
La doctora Heidy González Valdés-Ávila camina sobre el filo de lo humano, estudió una ciencia que se enfrenta al crimen y actualmente su rigor desmonta mentiras.
Desde que se graduó como médico en 2002, supo que su camino no serían los consultorios convencionales, quería ser la voz de aquellos a quienes silenció la violencia.
En 2015 se graduó como médico legista, una decisión que pocos comprenden pero que ella defiende con pasión.
Su labor no es sobre la muerte, sino sobre la verdad que perdura más allá de ella. Una verdad que duele, pero que libera.
— Doctora González, ¿por qué la Medicina Legal y no otra especialidad?
Mi familia me preguntaba lo mismo, me decían que con mis notas podía escoger cualquier especialidad, que por qué me gustaban «esas cosas tristes»; pero para mí no era tristeza, era justicia.
—Muchos piensan que su trabajo solo trata con fallecidos, ¿qué otras labores realiza?
La Medicina Legal abarca mucho más que la Tanatología, que se dedica al estudio de la muerte y del cadáver. Evaluamos a personas vivas con lesiones que requieren dictámenes de sanidad, realizamos además peritajes psiquiátricos para determinar capacidades mentales.
Examinamos víctimas de violencia sexual y elaboramos informes detallados para los tribunales. Participamos en juicios orales para explicar aspectos médicos complejos; cada día presenta un reto diferente.
—¿Algún caso en particular le mostró el verdadero impacto de su trabajo?
Un anciano que vivía solo, su muerte no parecía natural, porque los detalles no cuadraban. Pasamos horas revisando cada signo, cada pequeño indicio. Descubrimos que había sido un accidente doméstico que pudo prevenirse.
Cuando expliqué mis hallazgos a la familia, vi el alivio en sus ojos, comprendieron lo sucedido y pudieron despedirse en paz. Esos momentos confirman que nuestro trabajo trasciende lo técnico.
—Su familia, ¿cómo lleva que usted se enfrente diariamente a tanto dolor?
Al principio les costaba. Mi esposo me decía que, a veces, en las cenas familiares, me veía perdida en mis pensamientos. Mis hijos aprendieron que mamá a veces llega con los ojos rojos, pero que eso significa que ayudó a alguien.
Ahora me siento orgullosa cuando mi hijo mayor le explica a sus amigos mi profesión.
—¿Qué significa para usted trabajar con un equipo tan importante en el hospital Arnaldo Milián Castro?
Nuestro departamento es como una familia, compartimos las cargas emocionales, nos apoyamos en los casos difíciles.
Cuando uno llega afectado por un caso particularmente doloroso, los otros estamos ahí para escuchar. Es un trabajo que te marca, pero que hacemos con la convicción de que cada dictamen acerca a alguien a la verdad.
—Para finalizar, ¿qué mensaje le daría a quienes ven su profesión con temor?
Heidy sonríe con una mezcla de sabiduría y ternura. Sus manos, que examinan tantas historias, se entrelazan con calma.
La Medicina Legal no es sobre la muerte, sino sobre la dignidad de la vida. Cada persona que llega a nuestras manos merece que su historia sea contada con verdad y respeto.
Los médicos legales no trabajamos con casos, trabajamos con personas que amaron y fueron amadas. Como profesional, cada informe que firmo lleva no solo mi nombre, sino también mi compromiso con la ciencia y la justicia.
Como ser humano, guardo en mi corazón las historias de aquellos que conocí solo a través de mi trabajo. Si con nuestra labor podemos darle un poco de consuelo a quienes quedan, entonces cada noche en vela, cada informe minucioso, vale la pena.
En su escritorio, junto a los documentos profesionales, hay una foto de sus hijos, esa imagen resume su esencia: la mujer que cuida de los vivos mientras honra a los que partieron, la profesional que busca justicia, la madre que enseña a sus descendientes el valor de la verdad.
