Un vínculo de gratitud

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Por | 1 diciembre, 2016 |
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La poetisa Lucía Muñoz Maceo /FOTO Luis Carlos Palacios
La poetisa Lucía Muñoz Maceo /FOTO Luis Carlos Palacios

El primero de enero de 1959 era una niña pequeña. Tengo el neblinoso recuerdo de haberme despertado por el ruido de carros en marcha, bocinas y gritos de alegría de la gente del barrio. No sabía lo que pasaba pero salí con mi madre y mis sobrinas a la calle donde nos encontramos con unos hombres barbudos que eran saludados por los vecinos.

Hasta este punto llega mi recuerdo porque antes de eso solo llega a mi memoria  el escondite bajo la cama hecho con la tabla de planchar y la pared del cuarto donde mis hermanas me ocultaban cuando empezaban los tiros en medio de la noche y me obligaban a acostarme en el suelo y guardar silencio hasta que me dormía.

Recordaba aquello con claridad, pero mi madre me decía que era muy pequeña y aquellas memorias parecían imposibles. Una vecina me comentó que en su casa tenía una foto donde aparece una niña  y que era yo. Cuando  me la trajo pude comprobarlo. Estoy mirando  al frente y sonrío sin imaginar lo que ese primero de enero significaría para mí y para todos los cubanos.

Lucía tenía cinco años cuando fue tomada esta instantánea
Lucía tenía cinco años cuando fue tomada esta instantánea

Entonces, como es lógico,  no sabía lo que era la Revolución, ni quién era Fidel, eso lo aprendí después, me lo enseñaron mis padres que confiaron en la causa y creyeron en su líder hasta el último día de sus vidas.

La primera vez que vi a Fidel de cerca fue en octubre de 1968 en Santiago de Cuba cuando fui con mi madre a la Graduación del Centenario, en la que mi hermana Altagracia, terminados sus estudios de maestra, recibiría el diploma de manos del Comandante, pero todo se malogró por un tremendo aguacero que convirtió la “cancha” de la Universidad de Oriente en un lodazal amarillo que acabó con nuestros zapatos y la elegancia de nuestros vestidos. Nada  perturbó la imagen que tuve de Fidel que me pareció hermoso, fuerte, un hombre bello que deslumbró a la adolescente que era yo entonces.

En 1988 era la presidenta de la Uneac en Granma y tenía que asistir al IV Congreso  de la organización. La noche antes de salir, el escultor Felipe Guillén me llevó una caja de madera con una réplica de la Ventana de Luz Vázquez  para que se la entregara al Comandante en el cónclave. Así que al otro día temprano salí para La Habana con mi maleta y el regalo de Guillén. Los otros delegados me preguntaban qué llevaba en aquella caja y sólo decía “un encargo”.

Por fin en el Congreso, el 26 de enero de 1988 en el Palacio de las Convenciones, y con la ayuda de Wilfredo Díaz Y Francisco Escalona,  pude entregarle el regalo a Fidel.

Cuando nos acercamos a la presidencia extendí la mano para saludarlo y él  me sujetó fuerte y me acercó dándome un beso en la mejilla derecha. Yo le expliqué  que la escultura era  la Ventana de Luz Vázquez, el sitio donde se había interpretado por vez primera La Bayamesa de Céspedes, Fornaris y del Castillo y que la había hecho especialmente para él un artista miembro de la Uneac de Granma, que era muy joven y que se llamaba Felipe Guillén.

La abundante cabellera oscura de la poetisa puede divisarse a la derecha; ella habla con Fidel sobre la escultura
La abundante cabellera oscura de la poetisa puede divisarse a la derecha; ella habla con Fidel sobre la escultura

En el acto me preguntó “Y él, ¿porqué no vino?” Le contesté que Felipe me había visto muy tarde y no nos había dado tiempo a gestionar su participación. Le dije que Felipe era muy humilde y le pedíamos que lo ayudara porque tenía problemas con la vivienda. Antes de irme le volví a extender la mano y él me volvió a acercar para darme otro beso en la mejilla izquierda.

Pocos días después de ese encuentro con Fidel, ya Felipe tenía su casa y ese local al lado de la Casa de la Trova para trabajar. Después de aquel día memorable lo vi muchas veces en las reuniones del Consejo  Nacional de la Uneac que se desarrollaron con su presencia y donde dialogaba abiertamente con los intelectuales sobre todos los temas y donde nacieron proyectos tan valiosos como Universidad para todos.

Los cubanos tenemos una deuda, un vínculo de gratitud en la raíz de nuestros logros personales con la Revolución y con Fidel por darnos la oportunidad de crecernos, de concretar nuestros sueños. Por él tenemos un país digno, querido y respetado por los pueblos del mundo.

Alimentemos con honestidad, con espíritu de sacrificio, con entrega, con transparencia, con honradez y solidaridad la semilla moral que el Comandante en Jefe ha dejado plantada en los corazones de los cubanos dignos y de todos los  hombres humildes de esta tierra.

Lucía Muñoz

Bayamo MN 29 de nov de 2016

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