayó frente a las costas de Barbados.
“Marlene siempre era el ejemplo de la familia, el paradigma a seguir, una muchacha muy alegre, cariñosa, porque, además, en esa profesión hay que ser así cariñoso, alegre, y ver que se destrozó todo aquel cariño de momento y no la tuvimos más nunca, fue muy triste”, dice Sonia.
“Las relaciones con ella eran magníficas, nosotras éramos sus niñas. Ese año yo fui la última que pasó las vacaciones junto con ella, todavía recuerdo aquel 6 de octubre por la tarde, ya al mediodía, cuando vinieron a dar la noticia a mi abuela. Mi abuela sufrió un infarto ese día, de ahí vinieron los días de búsqueda, días interminables.

“A pesar de ser muy pequeña, hay cosas que marcan a una en la vida, que nunca se olvidan, además de vivirlo año tras año hasta hoy, porque todavía hoy estoy viviendo ese dolor. Queda una tía en La Habana que todavía lo sufre y por allá también hace su llamado a la justicia”, recuerda la profesora manzanillera.
De Ángel, el esposo de su tía, guarda también hermosos recuerdos. “Él era para nosotros un tío también, y al ver que lo perdimos ese mismo día el dolor se duplicó. Él también fue con nosotros ese tío muy querido y al que nosotros vamos a recordar y tener siempre en nuestros corazones”, señala Guillén González.

La historia se hace más triste para Sonia al recordar el amor de su tía Marlene con Ángel, una unión que no sólo se había fortalecido, sino que se rompió el mismo día para ambos por las garras frías de la muerte.
“Fue muy duro porque a pesar de que ellos no coincidían en los viajes, hacían escalas en Barbados, pero él, como se acercaba el cumpleaños de ella, habló con el que venía de copiloto para cambiar el vuelo y así pasar la celebración juntos. Y murieron. Ese amor perduró para siempre. Quizás el destino los llevó a unirse porque no podían vivir el uno sin el otro.
“Todas esas cosas impactaron mucho a mi familia. El dolor de mis padres, de todos nosotros que crecimos viendo a la familia llorar”.
“El mismo día de la despedida del duelo, del sepelio de esas víctimas que fue un acto simbólico, como todos sabemos, era el cumpleaños de mi tía, imagínense cómo se puso aquella familia donde ese día pudo haberse celebrado su fiesta.
“El dolor se triplicó, todos estábamos allí, en la Plaza de la Revolución, incluso nosotras como niñas, porque mi mamá cuando eso no tenía con quién dejarnos aquí y mi papá también fue con ella. Yo recuerdo que cuando llegamos a la casa de mi tía, muy cerca del aeropuerto, mi abuela daba unos gritos que se oían, yo creo que en toda La Habana, llamándola, aclamándola, muy doloroso, realmente eso destrozó a la familia”, concluye así Sonia al recordar con tristeza ese horrendo crimen al secarse las lágrimas que corrieron por sus mejillas al compartir con este reportero su testimonio.