El baúl de mis recuerdos

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Por Luis Carlos Frómeta Agüero | 14 noviembre, 2025 |
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No hay tregua. Las altas temperaturas se aferran a Cuba como una costumbre arraigada, confirmando que aquí el verano parece no tener fin. En medio de esta calidez implacable, eché mano a un librillo encontrado al azar, un objeto que parecía más un relicario de recuerdos que una simple guía de usuario. “Ventilador Orbita 5. Manual del propietario” destacaba en su portada con una tipografía casi nostálgica.

– ¡Coñoooo! -exclamé en mi mente- y como música de otra época, regresó a mis recuerdos aquel radio VEF que recibí en 1971 por mi labor como trabajador destacado. Con él, disfrutaba de los grandes éxitos de Nocturno, una compañía de las noches cubanas que sonaban en todas partes.

En mi memoria, los objetos danzaban: la olla de presión INPUD, que crepitaba como un monstruo de cocina; la lavadora Aurika, que nunca se quejaba; el reloj Raketa, siempre puntual; y el televisor Caribe, cuya pantalla pinté en rojo, amarillo y azul para vivir la experiencia “a color” de los muñequitos rusos: ¡Deja que te coja!, La pastora y el deshollinador, Tío Estiopa, El cartero Fogón…

Eran tiempos de la carne rusa y de lecciones de idioma ruso por radio, una curiosa mezcla de culturas que impregnó la vida cotidiana. Entonces los nombres se transformaron y los niños dejaron atrás los Williams y Charles para abrazar a Mijaíl, Igor, Serguéi y Raisa.

Pero volvamos al tema que merece atención: el Órbita 5. Este pequeño ventilador, de plástico irrompible, fue comercializado en Cuba durante la década de los ochenta. Se decía que llegó para descongelar los refrigeradores Minsk, pero en la realidad, era una estrategia de marketing que logró unirse a la familia cubana de maneras insospechadas.

El Órbita 5 se convirtió en un compañero inseparable: esencial en las becas, confidente silencioso en las oficinas, secador improvisado de pisos y espantamosquitos de cunas y camas grandes. También lo vi convertirse en regalo de bodas, como la anécdota que compartió mi amigo Yuniesky la noche de su casamiento.

Entre risas y sudor, recordó cómo, en pleno agobio veraniego, el ventilador cayó al suelo. Ante la disyuntiva de atender a su esposa o al aparato, decidió dejar al pobre ventilador atrapado bajo una sábana, convencido de que sobreviviría la velada.

Este artefacto tenía tres velocidades, aunque solo dos funcionaban. ¿Y la tercera? Ah, cosas de los “bolos”, como solíamos referirnos a los soviéticos. Sin embargo, no pasó desapercibido a la ingeniosa mirada del cubano, que lo reinventó como turbina de agua o para afilar tijeras y cuchillos.

El Órbita 5 también se destacó por sus largas caminatas, pues lo enchufabas en la mesita de noche y, con el tiempo, parecía explorar la casa como un polizonte sigiloso, evitando molestar a nadie. A su lado, uno podía tocar sus astas sin el miedo a hacerse daño, pues su diseño cuidaba de los desprevenidos.

Y así, pasaron más de 50 años desde su llegada a la isla, y el Órbita 5 sigue cumpliendo su misión: hacer la vida más refrescante y placentera durante los brutales días de calor que nos regala la naturaleza. En este eterno verano cubano, el ventilador se ha convertido en un símbolo de resistencia, recuerdo y adaptación en medio de las adversidades.

Su presencia es un testimonio de cómo, a pesar del calor reinante, siempre encontraremos maneras de refrescarnos, ya sea con nostalgia o con un buen soplo de aire.

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