Cuando el río vuelve

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Por Osviel Castro Medel | 2 noviembre, 2025 |
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Un viejo álamo fue derribado y lanzado al río Jiguaní. FOTO/Osviel Castro Medel

Una grúa levantando incontables troncos, un álamo gigante arrancado de raíz y lanzado al medio del río. Un poste partido en medio del puente peatonal…

Estas imágenes reciben al visitante en un pueblo que conoce demasiado bien el lenguaje de la destrucción y las heridas.

Son cicatrices que no comenzaron con Melissa, sino que se abrieron hace dos años, en junio de 2023, cuando unas lluvias torrenciales anegaron este poblado; entonces dejaron varias familias sin techo y con varias preocupaciones.

Luis Marino Rosales, quien casi llega a los 70, lo confirma con palabras cargadas de experiencia: “Algo extraño está pasando y debe estudiarse”. Sus ojos, que han visto décadas de ciclones, perciben un cambio alarmante.

“Lo acontecido en junio de 2023 y ahora en 2025 no se veía antes. Ahora entran a Jiguaní avenidas de agua procedentes de varios lugares, además de una extraordinaria crecida del río, que llega a tapar las casas”.

Su testimonio resulta crucial: Melissa no es un evento aislado, sino el segundo capítulo de una nueva y preocupante normalidad que golpea sobre una herida que nunca cerró del todo.

Por las calles, la magnitud de este nuevo golpe se hace tangible en cada esquina, en los colchones y muebles que todavía se exponen al sol. Las cifras oficiales, aún preliminares, las ofrece Yordanis Charchaval, presidente del Consejo de Defensa municipal: más de 300 postes de electricidad caídos, más de 2 000 viviendas afectadas, 17 postes de telefonía fija, la línea de alta tensión afectada, con 400 metros de cable caídos.

Solo el viernes se recogieron en el poblado cabecera 341 metros cúbicos de escombros y este dato demuestra cuánta rama y arrastres dejó Melissa.

Sumemos otros números: más de 3 000 hectáreas de maíz y más de 800 de plátano destruidas. Cada guarismo duele como un golpe al presente y al futuro de Jiguaní.

En medio de esta devastación, surgen historias que hablan de la resistencia humana. El médico Yoander Pérez lo perdió todo -hasta su teléfono celular- ante las crecidas. Pero al día siguiente, allí estaba, con sus manos vacías pero su vocación intacta, atendiendo a sus pacientes. No hubo dramatismo en su gesto, solo la simple y conmovedora certeza de que su lugar estaba junto a quienes más lo necesitaban.

Mientras, Alberto Margolles Barceló, de 78 años, muestra la crudeza del día a día sin electricidad. (Y sin agua potable). Moja con kerosene la punta de unas tirillas de cámaras de bicicleta y las va derritiendo hasta encender la leña. Su refrigerador permanece abierto e inútil. “Antes ponían la corriente tres o cuatro horas al día”, cuenta. “Hoy son las 24 horas sin corriente”.

Richard y Cecilia, por su parte, actuaron con la sabiduría que da el dolor anterior. Tomando la experiencia del temporal de junio de 2023, evacuaron a tiempo hacia una casa vecina. Las aguas llegaron a rozar la placa de su vivienda. Su decisión, nacida de la memoria de la primera tragedia, los salvó de perderlo todo.

Y en la Villa Deportiva, el tiempo parece haberse detenido para nueve familias que llegaron allí hace más de dos años, tras las lluvias de 2023. José Andrés Pelegrino Tamayo, quien a la sazón estuvo literalmente con el agua al cuello, habla de su realidad:

“Llevamos aquí dos años y cuatro meses y espero que pronto tengamos nuestra casa. Es lo que más deseamos”.

A su lado, Yolaine García describe el costo invisible de esta espera: “Para los niños no fue fácil la adaptación, hoy ya están acostumbrados, pero nos sigue faltando la privacidad”. Son los más dolidos de la primera catástrofe, y ahora ven cómo una segunda pudiera alejar aún más el sueño de un hogar.

Jiguaní, al final, carga con dos emergencias: la reciente, que es un tajo abierto, y la antigua, que parece una llaga que no cierra.

La reconstrucción no será solo de postes y puentes. Será, sobre todo, de vidas interrumpidas, de esperanzas en viviendas nuevas, que ojalá se cumplan. Mientras, el río baja, dejando atrás el lodo, la memoria del dolor, y la tarea inmensa de volver a aprender a vivir.

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