
El último mes de cada año sirve de agasajo a quienes han dedicado su vida a educar generaciones, esa bella labor que queda grabada en el alma de los que la ejercen, como es el caso de Bartolo Marcelino Font Piña, entregado a ella por más de 45 años.
Marcelo, como todos lo conocen, acudió al llamado urgente de la Revolución en el año 1974, para enseñar a leer y escribir a niños en la serranía pilonera. Por aquel entonces estudiaba en la escuela politécnica 2 de Diciembre y al realizarse la convocatoria masiva, se sumó.
Por ese camino comenzó este pilonero, llegando a enamorarse de la Pedagogía. “Al tiempo que impartía clases nos preparaba un tutor. Fue todo un desafío, pero allí encontré lo que hasta hoy amo hacer”.
En aquel tiempo el municipio Marea del Portillo, contaba con 12 escuelas cerradas por déficit de personal. “Trabajé en las comunidades de Los Lazos, Manacal, y otras de difícil acceso, en las que pasé 12 años de mi vida, además de lograr graduarme de técnico medio y luego de Licenciado en Educación”.
También como metodólogo e inspector de ruta (llamado así anteriormente) de la Educación Primaria, fungió Font Piña, durante su ejercicio en las montañas, a la par que impartía clases a los infantes.
Al mudarse de comunidad, Marcelo, trabajó en la Dirección Municipal de Educación atendiendo los cursos de superación integral para jóvenes, y se desempeñó en la educación para adultos, en la Facultad obrero-campesina de Sevilla Arriba.
Cuando logró la categoría de Máster en Ciencias, Font Piña, apoyó a jóvenes en vías de posgrado. “Siempre estuve muy vinculado a la investigación pedagógica, por lo que aproveché para contribuir con jóvenes interesados en tesis de licenciatura, maestrías, y trabajos de curso”.
El destacado pedagogo, poseedor de varias distinciones, como la José Tey y la medalla Rafael María de Mendive, opina que en estos tiempos se necesita más que nunca la constancia por parte de los educadores. “Ahora pueden apoyarse en la tecnología y hay más preparación; sin estas, nosotros logramos que muchos niños aprendieran; hoy día existe de todo pero lleva más dedicación a la profesión”.
Este jubilado siente que haber dedicado toda su vida a enseñar “es el mayor logro, sigo amando ser maestro, y aunque impartí clases en otros niveles, la primaria fue el que más me gustó, también ha significado un gran orgullo haber logrado una categoría científica siendo de la montaña”.
El mejor premio, alega Marcelo con emoción, es “ver mi obra de la vida cumplida, alumnos que tuve, hoy son profesionales y donde quiera que voy me llaman ‘maestro’, ahí me doy cuenta de que hice bien mi trabajo”.
La Educación cubana continuará en pie mientras existan maestros que como Marcelino Font Piña, sientan verdadero amor por la pedagogía.
